20 junio, 2009

102 años (H)


Llueve en Santiago, una tormenta que ha viajado desde lejos inunda esta ciudad, imponente, causando desmanes y destrozos, el viento con furia mueve los árboles, incluso hasta aquellos que son fuertes y frondosos. Dos gotas de agua, quien lo dijera, y la ciudad sucumbe ante una naturaleza desmedida.


Eran las 11:00 PM, y el cansancio vencía mis sentidos, y sin más me fui a acostar, dormí como un lirón, y a las 4:00 AM desperté una vez más. El sonido constante e incesante de la lluvia me acompañaba esta vez. Algunos vehículos a lo lejos, buses, y autos, ya empezaban a dar muestras de que la vida nunca para, nada se detiene, y un nuevo día pronto comenzaría.


Es curioso, pero sin ser religioso, tengo en mi escritorio una Biblia, título del libro: “Traducción del Nuevo Mundo de las Santas Escrituras”, con una página abierta al azar, desde el día ayer, me ha llamado la atención, página 852, Proverbios 22:23.4, que dice, textual: “No te afanes por obtener riquezas. Cesa de tu propio entendimiento”.


Pensaba, que en la vida siempre se nos presentan situaciones, y que la misma se podía visualizar a través de una balanza, en donde teníamos que reflexionar sobre cuanto el que hemos hecho, y que es lo que nos queda por hacer, cuanto hemos obtenido y cuanto hemos sido capaces de ofrecer. La cuestión es que sin importar el cuanto, debemos mirar el qué, porque en definitiva, nuestras vidas trascienden debido a que hemos hecho algo que ha producido un cambio, que se impregna en la mente de unos pocos, y que a su vez, tarde o temprano, se retransmitirá a otros, que sin querer, y sin saber quién, ni como ni cuando, habrán recibido el mensaje en su propio ser, cambiando inevitablemente sus propios destinos.


Así es la lluvia, así es la Biblia, así son los distintos caminos, a veces buenos, a veces malos, con sus altos y bajos, pero la balanza no miente, y hay que ser muy ciegos para no ser un agradecido de la vida, por aquello que ya poseemos. No me refiero a cosas materiales, sino a lo que hemos logrado como personas, de bien, más no de bienes. Las cosas van y vienen, hay momentos gloriosos, otros no tanto, y aunque tengas mucho o poco, las cosas se evaporan, enfermedades, tragedias, o son arrasadas por el lluvia o el viento. Pero el cariño hacia los demás, el aprecio, el respeto, los sentimientos, nos devuelven siempre la esperanza de un nuevo y mejor destino. Esto no es conformismo, no señor, esto es saber que si se pudo lograr una vez, se tiene la capacidad de obtenerlo una y otra vez, porque un buen espíritu es aquel que nunca se queda quieto, y siempre hay un bichito que nos mueve a buscar siempre algo mejor, haciendo que la vida sea más digna.


No hay que enrollarse en tonteras, para qué perseguirse tanto, porque no apreciar aquellos buenos y hermosos momentos, esos que sí valen la pena.


Los problemas siempre estarán presentes, sean buscados o no, llegan inesperadamente, pero lo importante no es enfrentarlos, sino tener la sabiduría emocional suficiente para manejarlos. Hacer de lo equívoco algo bueno, hacer que un árbol torcido enderece, pero sin dañarlo, hacer que una tarea sea divertida, que lo entregado no sea en vano.


No hay más sinceridad que la insistencia, que la trascendencia, que la propia existencia. Algo hacemos, algo cambia, algo no hacemos, y nada pasa, pero el tiempo intercede siempre y todo lo cambia. Tanto que cuidamos tantas cosas, o por lo menos eso decimos, pero he visto que igual una pared se llena de hongos en invierno, si no la cuidamos como es debido. La lluvia, la humedad, el tiempo, templan hasta lo más preciado de los objetos. Eso no tiene nada de especial, y no establece ningún designio, simplemente es lo que normalmente sucede cuando aquello que creemos bien resguardado, en realidad lo hemos dejado abandonado. Son sólo cosas, meros objetos, sin mayor importancia, pero sin embargo, su contenido, es un mensaje verdadero y sincero que siempre ha existido, sin importar lo borroso, gastado o deteriorado que esté, la nitidez del mismo, no está en el objeto, sino en su significado.


He visto muchas casas, grandes y pequeñas, sobretodo las antiguas, deterioradas, aún pese al afán de sus dueños, por pintarlas, restaurarlas, y cuidarlas. Otras a su vez, abandonadas, dejadas, descuidadas y casi desiertas. Pero todas cambian, transformándose poco a poco según pasa el tiempo.


Tanto he vivido, que alguien alguna vez me dijo que era un “lolosaurio”. Creo que es cierto, una definición graciosa, a fin de cuenta nací como un fósil que ha evolucionado con el correr de los años, viendo una y otra vez como la lluvia va limpiando los cielos, y dejando una huella profunda en muchos cimientos, y yo aquí, escuchando el viento, el agua golpeando, siento que no he cambiado, en esencia el mismo, aunque el espejo diga lo contrario.


Hasta el último de sus días, aquel hombre siempre vigoroso, se sentó a la sombra de un árbol, y como casi mirando al cielo, en su rostro una sonriza quedó. El motivo, muy simple, era el preciado recuerdo de un ser amado que siempre le acompañó.


Por eso, disfruto plenamente lo que tengo, poco o mucho, eso no importa, más sí la familia y los seres queridos, que de alguna manera me han enseñado que es hermoso vivir, porque en realidad no estamos solos, ya que siempre habrá alguien que nos recuerde, con aquel mismo sincero cariño.




Nota: Está claro que este vídeo tiene un propósito meramente comercial, y que su objetivo principal es vender un producto, pero sí tiene la esencia de un mensaje positivo. Quita la publicidad, cierra los ojos un momento, escucha, y veras que tiene razón.


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