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No sabía lo que sucedía, eran las 10:30 AM, un día lunes, como cualquier otro y sentía un frío inusual. El lugar estaba temperado, acondicionado, pero sus manos temblorosas daban una clara señal de que su temperatura había descendido por debajo de los límites normales, hasta el punto de que sus palmas se han puesto azules.Esto era real, porque a simple vista su piel blanca se hacía casi transparente, pudiendo ver claramente sus venas como verdaderos caminos que se entrecruzaban en distintos puntos.No hacía frío, pero estaba congelándose, su voz se iba diluyendo cada vez más, mientras su latido se hacía cada vez más inestable, y como si estuviese cerca y distante a la vez.
Pasaron así las horas, la temperatura bloqueaba su mente y le distraía como quién asecha, rondando desde muy cerca. Su cuerpo se empezaba a escarchar rápidamente, y su mente comenzaba a nublarse distante en la nada. El hielo prontamente se esparcía desde sus manos hacia el resto del cuerpo, y la delgada capa que lo cubría, se engrosaba cada vez más. Sin poder hablar, ya que sus cuerdas bucales yacían sin voluntad ante el tormentoso frío que le hacía retumbar de dolor en su estómago, concentrándose como un puñal producto de la tensión excesiva de su diafragma.
Cuando el hielo ya le cubría todo el cuerpo, su pensamiento fue uno sólo, y quiso escapar, salir corriendo donde pudiese encontrar aquel calor que le devolvería la vida en ese instante. La sensación física se fue transformando en necesidad desesperante, y trató de pensar sin lograrlo.
El cubículo donde se encontraba se congeló por completo, como una gran masa transparente, en cuyo contenido un cuerpo inmóvil daba cuenta de una aparente figura sin sentimientos, sin corazón, sin humanidad. Pero ahí estaba, un ser humano, como cualquier otro, vivo y totalmente emotivo, sufría su enclaustramiento en un total silencio.
Pasaron muchas horas más, hasta el punto de que el poco sol que alumbraba desde los grandes ventanales, bajó en su totalidad, y las luces de la ciudad daban pie anunciando que la noche prontamente se venía.
Muchas horas habían pasado en aquel estado, hasta que de pronto, aquel muchacho pudo reaccionar, captando cierta movilidad en sus extremidades, y dándose cuenta de que el hielo que le envolvía ya no estaba. No había nadie más en aquel lugar, y casi sin comprender se encaminó hacia la salida. Ya no sentía frío, pero la temperatura en el exterior era de cero grados.
Caminó por las calles por un rato, sin dirección, confuso en el abismo, y meditó sobre lo acontecido. Pensó que nadie le creería, y guardó en silencio sus emociones. Sintió frío nuevamente, pero el motivo era la calle donde estaba, hacía frío y era verdadero. Buscó refugio, realizó una llamada tratando de comunicarse con alguien, pero no se atrevió a confesar su insólita experiencia. Bajó en una estación de metro, buscando un lugar más apropiado, y poder detenerse un rato a reflexionar sobre el hecho. Se dio una pausa, y mientras estaba ahí volteó su mirada hacia unos dibujos esparcidos en el lugar.
Trató de calmarse, pero aquel frío le recordaba un porqué era más importante el deber que el querer, porque si quería, podría llegar a destruir sus tejidos, y posiblemente los del resto, con algo que en un momento dado ya no podría controlar. Entonces se calmó, y mientras escuchaba, pensaba, y mientras pensaba una paz retornaba a su vez que un calor casi incontenible se procesaba desde su estómago. Debía mantener la cordura, la mesura, y buscar la forma de no perder el control, porque si lo hacía, no pasaría desapercibido, y todo se destruiría.
Así fue como aquellos pocos minutos, le parecieron segundos, que contradictoriamente se transformaba en una lucha interior que lo transportaba en su mente hacia otros universos, donde el tiempo tomaba otra dimensión.
Control, para no destruir una vida, control para no destruir a muchas otras vidas. Control, para no sucumbir ante lo inevitable. Control que tal vez algún día perdería.
Pasaron así las horas, la temperatura bloqueaba su mente y le distraía como quién asecha, rondando desde muy cerca. Su cuerpo se empezaba a escarchar rápidamente, y su mente comenzaba a nublarse distante en la nada. El hielo prontamente se esparcía desde sus manos hacia el resto del cuerpo, y la delgada capa que lo cubría, se engrosaba cada vez más. Sin poder hablar, ya que sus cuerdas bucales yacían sin voluntad ante el tormentoso frío que le hacía retumbar de dolor en su estómago, concentrándose como un puñal producto de la tensión excesiva de su diafragma.
Cuando el hielo ya le cubría todo el cuerpo, su pensamiento fue uno sólo, y quiso escapar, salir corriendo donde pudiese encontrar aquel calor que le devolvería la vida en ese instante. La sensación física se fue transformando en necesidad desesperante, y trató de pensar sin lograrlo.
El cubículo donde se encontraba se congeló por completo, como una gran masa transparente, en cuyo contenido un cuerpo inmóvil daba cuenta de una aparente figura sin sentimientos, sin corazón, sin humanidad. Pero ahí estaba, un ser humano, como cualquier otro, vivo y totalmente emotivo, sufría su enclaustramiento en un total silencio.
Pasaron muchas horas más, hasta el punto de que el poco sol que alumbraba desde los grandes ventanales, bajó en su totalidad, y las luces de la ciudad daban pie anunciando que la noche prontamente se venía.
Muchas horas habían pasado en aquel estado, hasta que de pronto, aquel muchacho pudo reaccionar, captando cierta movilidad en sus extremidades, y dándose cuenta de que el hielo que le envolvía ya no estaba. No había nadie más en aquel lugar, y casi sin comprender se encaminó hacia la salida. Ya no sentía frío, pero la temperatura en el exterior era de cero grados.
Caminó por las calles por un rato, sin dirección, confuso en el abismo, y meditó sobre lo acontecido. Pensó que nadie le creería, y guardó en silencio sus emociones. Sintió frío nuevamente, pero el motivo era la calle donde estaba, hacía frío y era verdadero. Buscó refugio, realizó una llamada tratando de comunicarse con alguien, pero no se atrevió a confesar su insólita experiencia. Bajó en una estación de metro, buscando un lugar más apropiado, y poder detenerse un rato a reflexionar sobre el hecho. Se dio una pausa, y mientras estaba ahí volteó su mirada hacia unos dibujos esparcidos en el lugar.
Trató de calmarse, pero aquel frío le recordaba un porqué era más importante el deber que el querer, porque si quería, podría llegar a destruir sus tejidos, y posiblemente los del resto, con algo que en un momento dado ya no podría controlar. Entonces se calmó, y mientras escuchaba, pensaba, y mientras pensaba una paz retornaba a su vez que un calor casi incontenible se procesaba desde su estómago. Debía mantener la cordura, la mesura, y buscar la forma de no perder el control, porque si lo hacía, no pasaría desapercibido, y todo se destruiría.
Así fue como aquellos pocos minutos, le parecieron segundos, que contradictoriamente se transformaba en una lucha interior que lo transportaba en su mente hacia otros universos, donde el tiempo tomaba otra dimensión.
Control, para no destruir una vida, control para no destruir a muchas otras vidas. Control, para no sucumbir ante lo inevitable. Control que tal vez algún día perdería.
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