21 enero, 2012

Sin medida

Hoy fue un día muy triste. Ayer había percibido en sus torpes y menudos movimientos el desenlace, y pese a que ya habíamos conversado sobre el tema de la duración de los ciclos, aquella mañana vi con profundo dolor la humedad en la inocencia de sus mejillas.

"Déjale dormir", le dije con voz calma, siendo la única frase que logró sosegar sus lágrimas, y luego de eso, salimos. Sin muchas palabras fue él viaje, íbamos en busca del verdor de la vida, pero la pena estaba hundida en su pálido rostro, y aunque ya conocía el valor de sus emociones y como controlarlas, sus cortos años aún no le permitían un claro dominio que le resignara en lo que sentía.

El consuelo fue distribuido, desde el mayor al menor, y del menor al mayor, cuando ya de vuelta atardeció. Pero sin importar lo preparados o superiores que nos creamos, siempre existirá aquellos momentos de nuestras vidas que nos conmoverán en nuestro interior.

Nunca podré entender porqué es más fácil la pena que la alegría, o porqué todo un hermoso castillo puede ser desmoronado en un segundo. Al fin y al cabo, nada es eterno, ni yo.

Por unos minutos me quedé a solas sobre un guarda piso en la entrada de la casa, quizás ocultando mi propia pena, sujetando mis rodillas, y pensaba... en que bella es la vida, y que corto es el tiempo, como para que algunos imbéciles lo pierdan de tan mala forma y sin medida.

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