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El reactor estaba al máximo, era necesario mantener una temperatura exacta, lo suficiente como para que las bombillas incandescentes prendieran sin incinerar el recinto. Eran 1000 grados de temperatura comprimidos en un dispositivo esférico de menos de un milímetro de diámetro, lleno de un enjambre de conectores en forma de hebras que otorgaban almacenamiento de información y energía a toda una ciudad.
No era un trabajo fácil, porque la baja de temperatura simplemente provocaría que el reactor se apagase progresiva e irremediablemente. Un grado más, y todo se destruiría en una forma catastrófica.
El acercamiento prolongado generaba un incremento en la temperatura, que peligrosamente era asimilado por los censores del reactor, por consiguiente, la sobre exposición no era recomendable, por la rápida activación del flujo de energía que irradiaba. No obstante, era un dispositivo complejo, y no podía ser dejado de lado en ningún momento. La tensión de los encargados era evidentemente de cuidado, incluso en consideración a que sus propias vidas estaban en juego.
La fuerza vital emanaba a caudales como un corazón bombearte en aquella máquina, tan firme y vigorosa, y a su vez sensible al menor estímulo. Carecía de circuitos, botones, entre otras cosas mecánicas. Su naturaleza, más bien del tipo orgánica, requería conocimiento adecuado, que siempre resultaban errático, en los momentos críticos.
Para el resto de los que vivían en la ciudad, los suministros eran algo normal y transparente, sin mucho cuestionamiento. La fragilidad de la existencia de las familias era algo importante, y su armonía dependía claramente del buen funcionamiento del reactor. Tanto las luces, los señalizadores, los intercomunicadores inalámbricos, y todo aquel aparato que fuese capaz de recibir un electrón dependía de esta tecnología, nacida de un inesperado descubrimiento, hace años.
El temor de la historia, siempre sugiere la destrucción de lo que no se entiende, sin embargo, el reactor sobrevivió a sus retractores, y prosperó. Desde entonces, el reactor pasó a formar una parte importante de la vida cotidiana, después de su momento de larga hibernación, cuando tenía sus aprensiones, como también sus seguidores y retractores. No obstante, aquel importante hallazgo, nunca dejó de funcionar, una vez reactivado.
El reactor, inexplicablemente, era capaz de identificar distancias, tiempos, actividades, como parte de su maravilloso funcionamiento. Pero nadie se cuestionaba mucho esos detalles. Era evidente, ya a estas alturas, había una especie de dependencia, de la cual no se podía escapar, sobretodo para quienes trabajaban directamente con el. Su energía, su poder invisible era algo más allá de lo racional, agotador a ratos y muy estimulante en otros, y aunque los científicos no comprendían bien su funcionamiento, ahí siempre estaba.
La pregunta se hacía evidente, - ¿Por cuánto tiempo continuaría funcionando?
La respuesta a eso es totalmente incierta. Quizás, aunque se echara por tierra el reactor y desapareciera la ciudad, por alguna extraña razón el núcleo principal seguiría existiendo, latente por milenios, hasta el minuto en que fuera descubierto nuevamente.
Entonces… ¿Qué nos mueve?, ¿Que nos motiva?, ¿Porqué hacemos lo que hacemos?, o es que simplemente se trata de aquello que nos unifica, nos mantiene, que desconocemos y que sin embargo identificamos, manteniéndonos en un movimiento constante, siempre en funcionamiento, como si todo dependiese de aquello que podríamos llamar “El Reactor Principal”.
No era un trabajo fácil, porque la baja de temperatura simplemente provocaría que el reactor se apagase progresiva e irremediablemente. Un grado más, y todo se destruiría en una forma catastrófica.
El acercamiento prolongado generaba un incremento en la temperatura, que peligrosamente era asimilado por los censores del reactor, por consiguiente, la sobre exposición no era recomendable, por la rápida activación del flujo de energía que irradiaba. No obstante, era un dispositivo complejo, y no podía ser dejado de lado en ningún momento. La tensión de los encargados era evidentemente de cuidado, incluso en consideración a que sus propias vidas estaban en juego.
La fuerza vital emanaba a caudales como un corazón bombearte en aquella máquina, tan firme y vigorosa, y a su vez sensible al menor estímulo. Carecía de circuitos, botones, entre otras cosas mecánicas. Su naturaleza, más bien del tipo orgánica, requería conocimiento adecuado, que siempre resultaban errático, en los momentos críticos.
Para el resto de los que vivían en la ciudad, los suministros eran algo normal y transparente, sin mucho cuestionamiento. La fragilidad de la existencia de las familias era algo importante, y su armonía dependía claramente del buen funcionamiento del reactor. Tanto las luces, los señalizadores, los intercomunicadores inalámbricos, y todo aquel aparato que fuese capaz de recibir un electrón dependía de esta tecnología, nacida de un inesperado descubrimiento, hace años.
El temor de la historia, siempre sugiere la destrucción de lo que no se entiende, sin embargo, el reactor sobrevivió a sus retractores, y prosperó. Desde entonces, el reactor pasó a formar una parte importante de la vida cotidiana, después de su momento de larga hibernación, cuando tenía sus aprensiones, como también sus seguidores y retractores. No obstante, aquel importante hallazgo, nunca dejó de funcionar, una vez reactivado.
El reactor, inexplicablemente, era capaz de identificar distancias, tiempos, actividades, como parte de su maravilloso funcionamiento. Pero nadie se cuestionaba mucho esos detalles. Era evidente, ya a estas alturas, había una especie de dependencia, de la cual no se podía escapar, sobretodo para quienes trabajaban directamente con el. Su energía, su poder invisible era algo más allá de lo racional, agotador a ratos y muy estimulante en otros, y aunque los científicos no comprendían bien su funcionamiento, ahí siempre estaba.
La pregunta se hacía evidente, - ¿Por cuánto tiempo continuaría funcionando?
La respuesta a eso es totalmente incierta. Quizás, aunque se echara por tierra el reactor y desapareciera la ciudad, por alguna extraña razón el núcleo principal seguiría existiendo, latente por milenios, hasta el minuto en que fuera descubierto nuevamente.
Entonces… ¿Qué nos mueve?, ¿Que nos motiva?, ¿Porqué hacemos lo que hacemos?, o es que simplemente se trata de aquello que nos unifica, nos mantiene, que desconocemos y que sin embargo identificamos, manteniéndonos en un movimiento constante, siempre en funcionamiento, como si todo dependiese de aquello que podríamos llamar “El Reactor Principal”.
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