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Ya es casi fin de año, de nuevo, y nos cuestionamos lo que hemos hecho, y nos preguntamos sobre lo que vendrá. Pero la pregunta de un instante dado, no nace por los motivos esperados, ni si quiera por curiosidad, porque la respuesta ya es sabida, y tampoco es por la confirmación de un puñado de palabras dichas, o de las acciones que se establezcan, la pregunta simplemente nace por una necesidad.
No son las palabras, no son los gestos, es sólo el hecho de lo que deja, un único cierto entre todo lo incierto, de un breve momento que inevitablemente pasa y nada más.
Imágenes que se crean en la mente, y que luego se repiten, con gustosa curiosidad, generando más y más preguntas de las que ya están.
¿Porqué preguntar lo obvio?, ¿Cuál es el sentido?, ¿Por qué querer saber lo ya sabido? Tal vez sean solo unas migajas de lucidez lo que se necesita, quizás sea la entrañable solead, quizás sólo sea lo único importante de esta existencia, lo que nos mantiene alerta, lo que nos conmueve de verdad.
Elegimos, por lo que creemos, elegimos por lo que ya sabemos, elegimos porque encontramos respuestas que nos agradan escuchar. Aún así, y no importa lo que pase, recordamos nuestra pregunta original.
Olvidamos, sí, muchas preguntas se olvidan, y van quedando atrás, es la ley de la vida, es una cualidad, una capacidad, o un intrincado propósito de nuestro diseño que nos hace inmunes a la inmortalidad.
Es curioso, pero de pronto, la mente se bloquea, y entre un millar de preguntas que fluyen en la ausencia, sólo unas pocas ideas afloran sin respuesta. El breve momento, enormemente interrumpido, por la ciudad vertiginosa, nos empuja a olvidar lo valioso que es el escaso tiempo que se tiene para preguntar.
Que simple sería tener la libertad, tener ese preciado tiempo sin apuros, sin nada más. Un espacio imaginado y muchas veces perdido, por las ajenas distracciones de un mundo que no para de rodar.
Pero la pregunta fue vertida, una sola, entre muchas otras más, aún no dichas, y que tendrán que esperar.
A veces se espera demasiado, como la ilusión del momento ideal, en dónde algo se quiere decir, pero se guarda para una vez más.
¿Qué sucede si tanto las preguntas como las respuestas son tan obvias?, ¿Qué sucede si aún así se quieren escuchar? Entonces, se establece una pausa, un silencio, y el entendimiento regocijado está.
No son las respuestas el motivo que se busca, sino aquello en nuestro interior que aún no sabemos preguntar.
No son las palabras, no son los gestos, es sólo el hecho de lo que deja, un único cierto entre todo lo incierto, de un breve momento que inevitablemente pasa y nada más.
Imágenes que se crean en la mente, y que luego se repiten, con gustosa curiosidad, generando más y más preguntas de las que ya están.
¿Porqué preguntar lo obvio?, ¿Cuál es el sentido?, ¿Por qué querer saber lo ya sabido? Tal vez sean solo unas migajas de lucidez lo que se necesita, quizás sea la entrañable solead, quizás sólo sea lo único importante de esta existencia, lo que nos mantiene alerta, lo que nos conmueve de verdad.
Elegimos, por lo que creemos, elegimos por lo que ya sabemos, elegimos porque encontramos respuestas que nos agradan escuchar. Aún así, y no importa lo que pase, recordamos nuestra pregunta original.
Olvidamos, sí, muchas preguntas se olvidan, y van quedando atrás, es la ley de la vida, es una cualidad, una capacidad, o un intrincado propósito de nuestro diseño que nos hace inmunes a la inmortalidad.
Es curioso, pero de pronto, la mente se bloquea, y entre un millar de preguntas que fluyen en la ausencia, sólo unas pocas ideas afloran sin respuesta. El breve momento, enormemente interrumpido, por la ciudad vertiginosa, nos empuja a olvidar lo valioso que es el escaso tiempo que se tiene para preguntar.
Que simple sería tener la libertad, tener ese preciado tiempo sin apuros, sin nada más. Un espacio imaginado y muchas veces perdido, por las ajenas distracciones de un mundo que no para de rodar.
Pero la pregunta fue vertida, una sola, entre muchas otras más, aún no dichas, y que tendrán que esperar.
A veces se espera demasiado, como la ilusión del momento ideal, en dónde algo se quiere decir, pero se guarda para una vez más.
¿Qué sucede si tanto las preguntas como las respuestas son tan obvias?, ¿Qué sucede si aún así se quieren escuchar? Entonces, se establece una pausa, un silencio, y el entendimiento regocijado está.
No son las respuestas el motivo que se busca, sino aquello en nuestro interior que aún no sabemos preguntar.
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