![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEidvXmofSPL-GEMTAoFzJ6NMVq6caBDPlX2R7-My3g1paU0Hdk8ja6n14A_JoE-ddGbIXzyeplerwlsIoOnZXGXY7D1ljxaSfbJOEfyfd3CziTUET_dDzqGdJJQjBuCvkOaCjiHZQ/s200/viento.jpg)
Ya atardecía cuando las luces de xenón con sus 6.000 watts de potencia iluminaban desde la cima, dando a la enorme estructura, un esplendor aún mayor de la que poseía. Era una arquitectura conformada por más de 18.000 piezas forjada en hierro, sólida, imponente, inaugurada un 31 de Marzo de 1889.
El viento parisino se hacía sentir con un aroma distinto a lo familiar, pero grato por la emoción de estar en una actividad diferente. El lugar era hermoso, rodeado centros comerciales, luces, turistas, y paseantes de distintas partes del mundo, reunidos ahí con un solo propósito en común, disfrutar las maravillas del entorno.
A casi 276 metros de altura, de un tercer nivel, se encontraba una menuda figura, contemplando hacia el lejano horizonte, con sus manos fuertemente adheridas a los soportes de seguridad, viendo aquella hermosa ciudad a sus pies.
En un momento dado, quiso escuchar su música favorita, y se puso unos audífonos con sumo cuidado. Una vez puestos, dio play al aparato y unos melodiosos son de guitarra confortaban aquel grato minuto de tranquilidad en soledad.
Pasó así un buen rato, hasta que de pronto sintió que alguien le tocaba con suma delicadeza su mano derecha. Volteó rápidamente, pero no vio a nadie cerca, sólo gente a unos cuantos metros, indiferentes y absortos en sus propios asuntos. Frunció el ceño, en señal de análisis, y no le dio mayor importancia, porque lo asoció a su imaginación. Volvió a su música nuevamente, y al poco rato, percibió aquella presencia nuevamente, esta vez, desplazándose lentamente a sus espaldas, como si fuese una brisa helada rebelde a la dirección del viento, causando una sensación de remolino, hasta llegar a su otra mano, tocándola con suma sutileza. La sensación era nítida, no era su imaginación. Volteó lentamente esta vez, queriendo ver con calma aquello que no estaba, pero que sin embargo, se hacía claramente presente. No sintió miedo en lo absoluto, sino al contrario, percibió absoluta tranquilidad, libre, limpia y transparente, que le hizo pensar en que todo estaba bien y en armonía. No dijo nada, más esbozó una discreta sonrisa, y con su visión pegada en el horizonte, sólo mormuró al viento: - “Ves, todo es posible”.
Sus pulsaciones subían lentamente, y un breve escalofrío se iba apoderando de sus sentidos hasta que prontamente se fue transformando en una cálida sensación de tibieza y cobijo. Entonces, cerró sus ojos y mientras un leve pero grato mareo le invadía, pensó en cosas bellas, algunos recuerdos de infancia y de juventud, que en su mente compartió a la nada que le acompañaba. Era un momento especial, único, en dónde no existía soledad, porque en su mente, un diálogo eterno se entrecruzaba con su realidad interior. Era su propio mundo, exclusivo, de nadie más, egoísmo quizás, pero necesario, que no afectaría ni dañaría a nadie. Era un momento sublime, propio, personal y de mucha melancolía.
De pronto, en forma sorpresiva, alguien le tomó por los hombros, provocando un sobresalto inesperado. Era un tipo alto que irrumpía aquel mágico momento, y que intrusamente, indagaba con conspicuas preguntas, entre las cuales, dijo: - ¿Qué miras tanto?, a lo cual sólo recibió una respuesta despabilante: - Nada. Sólo veo la Ciudad. -¿Hablabas… algo… con quién…?
Aquel grato momento había sido quebrantado sin necesidad, y tras un ir y venir de preguntas y respuestas sin mayor sentido, la persona aferrada a sus pensamientos se retiró del lugar y se dirigió hacia los centros comerciales, entremezclándose con el grupo que le acompañaba. El sujeto le siguió con cierta insistencia, siendo majadero en su actuar, disimulando muy bien su ansiedad. Pese a ello, no pudo lograr su objetivo, no le contuvo, quedando unos pasos atrás, y miró con desazón la habilidosa huida.
El imprudente volvió al lugar donde le vio meditar, y en la misma postura trató de entender, miró y miró a su alrededor, y simplemente no vio nada, absolutamente nada que le llamara la atención, y que le diera a entender el motivo de tan profunda meditación.
El menudo personaje, una vez con los demás, compartió con sus amigos y amigas, amenamente, y en algún instante, mientras en su mano portaba una copa, conteniendo un líquido rojizo, volteó hacia el lugar donde estaba, y brindó muy discretamente en señal de satisfacción, por aquel breve instante.
Finalmente todo el grupo volvió a su actividad, continuando con el propósito que los convocaba en ese lugar, y pronto se retiraron.
El tiempo es algo abstracto, y un breve instante, tal vez, sea la magia que todos necesitamos para entender que no estamos solos en esta vida, que existe un mundo interior, donde todo es posible, una realidad diferente, donde la felicidad es bella, donde siempre sentiremos aquella grata presencia, que es nuestra eterna y más dulce compañía.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario