20 diciembre, 2010

Cristalino


Solía escuchar una música suave, de vez en vez, imaginando mundos encerrados en un vaso de cristal multicolor de extraña forma, iluminado por la luz de una ventana que le daba de frente con distintas tonalidades.

Su sed constante, le hacía coger su vaso con cierta frecuencia, sorbo a sorbo, acentuando su concentración en lo que tan afanosamente escribía.

Un grueso libro de tapas celestes, con ciertos dibujos lineales, le acompañaba en sus largas faenas, en un espacio de tiempo en que la productividad era su único objetivo, permitiendo su desvinculación del mundo.

Sostenía en su mente ciertas ocurrencias que se disparaban con cierto frenesí, irrumpiendo y quebrando el silencio del lugar, esparciendo involuntariamente un poco del vital líquido sobre el mesón.

Cuatro gotas de distinto tamaño se alinearon casi geométricamente, brillando con su esférica presencia, unas más grandes, otras más pequeñas. Y pensar que aquello eran mundos complejos, llenos de vida, como si fuesen planetas.

Cogió una servilleta, su pulcritud le inducía el hábito de limpiar y ordenar meticulosamente cada detalle, obsesivamente, como tratando de que todo estuviese bajo una perfecto orden y estricto control. No obstante, se detuvo unos segundos, apenas los suficientes como para que en un abrir y cerrar de ojos, se diera cuenta de otra realidad.

Se dio cuenta, y limpió con apuro, pero la imagen vívida de lo que había experimentado le consternaba. Se vio a sí, en una de las cuatro gotas, observando a las otras tres, como si fuesen puestas de sol, inmensos, casi saturando su visión de lado a lado. Todo era brillante, como un sol, los reflejos intensos de un lugar acuoso, espeso y cristalino, le permitieron entender una verdad que no esperaba, una en que se veía en el interior de la misma substancia que tocaba.

Las discretas manchas, desaparecieron absorbidas totalmente por el papel, que paró finalmente en un papelero cuadriculado. La visión fue desechada en cuestión de segundos, volviendo a su actividad, y se fue apagando en un rincón inocuo de sus recuerdos. Luego todo continuó como si nada, silencioso, y tranquilo.

Las horas pasaron, su trabajo estaba casi concluido, salvo algunos detalles que debía afinar, y que dejó para el día siguiente, por unos antecedentes que necesitaba.

Cogió sus cosas, y se dirigió con paso presuroso a la salida. Apenas abrió el gran portón exterior, sintió una brisa refrescante y reconfortante. Caminó unos pocos pasos por un jardín frondoso, se detuvo para acomodar unas cosas, sobre una banca rocosa improvisada. Miró a su rededor, y luego miró hacia el cielo, constatando el mismo color que vio a través del cristal de su copa, y entonces, sólo entonces, recordó las cuatro gotas, percatándose de que se encontraba en un mundo acuoso al cual no pertenecía, con los cuatro planetas alineados, visibles en el horizonte, inmensos, brillantes, y cristalinos, tal cual como los recordaba.

- ¿Dónde estoy?... preguntó, y una voz suave, tranquila y muy cercana le respondió.

– Aquí estás, dónde todo comenzó. Ten paciencia, es un primer paso, poco a poco podrás ver mejor.


Entoces, sonrió, asintiendo con la cabeza. Con calma, sacó de su bolso un bastón retráctil en su mano derecha, mientras que con la otra sujetó firmemente la correa de su perro y tarareando, feliz se retiró.

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