22 enero, 2010

Aquel visitante de negro (R)


Aquel visitante de negro, llegaba presuroso después de una ardua batalla, su mayor enemigo siempre era el tiempo, ese que nunca aguarda, ni le dejaba espacios ni vacíos.

La trinchera edificada dónde se encontraba, daba dura confrontación a lo ilógico que debía resolver, si o si, y el reloj apremiaba en su mano derecha, indicando que nada espera. Mensajes de otro espacio y tiempo que obviamente no comprendían lo que no podían ver, insistían en su propósito perfecto. Pero ineludiblemente el visitante debía cumplir, aquí, allá, o donde fuera, no tenía derecho a error, porque su error encausaría a muchos.

Miró unos números, miró alrededor, muchas sillas ordenadas y pobladas alrededor, un lugar buscaba que no sabía y aún así encontró. Giró con destreza para encontrar una mejor ubicación, un calor insoportable y en un pasillo perfecto a su entera libertad se quedó.

Se sentó un rato, asfixiado no tanto por el calor, sino por el tumulto. Los pensamientos de muchos dueños seguramente de mucho, se desvanecían entre sus dedos, salvo uno que de sumo interés buscó. Le observó apenas unos segundos, peinaba distinto a lo que recordaba, hasta que la luz se esfumó.

La obra, interesante, de magistral y estilizada perfección, figuras representativas de un antiguo códice, se entregaban danzantes bajo luces multicolores, radiantes cantos goliardos de aquellos mantos que dieron rienda suelta a un tiempo que jamás volvió.

El visitante contempló, presente estuvo en todo momento y en todos lados se posó. Quería un poco más, y más allá encontró. Aparecía y desaparecía a voluntad, cual fantasma entre la oscuridad, apenas se dejaba ver, negro en lo negro, y blanco en lo blanco con apenas su rostro y manos visibles, en la tenue oscuridad se vio. Era un espíritu indómito e inquieto, igual que aquel otro que con cierta furia en la luz le miró. Las cosas no siempre son como se planifican, y así fue como un grandioso día, algo distinto, pero igualmente bueno, quedó.

Tras el muro, rodeado de dibujos enmarcados, un instante conversó, interesado en un todo y no sólo en uno, con suma prudencia su rostro habló. Fue breve, fue grato, fue cortes, y luego a la escena volvió.

Feliz y agradecido de Dios, por su buena e intangible fortuna, porque pese a ser un fantasma, inocuo en la oscuridad, aquel visitante, un buen momento sí compartió, algo alejado, algo distinto, pero sin alterar la armonía de un niño que con dulce ternura a distancia para si mismo pensó.

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