13 febrero, 2009

El cantar de las Sirenas


Erase un tímido y valiente joven, capaz de enfrentar
su más digno adversario, que era sí mismo. Un día
quiso respirar el resplandor del mar, y se dirigió hacia
la costa. Aún muy joven, pesaba que todo le era muy
lejano, sin embargo su vista siempre se clavaba a lo
lejos en el horizonte.

Así pasaron los años, y aquel aguerrido joven, marcado
por las hueyas del destino, quizo ir más allá, y se adentro
al mar. Caminó calmadamente por la orilla, y poco
a poco dio rienda suelta a sus ansias de conocer que había
más allá de aquel límite visible. Así, con su mirada fija en
el tranquilo horizonte, se adentró paso a paso, y tanto fue
que sólo su cabeza se asomaba en señal de que aún sus pies
tocaban algo del suelo.

Una vez adentro, ya no querría devolverse, pero no sabía que
hacer. Indeciso, empezó a volver a la orilla, sintiendo tras
cada paso, que nunca se atrevería a conocer que había en
aquel lejano horizonte.

De pronto, una dulce voz a la distancia, inundó sus sentidos,
y le hizo voltear. Casi sin pensar se detuvo al instante para
poder captar mejor aquella suave melodía. Entonces, aún
más desconcertado, reflexionó sobre que era lo correcto,
y justo cuando dio un paso, otra agradable voz lo seducía.

Eran voces distintas, que reflejaban mucha comprensión,
y ternura. Más, venían de direcciones distintas, aunque
ambas pertenecían a aquel lejano horizonte.

Aquellas voces, golpeaban su cabeza, y su voluntad
se sometía por sobre su cansancio. Se sentía abrumado,
dichozo, lleno. Nunca pensó que un mismo propósito
significara dos caminos totalmente diferentes, aunque
proveniesen de un mismo sector.

Sintió miedo, y después pasión, y sus sentidos rebozaban
de una alegría desbordante, aunque confusa.

Eran dos voces y un camino... Entonces, sólo su conciencia
lo salvaría, porque ya sus sentidos se perdían en el abismo
creado por el sonido de las sirenas que a lo lejos le llamaban
para cursar aquel horizonte.

Qué hacer, dónde ir, quedarse tal vez, era lo mejor, pero
su corazón latía fuertemente en su pecho, y lo hacía sentir
culpable sin tener motivo. Nada había hecho, nada debía
perturbarle, pero ahí estaba, esa sensación de buscar
aquella gran libertad que buscó por tantos años cuando
era un niño.

Lo único que quería, era que aquellas voces nunca le
dejaran de cantar, porque en el fondo, siempre fueron
su confortable compañía. Nunca le dejarían, porque
siempre han estado ahí, en su cabeza, en su almohada,
tanto al dormir de la noche, como al despertar
de cada amanecer.

Muchas veces, miró el sol, y sintió felicidad, por el sólo
hecho de sentirse tan querido, y poder disfrutar de esa
extraña embriaguez que le producía el sólo hecho de
recordar que aquellas voces en su cabeza, las que le
seguirían acompañando día tras día.

Tan similares, tan distintas, cada una con una forma
de vida, pero ambas pertenecían al impetuoso océano,
que sin límites le querían.

Como duele aveces, saber que estás aquí ahora, y
luego más allá. No es una frontera, sino, lo que
continúa tras recorrer esta gran esfera.

Dos caminos, una ruta. Lo único seguro es que
aquel joven necesitaba dormir y descansar para
tan esperada faena. Porque sabía que el camino
sería largo, y algún día alcanzaría aquella feliz
frontera.. seducido siempre, por el cantar de
sus dos hermosas sirenas...

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