15 junio, 2009

Danzando con los violines (R)




Estaba oscuro, y sólo una prudente luz decaía desde un rincón del techo, la cual le seguía como mirando sus pasos dibujados en el suelo.

Lenta y suavemente sus brazos se extendieron hacia el cielo, abriendo sus manos en busca de la luz que iluminaba su rostro, blanco, pálido y pleno. Sus pies en un cuidadoso movimiento, anunciaban una búsqueda incansable de aquello que a ciencia cierta jamás terminaría., ni por todo el tesoro del mundo, ni por todos fugaces encuentros que alguna vez desearía.

Aquel piso de madera brillaba en resplandor, conjugados con sus designios, en una majestuosa armonía. Un giro cada vez, una mirada a su entorno, y una melancolía, desprendía de su ser, alegre y triste a su vez, como sal y azúcar vertidos en la fuente del sabor intenso de la danza sin prejuicios ni medidas. La música le seguía, a donde quisiera, y la sutileza se prendía de su cuerpo esbelto, como buscando una verdadera compañía. Ya sabía que su misión pronto concluiría, más mucho tiempo más no le quedaría. Mientras, el sonido de los violines, con sus largas y hermosas notas, le impulsaba hacia su pausado nuevo movimiento. Un giro a la vez, una tierna mirada y un saber que aún después de estar, estaré, se decía, en su más profundo pensamiento. Algún día ese sigiloso y prudente cobijo traerá de nuevo su encanto, y camuflado en algún nuevo motivo.

Casi se podía ver las figuras correctamente delineadas en gráciles círculos, construidos con pasión en cada paso que daba, libre y expresivo, mientras la luz le seguía, en aquella pista silenciosa, mientras aquel exquisito sonido, le guiaba desde sus oídos. Un paso a la vez, sin apuros, sin miedos, ya tan sólo como un regocijo, inmenso, y por siempre cautivo.

Bajó un instante su mirada, y recorrió sus pasos, a sabiendas de que nunca otro podría ser igual, porque así es la danza, libre como el más puro de los sueños, sin medidas, sin límites, sin términos. Entonces se detuvo, tan sólo un instante, abrió sus brazos, tan extensos como el viento, para luego, poco a poco, abrazar su esperanza, recuperada en un nuevo pensamiento. Sus pies eran ágiles, sutiles y suaves, al compás de aquellos hermosos y tranquilos sonidos.

Se abrazó en silencio, mientras el clarinete daba la señal precisa, curiosa, y mística, de que pronto acabaría, más él no quería, porque adoraba su música, su pequeño momento, su pequeña alegría. Pero algo sí era cierto, y es que sin importar la grandeza del viento, el tiempo jamás se detendría.

Era su última danza, una oportunidad única, un momento que sólo para sí tendría, cobijado por siempre en su mente, en su corazón y en sus humildes manos esquivas. Más allá de un ahora, más allá de otra nueva vida.

Sólo quedaba dar gracias a Dios, por aquella nueva oportunidad, un momento, una cualidad, expresada en la danza, fiel reflejo del movimiento, interminable, de aquella dulce melodía.

Así, por siempre, su música era su fiel compañía.


Pd.
Inspirada en la música de Wojciech Kilar
Un tema de la película Dracula.

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