De pronto me encontré recordando un determinado tiempo, uno tan antiguo como se podrían imaginar, tiempo de mucho ejercicio, mucho trabajo, y momentos que te reubican por necesidad hacia tierras lejanas. Tiempos levemente prolongados, suficiente como para sentir la angustiosa sensación de un pasar fascinante y a su vez pesaroso. La parvedad de lo propio, colores, sabores, olores, o la simple necesidad de estar cerca de los seres queridos, provocaba una sensación encontrada entre lo aprendido y el origen que nos emociona. Una nueva vida, un nuevo destino, aún con muchas timideces encima, pero siempre con el optimismo que se necesita.
Sin entrar en detalles, el vuelo de regreso fue algo indescriptible, tanto como la ida, viendo desde las cercanías de un ala, el mundo a cuadros tal y como es una gran ciudad como la propia. La sensación de satisfacción, incluso al observar la gran nube negra por sobre ella, no menoscababa en lo absoluto su imponente belleza, el dulce sabor a hogar que se respira.
Ahora... que la soledad acompaña, aquella misma sensación trae aquellos recuerdos, pero algo diferente, porque estoy aquí, o por lo menos, donde creo estar por vez. Los viajes me gustan, claro que sí, pero no así los excesos de tiempo. Todo tiene su cuota, y para que un buen vino tome buen cuerpo, se requiere de la paciencia del tiempo, un lujo que no siempre tenemos, y que pocas veces recogemos con suficiente sabiduría.
Bueno... así no más es la cosa... he tenido ya mucha paciencia... después de todo un año de larga espera, el merecido descanso se acerca. Tiempo que pasará pronto, como siempre, pero tiempo que si vale la pena no perder.
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