29 junio, 2011

Kilómetro y medio





Jhon iba por la carretera a no más de 120 Km/h, era una mañana radiante, y no era para menos, estaba contento de haber obtenido un inesperado ascenso y unos días libres para disfrutar con su familia. Viajaba desde muy lejos, y pese a la distancia, prefería siempre los trayectos terrestres.

Llevaba un regalo para su hija en el asiento delantero, era un canario de hermoso plumaje, en una jaula específicamente adornada para la ocasión.

Mientras viajaba, notó que el ave comenzó a revolotear con cierta inquietud, por lo cual puso algo de música mientras esperaba el noticiero, para saber del clima, que inesperadamente se nublaba.

Muchos kilómetros adelante, observó como diminutas hormigas, un centenar de vehículos que se encontraban totalmente detenidos en una pendiente pronunciada.

Sintió fastidio, pero procuró la paciencia que siempre le caracterizaba, no obstante, en la medida que avanzaba, observaba que el ave mostraba cada vez mayores signos de desesperación y nerviosismo incontrolado.

Rápidamente sacó de su guantera una funda para cubrir la jaula y así procurar que el ave se calmara, continuando su camino con lentitud y precaución.

El noticiero anunciaba un cambio en el clima y una variación drástica en la temperatura del sector en que estaba. Con su mano derecha, trató de sintonizar mejor el dial que portaba cierto ruido e interferencia, seguramente por el roquerío adjunto de los cerros aledaños que impedían el paso limpio de la señal.

Cuando ya estaba próximo a la caravana, se fue adentrando en una densa neblina inesperada, a lo cual prendió las luces que apenas iluminaban, por fuerte espesor del celaje. No pasaron muchos minutos, y tras avanzar muy lentamente, las luces de su vehículo comenzaron a parpadear, y la marcha se volvió irregular.

Finalmente se detuvo, a un kilómetro de los demás, con el vehículo que ya no arrancaba.

Reacomodó sus lentes mientras refregaba sus ojos, tratando de conciliar su ánimo. Lo único que era visible, eran algunas siluetas irreconocibles que se acercaban a varios metros, con torpes movimientos.

Se quedó en silencio algunos segundos, abrió su ventana y puso atención en su entorno. Su extrema sensibilidad tal vez le permitiría apreciar algo de lo ocurrido, o quizás podría preguntar a alguien de lo acontecido.

Notó que el ave bajo la funda, ya no revoloteaba en la jaula, y le pareció inquietante.
Soltó su cinturón de seguridad y se dobló con cierta incomodidad hacia el costado derecho, para retirar la funda que cubría la jaula. Lo hizo con mucha lentitud y cuidado para no asustar al ave.

Al descubrirla por completo, las pupilas de Jhon se dilataron desmedidamente, y su rostro se empapó en pavura, palideciendo al instante. El ave yacía incrustada entre los duros alambres retorcidos que le cruzaban. - ¿Qué es esto?, se preguntó con desazón.

Salió del auto, y al instante sintió ardor en su rostro. Pese a la niebla, el sol parecía tostar su delicada piel más rápido que lo acostumbrado. - ¿Sería coincidencia?..., o quizás todo estaría relacionado. - ¿Qué diablos sucede?... se preguntaba una y otra vez.

Volvió al interior del vehículo sin poder comunicarse con ninguno de los otros conductores, que aún avanzaban en su dirección. Por precaución, procuró cerrar su ventana, girando la manivela con destreza. De pronto, una persona se apegó a su ventana apoyando ambas manos en el vidrio semiabierto aún, con una irracionalidad descontrolada en su mirada. Seguramente algún tipo de pánico colectivo estaría manifestándose tras el fenómeno climático, y por consiguiente había que salir lo más pronto posible de aquel lugar.

El vehículo no arrancaba, y rápidamente Jhon entró en desesperación, mientras más y más personas con sus rostros desencajados se le acercaban.

El móvil, mayoritariamente mecánico, necesitaba el accionar de la batería que sin duda estaba estropeada, mientras forcejaba con el cierre de la ventana. Sacó un destornillador de la guantera y ligeramente clavó la mano que le forcejeaba, logrando cerrar por completo el ventanal. Luego quitó una tapa que quedaba debajo del volante, dejando expuesto algunas piezas mecánicas que conocía perfectamente. De su bolsillo sacó un chispero que acercó al enjambre de piezas, logrando la primera explosión de uno de los cilindros que permitió el accionar del resto. El motor funcionaba erráticamente, pero era suficiente como para arrancar rápido, dejando tras de sí al grupo que aún le seguía.

A media marcha, pudo avanzar por un camino aledaño, alejándose a una distancia prudente de la carretera, y se adentró en una zona casi desértica.

Desde lejos, se podía apreciar que la mayoría que había salido de sus autos, caminaban en una forma tambaleante, e inestable, y muchos de ellos también se encontraban insertos entre los fierros de los carros, como si se hubiesen fusionado con el metal.

Sacó su celular para pedir ayuda, pero estaba muerto, como si toda la energía de la batería se hubiese ido de pronto, al igual que el panel del auto. Buscó su linterna, y la encontró en las mismas condiciones. Nada eléctrico funcionaba.

Avanzó varios kilómetros, rodeando el nubarrón que comenzó a destellar ciertas descargas eléctricas, como si todo se tratase de una gran tormenta.

Después de varios minutos, el retrovisor no daba señales de que estuviera siendo seguido, no vio a nadie. Definitivamente había sido el primero y el único en tomar a tiempo la determinación de salir prontamente de aquel lugar.

Se calmó, respiró hondo, y revisó nuevamente la jaula, quedando perplejo, y ante la impresión, prefirió cubrirla de inmediato. Revisó su ropa que estaba ligeramente adherida al asiento y al volante. Observó con atención sus manos, luego se miró en el espejo retrovisor central, el cual estaba levemente torcido.

Algo muy extraño sucedía, y mientras se reacomodaba, comenzó a escuchar un fuerte estruendo desde el interior del motor. El parabrisas se arqueaba de una manera ilógica, y la temperatura ascendía súbitamente hasta el punto que el calor fue insoportable. El volante parecía derretirse en sus manos, y el asiento se hacía cada vez más blando, y todo dentro del vehículo parecía cambiar de forma, como queso derretido.

Definitivamente, el calor no era el motivo, pero si no salía pronto de ahí, estaría al igual que el ave, fusionado entre fierros retorcidos. Entonces, abrió la puerta tan rápido como como pudo, y corrió hacia unas rocas cercanas, arrimándose bajo su sombra.

Miró su auto, y su espanto le enmudeció al contemplar como el vehículo era reducido a chatarra comprimida en forma de esfera.

Luego de unas horas, su escasa visión, a lo lejos sólo le permitía constatar que la niebla se iba diluyendo poco a poco, así como también los que estaban en ese lugar. No podía creer lo que sucedía.

El atardecer pronto se convertiría en noche, y continuó su camino a pie. El calor había cesado al fin, y aún faltaban varios kilómetros por recorrer. Luego, después de casi cuatro horas de una extenuante caminata, logró por fin distinguir las luces intermitentes de la ciudad.

Subió con dificultad una loma, quedándose de pié, inmóvil, por algunos minutos en la cima, constatando que la irregularidad no sólo abarcaba la carretera, sino, se había extendido varios kilómetros, apoderándose de la ciudad.

Nada funcionaba, por lo menos, nada eléctrico, y las luces que desde lejos parpadeaban, resultaron ser los destellos de innumerables zonas incendiadas.

Cuando logró llegar a la ciudad, su pavor se transformó en desolación, todo estaba revuelto, como un cajón vaciado sin cuidado con todo sus contenido esparcido y suspendido en el aire.

- ¿Qué rayos había sucedido?...

Pronto lo sabría… o tal vez no, pero lo concreto era llegar.

Tras entrar en la ciudad, reconoció un letrero de esquina que aún permanecía erguido y algo legible, que indicaba una distancia, una que no podía ignorar, porque donde fuese que estuviera, sabía perfectamente que su destino pronto llegaría, asumiendo una respuesta que tal vez no querría averiguar, a menos de un kilómetro y medio.

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