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su odisea le pareció casi infinita, sin retorno,
sin término, sin un destino claro. Sólo miraba aquel
lejano horizonte y se encorvaba ante el fastuoso sol
tras sus espaldas.
Sus pies se sumían en la arena, el dolor era su única
compañía, estaba sin agua, sin comida, y
tenía por seguro que no llegaría a ningún lugar.
Era como estar en una enorme prisión, sin límites,
dónde la palabra "imposible" parecía ser la única
variante posible.
Sus manos ya partidas, por la dureza del terreno,
y pese a todo denotaba la voluntad de quién, sin
orientación alguna, aún persistía en su místico
objetivo.
Sus deseos de vivir, su anhelo de seguir, pese a la
desolación, le hacía creer en aquello que no existe,
y que tantos imploran al momento del dolor.
Una plegaría, un consuelo, muchas preguntas,
y finalmente una respuesta. Pero todo eso, no
significaría nada, si dejaba de existir, por tanto
debía seguir, pese al cansancio, pese a su propia
debilidad.
Entonces, pasó aquello que nunca hubiera esperado,
y que pese al inmenso calor existente en la zona, pudo
percibir una brisa marina, tal vez transportada desde
algún confín lejano.
No todo estaba perdido, se dijo, - la esperanza no
podía desaparecer. Aún no, y se detuvo un instante,
levantó su rostro, y su nariz se abrió como dos
ventanales para determinar el origen de lo que percibía.
Era su salvación, estaba claro. El vital elemento que
tanto ansiaba, se encontraba en alguna dirección.
De pronto, en su quietud, tornó en tranquilidad,
al notar que la brisa era portadora de pequeñísimas
partículas de rocío, al momento que el atardecer caía.
Por fin tendría su tan preciada respuesta, pero como
todo en la vida, ninguna situación es igual a otra, y
cada momento se vive tal y como se va dando.
Sintió alivio, por fin, y se sentó sobre sus piernas.
Miró entonces sus manos, y pudo observar como
el milagro se presentaba ante sus ojos. Las gotas de
rocío prontamente se iban transformando en una
voluminosa y tupida neblina, que a la vez de refrescar
el ambiente, le permitió llenar sus manos, al punto
de poder beber un poco de aquella cristalina
esperanza.
No era un milagro, era simplemente,
un nunca rendirse.
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