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A fin de cuenta sólo somos humanos, sujetos a nuestros temores, a la desconfianza, o al exceso de lo contrario. La naturaleza nos enseña una y otra vez, y así, una y otra vez caímos bajo el embrujo seductor de aquello que nos conmueve, que nos gusta, que nos atrae, que nos cautiva, un dibujo, un paisaje, una casa, un árbol, un aroma, un después, una señal, una insistencia, un gesto, una cortesía, una mirada, un “no te haré nada”, un… Elemento fácil, predecible, para cualquier hábil cazador que no descansará hasta seducir a su presa. Es simple, se llama paciencia, insistencia, perseverancia. La recopilación de pequeños instantes recogidos con hábiles tácticas. Un camuflaje perfecto del cual no se sabe la verdadera intención, por obvia que esta sea, simplemente porque no se quiere ver.
Es curioso, pero pese a la experiencia, la fascinación nubla la visión, y aquellas cosas que alguna vez fueron terribles, con el pasar del tiempo van quedando atrás, y por mucha memoria que se pretenda, nunca es igual. Quizás, por eso confiar en los recuerdos sea un sopesar entre lo nuevo y lo antiguo, y cuando una venda nos quita la visión de lo real, nos conformamos con el simple hecho de dejarnos llevar. Es triste, da pena, y una nostalgia más allá de lo imaginable, ver que el más grande devorará tarde o temprano al más pequeño.
Es la naturaleza, instinto de supervivencia, por mucho intelecto que aparezca, es simple habilidad hasta que el cazador sacie su hambre, y eso deje consecuencias. Aunque sea cierto, que no se debe vivir pendiente de las consecuencias. Que contradicción.
La curiosidad, aún sujeta a lo evidente, hace un camino aún más fácil, pero en fin, los seres vivos son así, desconfiados cuando no deben, y confiados también cuando no deben.
La realidad es algo incierta, nunca se sabe, tal vez un latido y un momento sea la única verdad que se encierra por años, y que no necesita mayor explicación, ni comentario, escapa a la voluntad, a la naturaleza, porque no persigue, no insiste, no pide nada a cambio, sólo existe, como siempre ha existido. Eso, si da pena.
Un sueño, un pensamiento, una sensación, reprimida o no, es lo único tangible que se guardará por siempre, en el más profundo silencio de lo meramente real y existente, sin medida, sin presencia, sin pedir nada a cambio, libre, sensible, y por siempre, presente.
Es curioso, pero pese a la experiencia, la fascinación nubla la visión, y aquellas cosas que alguna vez fueron terribles, con el pasar del tiempo van quedando atrás, y por mucha memoria que se pretenda, nunca es igual. Quizás, por eso confiar en los recuerdos sea un sopesar entre lo nuevo y lo antiguo, y cuando una venda nos quita la visión de lo real, nos conformamos con el simple hecho de dejarnos llevar. Es triste, da pena, y una nostalgia más allá de lo imaginable, ver que el más grande devorará tarde o temprano al más pequeño.
Es la naturaleza, instinto de supervivencia, por mucho intelecto que aparezca, es simple habilidad hasta que el cazador sacie su hambre, y eso deje consecuencias. Aunque sea cierto, que no se debe vivir pendiente de las consecuencias. Que contradicción.
La curiosidad, aún sujeta a lo evidente, hace un camino aún más fácil, pero en fin, los seres vivos son así, desconfiados cuando no deben, y confiados también cuando no deben.
La realidad es algo incierta, nunca se sabe, tal vez un latido y un momento sea la única verdad que se encierra por años, y que no necesita mayor explicación, ni comentario, escapa a la voluntad, a la naturaleza, porque no persigue, no insiste, no pide nada a cambio, sólo existe, como siempre ha existido. Eso, si da pena.
Un sueño, un pensamiento, una sensación, reprimida o no, es lo único tangible que se guardará por siempre, en el más profundo silencio de lo meramente real y existente, sin medida, sin presencia, sin pedir nada a cambio, libre, sensible, y por siempre, presente.
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