10 diciembre, 2010

Día de Frutas


El papiro del tiempo fue desenvuelto con cuidado, su fragilidad sucumbía a un viento fresco, intenso pero grato. Los preciosos caballos circundantes eran mudos testimonios de lo incomprensible, aquello que se puede llamar, insistencia, o necesidad.

El hambre y la sed acompañaban, ciertas palabras no dichas de aquellas apetencias se segaban tras gruesas puertas, donde las preguntas no dichas, se transformaban en preguntas sin respuestas.

Pero una humilde bolsa contenía el delicioso néctar de unas deliciosas frutas.

La niñez se clavaba una vez más en su memoria, mientras las distracciones del entorno le envolvían.

Observaba con paciencia, mientras alguien desde lejos hablaba de otras necesidades, de otras ausencias.

Un niño pequeño se asustó, y un llanto desprendió por la enormidad de quien le mira. Sólo había que ponerse en su lugar para saber lo grande que era.

Sus ojos se llenaron de preocupación, por el niño era, su instinto que se apoderaba de su tendencia, proteger, cuidar, y velar por quienes más le llenan.

Luego el sitio fue otro, con el mismo viento que frío portaba a cuestas. Miró con paciencia, nuevamente, la máquina de díalogo que era, pero guardó silencio y respeto, sólo para escuchar más, y contemplar de todo un poco o lo que fuera.

En su interior el hambre se dejaba caer, discreto y prudente se quedó, para que nadie se diera cuenta. Unos lentes refugiados le alteraban sobremanera, muy cerca de la fruta verdadera.

Su hambre tendría que esperar, para que en forma posterior fuese resuelta. Entonces, sólo atinó a conversar de otras apetencias, y entonces se atrevió a decir:

“!Mentira!, el hambre que existe dentro del cada uno, es y no espera, y la voracidad arremete y todo lo olvida, y todo se lleva, transformándose en saciedad para hoy, para después transformarse en hambruna.

Pero siempre existirá una alternativa, una solución, no como se espera, lento y avasallador, en las manos de un buen jardinero, que con paciencia cosecha, para así, siempre disfrutar, del eterno dulzor de un poco de fruta.


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