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Vi sus ojos llorosos, aclamantes, desposeídos en el abismo de la nada, buscando ansiosos la presencia que quien presente ya estaba. Un temor constante a lo largo de toda una vida (muy propio del género). Nada podía hacer, pese a que le acompañaba, y le extendía mi mano intentando regocijar la suya, tan delgada como la delicada mirada que se extendía, con algún rastro de un entonces, un tal vez, un quizás, un quién eres, o que hacías?. Había pasado tanto tiempo, y lo inevitable estaba presente, tal cual como lo había imaginado. Tenía sobre los 90, y ya su energía iba sucumbiendo tras la impugnable voluntad de la soledad, al término de sus días.
Más tarde, sólo pude meditar sobre aquel momento, y recordé otros, como cuando vi su rostro otra vez, y me hizo sentir vulnerable. Ya nada era igual, todo parecía tan diferente, pero su esencia aún estaba, vigente, conectándose nuevamente, como tratando de detener aquel tiempo que alguna vez existió y lo dejamos pasar por nuestras infantiles necedades. Pero en fin eran casi 50, aún vigorosos, pero nunca más iguales. Con todo un camino recorrido, con todo lo querido logrado y con creces, casi todo a sus pies, pero que de vez en cuando, recordaba que no todo poseía, y que aveces, en soledad se sentía.
Luego vi su ternura, en una fracción de segundos y lo percibí, fuerte y claro, tras una puerta que no me permitía ver, pero igual vi su rostro, blanco y liso, armonioso, y sigiloso. Su dulce voz bastó para entender que pese a todo lo bueno y malo de esta vida, existen los momentos, aquellos que atesoramos, aquellos que aveces, esquivos son, y deseamos, en silencio, en un pensamiento. No tenía mucho más de 30 y algo aún faltaba, como si fuese una carencia, quizás una necesidad, una comprensión, en aquella soledad que no existía, pero que sin embargo, presente se hacía.
Seguí caminando y casi 10 años tenía, era toda una vida, aún no recorrida, pero ahí estaba, sin tregua, sin medidas, una soledad que de vez en cuando le hacía sentir vacía. Y así lo escribió, fuerte y claro, sin más, libre, abrazando la esperanza de un después, emergente con apenas un poco de lo que conocía. Miedo sentía, por las noches buscaba refugio, en unos brazos grandes y fuertes, que con ternura le acogían.
Ahora lo sé, y te reconozco, eres tú soledad, aquella que tantas veces me has hecho compañía, tu que estas en mi mente, y en la de ellas, valiosas, divas y sencillas, cada una con su propia historia, que sin importar el tiempo, llega un momento en que nos hace sentir una dulce fantasía, una ilusión, y porqué no, una realidad que va más allá de una tan anhelada y sincera, compañía.
Pd.
Sólo me queda una pregunta. Entonces, con quién conversamos, refugiados en nuestros más profundos pensamientos, tanto de noche, como de día?
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