22 julio, 2011

Tan sólo una hoja

La calle era un tanto solitaria, sigilosa, con tan solo la brisa húmeda de compañía, hacía frío, y sólo el sonido breve y conciso de sus pasos se hacía sentir en el corredor. De pronto el crujir de una hoja cedió su marcha por algunos minutos, miró hacia abajo, y ahí estaba. Con un dejo de duda la recogió con cuidado entre sus manos, la observó con detenimiento, como queriendo leer un diario de vida, y se puso a pensar en lo frágil de su menuda estructura. Aún así, significaba vida, o parte de una, como un todo, como un nada, o como lo que crece y se renueva cada día, en calma, con apuro, o con afanosa desmedida. Como cada ser, envuelto en su capullo, uno del cual no se aleja, ni le deja, desde sus inicios, desde su fábrica, desde su madeja.

Una gran esfera es esta tierra, una que más encima por su exterior nos encierra, un lugar donde viajar por un punto en la inmensidad de aquello que ni si quiera se espera. Pero ahí estaba, contemplando la dicha de una vida propia, una que con su vitalidad improvisa, más allá del dolor o del goce, buscando siempre la respuesta, aquí, allá, y todo lo que significa, en tan sólo una hoja.






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