Días de lluvia, un fin de semana largo, dónde pronto todo se vuelve gris. Tal como lo sospechaba, mi visión de hace años se hacía presente. No quiero ver y veo, era cuestión de tiempo y todo cambia, una vez más.
La verdad es que no sé que decir, todo palidece ante esto, y nada será igual, ya lo sé. Pero como siempre, debo mantener la calma, aquella que siempre me acompaña en los momentos duros como este, pero internamente el conflicto se establece. Soy un caos, soy un espíritu impaciente. No es justo, su alegría, su optimismo, su sonrisa, irá siendo opacada por un tal vez ya no. Que frágil parece mi niña, y pese a todo, aún así, sonríe. Despierto cada dos horas, y les escucho respirar, mis sueños se confunden en un profundo pensar, las cosas son tan diferentes en ese lado, casi silencioso, donde todo es posible, donde puedo ver otra realidad, una que respira un poco más allá. Es raro, la lógica establece patrones de conducta a seguir en este nuevo hilo, pero la parte emotiva no parece reaccionar con cordura, el conflicto interno hace que las defensas bajen, que los kilos desaparezcan una vez más, y que todo sea como un nuevo día sin pesar.
Pero la esperanza es lo último que se pierde, dicen, y aunque en mis recuerdos lo he visto una y otra vez, y el resultado es siempre el mismo. No temo, o quizás sí, no sé como debiese ser en estos casos una reacción “normal”. Veo todo tan distinto, que esto aterriza mis sienes hasta el punto de ahogar la pena en un lamento sin final. No es así como debiese seguir la historia. ¿Qué hacer ahora?, ¿Cómo continuar?, el camino que tan claro en un comienzo era, la lluvia lo distorsiona, y el sendero que una vez fue, ya no es igual. Bueno, nunca es igual, pero si era razonablemente estable, como para seguir y avanzar. Ha quedado una huella que nunca más se ha de volver a pisar, por lo menos ya no de la misma forma. Donde antes eran tres, tal vez seguirán sólo dos, y confieso, tengo miedo. En otros casos, ajenos, el resultado siempre ha sido así, no he visto excepciones, y no he visto piedad. Es algo que no debo exteriorizar, porque sencillamente no sirve hacerlo. Debo ser positivo, incluso bromear para hacer que todo sea más liviano, sonreír aunque dos gotas rueden una vez más sobre mis mejillas, que en silencio he de estar. Hacer que todo sea más sostenible, aún cuando sé que todo esto, recién empieza.
La realidad es así, aquella que tanto reniego, aquella que tan rebeldemente me niego a creer. ¿Por qué?, ¿Por qué?... Estúpidas preguntas que más de alguno se ha hecho, y que en vano respuestas han de tener. Así y todo, mientras escribo ahora, tiembla en la ciudad. Un remezón, hace vibrar fuertemente el edificio, es una señal, algo ha cambiado en este preciso momento, algo distinto pasa… algo que no termina aquí ni ahora, más antes de lo previsto ese algo, ha de continuar. Control… es mi única esperanza.
No sabía lo que sucedía, eran las 10:30 AM, un día lunes, como cualquier otro y sentía un frío inusual. El lugar estaba temperado, acondicionado, pero sus manos temblorosas daban una clara señal de que su temperatura había descendido por debajo de los límites normales, hasta el punto de que sus palmas se han puesto azules.Esto era real, porque a simple vista su piel blanca se hacía casi transparente, pudiendo ver claramente sus venas como verdaderos caminos que se entrecruzaban en distintos puntos.No hacía frío, pero estaba congelándose, su voz se iba diluyendo cada vez más, mientras su latido se hacía cada vez más inestable, y como si estuviese cerca y distante a la vez.
Pasaron así las horas, la temperatura bloqueaba su mente y le distraía como quién asecha, rondando desde muy cerca. Su cuerpo se empezaba a escarchar rápidamente, y su mente comenzaba a nublarse distante en la nada. El hielo prontamente se esparcía desde sus manos hacia el resto del cuerpo, y la delgada capa que lo cubría, se engrosaba cada vez más. Sin poder hablar, ya que sus cuerdas bucales yacían sin voluntad ante el tormentoso frío que le hacía retumbar de dolor en su estómago, concentrándose como un puñal producto de la tensión excesiva de su diafragma.
Cuando el hielo ya le cubría todo el cuerpo, su pensamiento fue uno sólo, y quiso escapar, salir corriendo donde pudiese encontrar aquel calor que le devolvería la vida en ese instante. La sensación física se fue transformando en necesidad desesperante, y trató de pensar sin lograrlo.
El cubículo donde se encontraba se congeló por completo, como una gran masa transparente, en cuyo contenido un cuerpo inmóvil daba cuenta de una aparente figura sin sentimientos, sin corazón, sin humanidad. Pero ahí estaba, un ser humano, como cualquier otro, vivo y totalmente emotivo, sufría su enclaustramiento en un total silencio.
Pasaron muchas horas más, hasta el punto de que el poco sol que alumbraba desde los grandes ventanales, bajó en su totalidad, y las luces de la ciudad daban pie anunciando que la noche prontamente se venía.
Muchas horas habían pasado en aquel estado, hasta que de pronto, aquel muchacho pudo reaccionar, captando cierta movilidad en sus extremidades, y dándose cuenta de que el hielo que le envolvía ya no estaba. No había nadie más en aquel lugar, y casi sin comprender se encaminó hacia la salida. Ya no sentía frío, pero la temperatura en el exterior era de cero grados.
Caminó por las calles por un rato, sin dirección, confuso en el abismo, y meditó sobre lo acontecido. Pensó que nadie le creería, y guardó en silencio sus emociones. Sintió frío nuevamente, pero el motivo era la calle donde estaba, hacía frío y era verdadero. Buscó refugio, realizó una llamada tratando de comunicarse con alguien, pero no se atrevió a confesar su insólita experiencia. Bajó en una estación de metro, buscando un lugar más apropiado, y poder detenerse un rato a reflexionar sobre el hecho. Se dio una pausa, y mientras estaba ahí volteó su mirada hacia unos dibujos esparcidos en el lugar.
Trató de calmarse, pero aquel frío le recordaba un porqué era más importante el deber que el querer, porque si quería, podría llegar a destruir sus tejidos, y posiblemente los del resto, con algo que en un momento dado ya no podría controlar. Entonces se calmó, y mientras escuchaba, pensaba, y mientras pensaba una paz retornaba a su vez que un calor casi incontenible se procesaba desde su estómago. Debía mantener la cordura, la mesura, y buscar la forma de no perder el control, porque si lo hacía, no pasaría desapercibido, y todo se destruiría.
Así fue como aquellos pocos minutos, le parecieron segundos, que contradictoriamente se transformaba en una lucha interior que lo transportaba en su mente hacia otros universos, donde el tiempo tomaba otra dimensión.
Control, para no destruir una vida, control para no destruir a muchas otras vidas. Control, para no sucumbir ante lo inevitable. Control que tal vez algún día perdería.
Llueve en Santiago, una tormenta que ha viajado desde lejos inunda esta ciudad, imponente, causando desmanes y destrozos, el viento con furia mueve los árboles, incluso hasta aquellos que son fuertes y frondosos. Dos gotas de agua, quien lo dijera, y la ciudad sucumbe ante una naturaleza desmedida.
Eran las 11:00 PM, y el cansancio vencía mis sentidos, y sin más me fui a acostar, dormí como un lirón, y a las 4:00 AM desperté una vez más. El sonido constante e incesante de la lluvia me acompañaba esta vez. Algunos vehículos a lo lejos, buses, y autos, ya empezaban a dar muestras de que la vida nunca para, nada se detiene, y un nuevo día pronto comenzaría.
Es curioso, pero sin ser religioso, tengo en mi escritorio una Biblia, título del libro: “Traducción del Nuevo Mundo de las Santas Escrituras”, con una página abierta al azar, desde el día ayer, me ha llamado la atención, página 852, Proverbios 22:23.4, que dice, textual: “No te afanes por obtener riquezas. Cesa de tu propio entendimiento”.
Pensaba, que en la vida siempre se nos presentan situaciones, y que la misma se podía visualizar a través de una balanza, en donde teníamos que reflexionar sobre cuanto el que hemos hecho, y que es lo que nos queda por hacer, cuanto hemos obtenido y cuanto hemos sido capaces de ofrecer. La cuestión es que sin importar el cuanto, debemos mirar el qué, porque en definitiva, nuestras vidas trascienden debido a que hemos hecho algo que ha producido un cambio, que se impregna en la mente de unos pocos, y que a su vez, tarde o temprano, se retransmitirá a otros, que sin querer, y sin saber quién, ni como ni cuando, habrán recibido el mensaje en su propio ser, cambiando inevitablemente sus propios destinos.
Así es la lluvia, así es la Biblia, así son los distintos caminos, a veces buenos, a veces malos, con sus altos y bajos, pero la balanza no miente, y hay que ser muy ciegos para no ser un agradecido de la vida, por aquello que ya poseemos. No me refiero a cosas materiales, sino a lo que hemos logrado como personas, de bien, más no de bienes. Las cosas van y vienen, hay momentos gloriosos, otros no tanto, y aunque tengas mucho o poco, las cosas se evaporan, enfermedades, tragedias, o son arrasadas por el lluvia o el viento. Pero el cariño hacia los demás, el aprecio, el respeto, los sentimientos, nos devuelven siempre la esperanza de un nuevo y mejor destino. Esto no es conformismo, no señor, esto es saber que si se pudo lograr una vez, se tiene la capacidad de obtenerlo una y otra vez, porque un buen espíritu es aquel que nunca se queda quieto, y siempre hay un bichito que nos mueve a buscar siempre algo mejor, haciendo que la vida sea más digna.
No hay que enrollarse en tonteras, para qué perseguirse tanto, porque no apreciar aquellos buenos y hermosos momentos, esos que sí valen la pena.
Los problemas siempre estarán presentes, sean buscados o no, llegan inesperadamente, pero lo importante no es enfrentarlos, sino tener la sabiduría emocional suficiente para manejarlos.Hacer de lo equívoco algo bueno, hacer que un árbol torcido enderece, pero sin dañarlo, hacer que una tarea sea divertida, que lo entregado no sea en vano.
No hay más sinceridad que la insistencia, que la trascendencia, que la propia existencia. Algo hacemos, algo cambia, algo no hacemos, y nada pasa, pero el tiempo intercede siempre y todo lo cambia. Tanto que cuidamos tantas cosas, o por lo menos eso decimos, pero he visto que igual una pared se llena de hongos en invierno, si no la cuidamos como es debido. La lluvia, la humedad, el tiempo, templan hasta lo más preciado de los objetos. Eso no tiene nada de especial, y no establece ningún designio, simplemente es lo que normalmente sucede cuando aquello que creemos bien resguardado, en realidad lo hemos dejado abandonado. Son sólo cosas, meros objetos, sin mayor importancia, pero sin embargo, su contenido, es un mensaje verdadero y sincero que siempre ha existido, sin importar lo borroso, gastado o deteriorado que esté, la nitidez del mismo, no está en el objeto, sino en su significado.
He visto muchas casas, grandes y pequeñas, sobretodo las antiguas, deterioradas, aún pese al afán de sus dueños, por pintarlas, restaurarlas, y cuidarlas. Otras a su vez, abandonadas, dejadas, descuidadas y casi desiertas. Pero todas cambian, transformándose poco a poco según pasa el tiempo.
Tanto he vivido, que alguien alguna vez me dijo que era un “lolosaurio”. Creo que es cierto, una definición graciosa, a fin de cuenta nací como un fósil que ha evolucionado con el correr de los años, viendo una y otra vez como la lluvia va limpiando los cielos, y dejando una huella profunda en muchos cimientos, y yo aquí, escuchando el viento, el agua golpeando, siento que no he cambiado, en esencia el mismo, aunque el espejo diga lo contrario.
Hasta el último de sus días, aquel hombre siempre vigoroso, se sentó a la sombra de un árbol, y como casi mirando al cielo, en su rostro una sonriza quedó. El motivo, muy simple, era el preciado recuerdo de un ser amado que siempre le acompañó.
Por eso, disfruto plenamente lo que tengo, poco o mucho, eso no importa, más sí la familia y los seres queridos, que de alguna manera me han enseñado que es hermoso vivir, porque en realidad no estamos solos, ya que siempre habrá alguien que nos recuerde, con aquel mismo sincero cariño.
Nota: Está claro que este vídeo tiene un propósito meramente comercial, y que su objetivo principal es vender un producto, pero sí tiene la esencia de un mensaje positivo. Quita la publicidad, cierra los ojos un momento, escucha, y veras que tiene razón.
Que puedo decir, simplemente gracias, que hermoso. No pude resistir la tentación y escuchar el dulce clamor de los violines al compás de esas largas y tranquilas notas, imaginando un entorno libre entre aquellos verdes jardines y el viento clamando por un minuto de paz. La música, que invención más maravillosa, sin palabras, diciendo todo en cada nota, haciendo que los sentidos vuelen entre ideas y pensamientos, puros, simples, y serenos, sin pedir nada a cambio, más sólo sentir la dicha de saber que no estamos solos en este mundo, y que todo es posible. Creo que hay mucho por hacer, y motivación de sobra para seguir viviendo. Quién puede decir que la felicidad no se puede encontrar en las cosas simples de la vida, que más sencillo y grandioso es poder ver, a través de la música, aquellos lugares lejanos y discretos, que siempre han existido insertos en nuestro propio mundo interior. Apreciar el arte, la disciplina, la armonía, la genialidad de la creación, por medio de los sentidos, aquellos que están más allá de los que cotidianamente conocemos. Gracias una vez más. Que bonito regalo.
Estaba oscuro, y sólo una prudente luz decaía desde un rincón del techo, la cual le seguía como mirando sus pasos dibujados en el suelo.
Lenta y suavemente sus brazos se extendieron hacia el cielo, abriendo sus manos en busca de la luz que iluminaba su rostro, blanco, pálido y pleno. Sus pies en un cuidadoso movimiento, anunciaban una búsqueda incansable de aquello que a ciencia cierta jamás terminaría., ni por todo el tesoro del mundo, ni por todos fugaces encuentros que alguna vez desearía.
Aquel piso de madera brillaba en resplandor, conjugados con sus designios, en una majestuosa armonía. Un giro cada vez, una mirada a su entorno, y una melancolía, desprendía de su ser, alegre y triste a su vez, como sal y azúcar vertidos en la fuente del sabor intenso de la danza sin prejuicios ni medidas. La música le seguía, a donde quisiera, y la sutileza se prendía de su cuerpo esbelto, como buscando una verdadera compañía. Ya sabía que su misión pronto concluiría, más mucho tiempo más no le quedaría. Mientras, el sonido de los violines, con sus largas y hermosas notas, le impulsaba hacia su pausado nuevo movimiento. Un giro a la vez, una tierna mirada y un saber que aún después de estar, estaré, se decía, en su más profundo pensamiento. Algún día ese sigiloso y prudente cobijo traerá de nuevo su encanto, y camuflado en algún nuevo motivo.
Casi se podía ver las figuras correctamente delineadas en gráciles círculos, construidos con pasión en cada paso que daba, libre y expresivo, mientras la luz le seguía, en aquella pista silenciosa, mientras aquel exquisito sonido, le guiaba desde sus oídos. Un paso a la vez, sin apuros, sin miedos, ya tan sólo como un regocijo, inmenso, y por siempre cautivo.
Bajó un instante su mirada, y recorrió sus pasos, a sabiendas de que nunca otro podría ser igual, porque así es la danza, libre como el más puro de los sueños, sin medidas, sin límites, sin términos. Entonces se detuvo, tan sólo un instante, abrió sus brazos, tan extensos como el viento, para luego, poco a poco, abrazar su esperanza, recuperada en un nuevo pensamiento. Sus pies eran ágiles, sutiles y suaves, al compás de aquellos hermosos y tranquilos sonidos.
Se abrazó en silencio, mientras el clarinete daba la señal precisa, curiosa, y mística, de que pronto acabaría, más él no quería, porque adoraba su música, su pequeño momento, su pequeña alegría. Pero algo sí era cierto, y es que sin importar la grandeza del viento, el tiempo jamás se detendría.
Era su última danza, una oportunidad única, un momento que sólo para sí tendría, cobijado por siempre en su mente, en su corazón y en sus humildes manos esquivas. Más allá de un ahora, más allá de otra nueva vida.
Sólo quedaba dar gracias a Dios, por aquella nueva oportunidad, un momento, una cualidad, expresada en la danza, fiel reflejo del movimiento, interminable, de aquella dulce melodía.
Así, por siempre, su música era su fiel compañía.
Pd. Inspirada en la música de WojciechKilar Un tema de la película Dracula.
Vi sus ojos llorosos, aclamantes, desposeídos en el abismo de la nada, buscando ansiosos la presencia que quien presente ya estaba. Un temor constante a lo largo de toda una vida (muy propio del género). Nada podía hacer, pese a que le acompañaba, y le extendía mi mano intentando regocijar la suya, tan delgada como la delicada mirada que se extendía, con algún rastro de un entonces, un tal vez, un quizás, un quién eres, o que hacías?. Había pasado tanto tiempo, y lo inevitable estaba presente, tal cual como lo había imaginado. Tenía sobre los 90, y ya su energía iba sucumbiendo tras la impugnable voluntad de la soledad, al término de sus días.
Más tarde, sólo pude meditar sobre aquel momento, y recordé otros, como cuando vi su rostro otra vez, y me hizo sentir vulnerable. Ya nada era igual, todo parecía tan diferente, pero su esencia aún estaba, vigente, conectándose nuevamente, como tratando de detener aquel tiempo que alguna vez existió y lo dejamos pasar por nuestras infantiles necedades. Pero en fin eran casi 50, aún vigorosos, pero nunca más iguales. Con todo un camino recorrido, con todo lo querido logrado y con creces, casi todo a sus pies, pero que de vez en cuando, recordaba que no todo poseía, y que aveces, en soledad se sentía.
Luego vi su ternura, en una fracción de segundos y lo percibí, fuerte y claro, tras una puerta que no me permitía ver, pero igual vi su rostro, blanco y liso, armonioso, y sigiloso. Su dulce voz bastó para entender que pese a todo lo bueno y malo de esta vida, existen los momentos, aquellos que atesoramos, aquellos que aveces, esquivos son, y deseamos, en silencio, en un pensamiento. No tenía mucho más de 30 y algo aún faltaba, como si fuese una carencia, quizás una necesidad, una comprensión, en aquella soledad que no existía, pero que sin embargo, presente se hacía.
Seguí caminando y casi 10 años tenía, era toda una vida, aún no recorrida, pero ahí estaba, sin tregua, sin medidas, una soledad que de vez en cuando le hacía sentir vacía. Y así lo escribió, fuerte y claro, sin más, libre, abrazando la esperanza de un después, emergente con apenas un poco de lo que conocía. Miedo sentía, por las noches buscaba refugio, en unos brazos grandes y fuertes, que con ternura le acogían.
Ahora lo sé, y te reconozco, eres tú soledad, aquella que tantas veces me has hecho compañía, tu que estas en mi mente, y en la de ellas, valiosas, divas y sencillas, cada una con su propia historia, que sin importar el tiempo, llega un momento en que nos hace sentir una dulce fantasía, una ilusión, y porqué no, una realidad que va más allá de una tan anhelada y sincera, compañía.
Pd.
Sólo me queda una pregunta. Entonces, con quién conversamos, refugiados en nuestros más profundos pensamientos, tanto de noche, como de día?
Muchas veces deseamos un momento de paz y poder compartir destrezas y habilidades, pero basadas en la sutileza exacta de lo imposible y lo simbólico. Que mejor que una lucha cuerpo a cuerpo para demostrar esta teoría:
En la oscuridad de la noche, donde sólo la luz de un titilante televisor acompañaba, como siempre, en pos de entretener y distraer después de una ardua jornada, se encontraba, tranquilo en su lecho aquel joven. Todo era normal, un vaso de Orange y unas galletas Crack le acompañaban, mientras todos dormían, pero el no. Buscaba esparcimiento liviano, y se detuvo un instante en su serial médica favorita.
De pronto, su pulso cambió paulatinamente, y una leve nostalgia fue transformándose prontamente en pena, que al poco rato humedecieron sus ojos sin motivo aparente.
Buscó entre sus recuerdos, sus vivencias, un motivo para tal fenómeno, pero no quiso ahondar más allá, porque la imaginación suele distorsionar a una sensación. Su latido era incontenible, y un nudo en su garganta se acrecentó.
No lo dudó, ni por un momento, y apagó todo, procurando dormir refugiándose en su cansancio. Debía dormir, y así pasó por lo menos una hora más, tratando de encontrar una respuesta a lo evidente.
Una a una las hojas esparcidas en el piso se hacían escuchar, en un crujiente encuentro con sus robustos zapatos, muchas veces se movían al compás del viento, como queriendo cederle el paso a aquel hombre, que meditaba absorto en sus pensamientos, mientras apreciaba ese leve detalle de la naturaleza.
Casi sin dirección, en pasos tranquilos y pausados, dejaba fluir sus manos, discretamente, en el espacio vacío, como queriendo coger algo que no existía. La sutileza con que se movían sus dedos era imperceptible para el resto de los transeúntes que pasaban a su lado sin notar su presencia.
De pronto, se detuvo un instante, respiró hondo, y extendió levemente sus brazos, aparentemente, porque ya había logrado tocar aquello que anhelaba. Entonces, se dio un momento, y poco a poco empezó a sentir un cosquilleo en sus palmas, teniendo así, la certeza de estar tocando algo, pero sin tocarlo. Eran otras manos, pequeñas y delicadas, tersas y suaves, que sujetaban un lápiz de grafito que se movía entre aquellos inquietos dedos. Cuando por fin pudo captarlo, y el movimiento del lápiz se detuvo de inmediato, y un minúsculo escalofrío se dejaba ver en la piel.
Con mucha ternura y cuidado, desplazó la yema de sus dedos por encima, y sin ver, pudo ver que esos ojos se cerraban en un lentísimo parpadear, como queriendo dormir en aquella cautivadora sensación. Pudo apreciar que su piel cambiaba de textura, y los finos vellos se erizaban en la medida que sus manos le tocaban sin tocar. Una música en sus oídos, le aislaba del mundo exterior, y producía un ambiente de profunda paz. No pretendía nada, absolutamente nada, más, tan sólo sentir la cálida textura de sus manos entre las suyas.
Cuando recorrió su muñeca, y luego fue por su antebrazo, y se sintió osado, porque percibía como su respiración y la de ella cambiaba. Inmediatamente, recordó el motivo de su reprensión al ver que las hojas a su rededor fluían en torno a él, como si fuese un remolino otoñal. Entonces se detuvo, y las hojas cayeron a sus pies, mientras las miradas atónitas de los transeúntes oscultaban curiosos el lugar donde estaba, porque ahí, no había nadie, más que sólo las hojas.
Los transeúntes, al ver que la ventisca cesaba, continuaron su camino con ajena normalidad. Algunos comentaban el fenómeno sucedido, otros simplemente no supieron apreciar aquello que no entendían y continuaron sometidos en dirección a sus cotidianas rutinas.
Sólo las hojas fueron real testigo, de algo tan sutil y mágico, como el tacto de un ser, que simplemente buscaba respuestas en las delicadas manos de otro ser.
A fin de cuenta sólo somos humanos, sujetos a nuestros temores, a la desconfianza, o al exceso de lo contrario. La naturaleza nos enseña una y otra vez, y así, una y otra vez caímos bajo el embrujo seductor de aquello que nos conmueve, que nos gusta, que nos atrae, que nos cautiva, un dibujo, un paisaje, una casa, un árbol, un aroma, un después, una señal, una insistencia, un gesto, una cortesía, una mirada, un “no te haré nada”, un… Elemento fácil, predecible, para cualquier hábil cazador que no descansará hasta seducir a su presa. Es simple, se llama paciencia, insistencia, perseverancia. La recopilación de pequeños instantes recogidos con hábiles tácticas. Un camuflaje perfecto del cual no se sabe la verdadera intención, por obvia que esta sea, simplemente porque no se quiere ver.
Es curioso, pero pese a la experiencia, la fascinación nubla la visión, y aquellas cosas que alguna vez fueron terribles, con el pasar del tiempo van quedando atrás, y por mucha memoria que se pretenda, nunca es igual. Quizás, por eso confiar en los recuerdos sea un sopesar entre lo nuevo y lo antiguo, y cuando una venda nos quita la visión de lo real, nos conformamos con el simple hecho de dejarnos llevar. Es triste, da pena, y una nostalgia más allá de lo imaginable, ver que el más grande devorará tarde o temprano al más pequeño.
Es la naturaleza, instinto de supervivencia, por mucho intelecto que aparezca, es simple habilidad hasta que el cazador sacie su hambre, y eso deje consecuencias. Aunque sea cierto, que no se debe vivir pendiente de las consecuencias. Que contradicción.
La curiosidad, aún sujeta a lo evidente, hace un camino aún más fácil, pero en fin, los seres vivos son así, desconfiados cuando no deben, y confiados también cuando no deben.
La realidad es algo incierta, nunca se sabe, tal vez un latido y un momento sea la única verdad que se encierra por años, y que no necesita mayor explicación, ni comentario, escapa a la voluntad, a la naturaleza, porque no persigue, no insiste, no pide nada a cambio, sólo existe, como siempre ha existido. Eso, si da pena.
Un sueño, un pensamiento, una sensación, reprimida o no, es lo único tangible que se guardará por siempre, en el más profundo silencio de lo meramente real y existente, sin medida, sin presencia, sin pedir nada a cambio, libre, sensible, y por siempre, presente.