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Era una noche estrellada, mucho frío, y las luces de un fogón acogían a la calma. Alrededor muchas personas en lo suyo compartían la cena, unas copas se alzaban de vez en vez, y el mantel blanco con finos bordados hacía grácil combinación las servilletas perfectamente dobladas en forma de rosa sobre los vasos.
Los grandes y gruesos ventanales permitían una gran visión del entorno, varias edificaciones y un camino a lo lejos se divisaban, todo estaba iluminado como luciérnagas se alzaba en la oscuridad.
La conversación era amena, sin embargo, el ambiente parecía un tanto competitivo, de mucho protocolo, y de muchas refínelas. Los temas, que podían ser más amenos, se transformaban es discusión cortés de supremacía.
La sensación de inquietud le alentó a levantarse del lugar con una escusa muy singular, que pese a las serias miradas no le impidieron satisfacer su necesidad. Tan sólo un instante, un respiro, un escape era necesario para saciar su privacidad.
Se dejó llevar por su propio impulso, y tras avanzar por un largo pasillo alfombrado con decorativos dibujos, se detuvo a mirar algunos cuadros y figuras que se exponían en los muros. Leyó varios de ellos, puso atención en las fechas, y se cuestionó un par de ideas.
Siguió caminando a paso calmo, encontrándose con puerta enorme de doble hoja, con manillas alargadas. Estaba abierto, pero el peso del madero era imponente y sigiloso. Al entrar, observó una lustrosa mesa rodeada de antiguos sillones rigurosamente tallados y forrados en telas parecidas al cuero, sujetos por finos broches dorados. Se acercó a la mesa y posó su mano sobre el frío inmueble. Meditó un instante sobre la pompa de las discusiones, y lo poco valedero que es perder el tiempo en esas cosas, habiendo tantas cosas interesantes por ver, y tan poco tiempo para ello.
Se quedó ahí unos minutos, y por fin respiró paz y silencio. Recordó entonces unas sutiles palabras y sin querer sólo esbozó una sonrisa, y pensó…
“No es lo mismo”
Los grandes y gruesos ventanales permitían una gran visión del entorno, varias edificaciones y un camino a lo lejos se divisaban, todo estaba iluminado como luciérnagas se alzaba en la oscuridad.
La conversación era amena, sin embargo, el ambiente parecía un tanto competitivo, de mucho protocolo, y de muchas refínelas. Los temas, que podían ser más amenos, se transformaban es discusión cortés de supremacía.
La sensación de inquietud le alentó a levantarse del lugar con una escusa muy singular, que pese a las serias miradas no le impidieron satisfacer su necesidad. Tan sólo un instante, un respiro, un escape era necesario para saciar su privacidad.
Se dejó llevar por su propio impulso, y tras avanzar por un largo pasillo alfombrado con decorativos dibujos, se detuvo a mirar algunos cuadros y figuras que se exponían en los muros. Leyó varios de ellos, puso atención en las fechas, y se cuestionó un par de ideas.
Siguió caminando a paso calmo, encontrándose con puerta enorme de doble hoja, con manillas alargadas. Estaba abierto, pero el peso del madero era imponente y sigiloso. Al entrar, observó una lustrosa mesa rodeada de antiguos sillones rigurosamente tallados y forrados en telas parecidas al cuero, sujetos por finos broches dorados. Se acercó a la mesa y posó su mano sobre el frío inmueble. Meditó un instante sobre la pompa de las discusiones, y lo poco valedero que es perder el tiempo en esas cosas, habiendo tantas cosas interesantes por ver, y tan poco tiempo para ello.
Se quedó ahí unos minutos, y por fin respiró paz y silencio. Recordó entonces unas sutiles palabras y sin querer sólo esbozó una sonrisa, y pensó…
“No es lo mismo”
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