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El sol daba sus primeros rayos, iluminando el gran ventanal cercano al cielo de una hermosa casa construida no hace mucho, en madera y cemento, con el corazón y esmero de un sueño por fin hecho realidad.
Debía entregarse a su naturaleza y dormir durante el día era el único camino que conocían sus ojos. El cansancio le vencía, pero esta vez era distinto, un tiempo más relajado, un tiempo más extenso en la tranquilidad de un silencio que era interrumpido sólo por la irrespetuosidad de unos grillos, unas gaviotas a lo lejos en la osadía del mar, y el tic tac mecánico de las horas que transcurrían sin cesar.
La sangre fluía con un espesor distinto, sus latidos lentos y fuertes podían sentirse desde lejos, y su respiración inusual, parecía susurrar en un silencio eterno ahogado en su soledad.
Estaba condenado a sus emociones, y a su vez estaba prendido de la magia que envolvía su existencia, la cual por algún motivo, era distinta a los demás.
Se preguntaba a veces, si todo lo que le rodeaba sería cierto, o sólo era como esos cuentos en que cada ser era portador de su propio mundo, o que simplemente todo se trataría de una mera confabulación, para hacerle creer en una existencia de la cual no podría escapar.
Muchas preguntas circulaban en su mente, y pese a cierta decepción, aún guardaba algo de fe en aquello que conformaba su propia "realidad". Sus sentidos o su imaginación estaban en juego, porque a veces, todo parecía tan nítido en su mente, como una especie de percepción, donde una y otra vez, en su cabeza, un diálogo eterno se pronunciaba sin cesar.
Miró entonces a su rededor, y no vio a nadie más.
Pero como era posible estar así, con esa extraña sensación, sumido en la nada, al punto de casi poder tocar otra existencia sin estar.
Pensó entonces, porque así lo quiso pensar, que todo era sólo su imaginación, y que nada podía ser verdad, porque lo "intangible" no existe, y la verdad sólo en lo "tangible" era posible de encontrar, en este mundo único, tan propio, tan personal, dónde sólo el susurro de los silencios, por siempre le han de acompañar.
Debía entregarse a su naturaleza y dormir durante el día era el único camino que conocían sus ojos. El cansancio le vencía, pero esta vez era distinto, un tiempo más relajado, un tiempo más extenso en la tranquilidad de un silencio que era interrumpido sólo por la irrespetuosidad de unos grillos, unas gaviotas a lo lejos en la osadía del mar, y el tic tac mecánico de las horas que transcurrían sin cesar.
La sangre fluía con un espesor distinto, sus latidos lentos y fuertes podían sentirse desde lejos, y su respiración inusual, parecía susurrar en un silencio eterno ahogado en su soledad.
Estaba condenado a sus emociones, y a su vez estaba prendido de la magia que envolvía su existencia, la cual por algún motivo, era distinta a los demás.
Se preguntaba a veces, si todo lo que le rodeaba sería cierto, o sólo era como esos cuentos en que cada ser era portador de su propio mundo, o que simplemente todo se trataría de una mera confabulación, para hacerle creer en una existencia de la cual no podría escapar.
Muchas preguntas circulaban en su mente, y pese a cierta decepción, aún guardaba algo de fe en aquello que conformaba su propia "realidad". Sus sentidos o su imaginación estaban en juego, porque a veces, todo parecía tan nítido en su mente, como una especie de percepción, donde una y otra vez, en su cabeza, un diálogo eterno se pronunciaba sin cesar.
Miró entonces a su rededor, y no vio a nadie más.
Pero como era posible estar así, con esa extraña sensación, sumido en la nada, al punto de casi poder tocar otra existencia sin estar.
Pensó entonces, porque así lo quiso pensar, que todo era sólo su imaginación, y que nada podía ser verdad, porque lo "intangible" no existe, y la verdad sólo en lo "tangible" era posible de encontrar, en este mundo único, tan propio, tan personal, dónde sólo el susurro de los silencios, por siempre le han de acompañar.
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