26 enero, 2012

Minutos


La inquietante soledad de los días que pasan sin cesar, iluminaban su mente, mientras la hoja en blanco se dilataba bajo su puño, que a momentos apretaba mucho más. Sostenía un lápiz que ya se había despuntado en más de una oportunidad, de color plomo en su parte exterior, y tan redondo como el principio y fin que se encuentran una y otra vez al caminar.

La desconcentración le agobiaba, y le hacía enojar, arrugaba entonces el papel escrito, y con dejo de rabia movía su cabeza de lado a lado, como queriendo de su letargo y cansancio despertar.

En murmullos estaba, y a ratos mencionaba algo que nadie escuchaba, algo muy propio, como si intentase razonar algo más allá.

"Debo continuar... Debo continuar...", se replicaba una y otra vez, como queriendo superar lo insuperable, alejarse de cualquier cercanía, de la bulla, de las risas, y mientras pensaba en su deber, a parte, no dejaba de armar un rompecabezas que nunca pudo acabar.

Era su voluntad la que marchaba sin treguas. No se rendiría tan fácilmente, porque su orgullo estaría primero, así como su propio yo, ante todo, ante nada, ante nadie, ante unos, o ante dos...

Parecía niño encaprichado, aferrándose a sus "creencias", a sus "principios", a sus "convicciones", a sus conclusiones egoístas sin pos.

Pero ahí estaba, siempre con su tazón, simplemente escarbando y recogiendo lo que siempre tuvo y que nunca perdió.

Minutos.

1 comentario:

Idus_druida dijo...

Es agradable leerte.
Un saludo.