14 enero, 2011

La Repartidora


Eran las 6:20 de un día de reciente verano, así indicaba su reloj en la parte inferior derecha de su pantalla, mientras escribía y se organizaba para realizar su actividad de reparto.

Anny era una chica joven, de rostro muy pálido, delgada y con mucho espíritu de servicio. Había perdido a sus padres a temprana edad, lo que la impulsó a ser independiente y buscar trabajo.

No paraba hasta que todos los pedidos estuviesen perfectamente entregados en sus respectivos domicilios. Ella era muy prolija, muy preocupada hasta de los detalles más mínimos, casi con obsesión. Vestía por lo general ropa ajustada y algo brillante, botas largas de taco, pero cómodas y dinámicas, más una chaqueta corta que atesoraba, usaba también guantes sin dedos y siempre equipada de buen casco.

Aquel día, tenía que visitar dos lugares de hermosos parajes y no muy distantes, uno del otro. Llevaba en su moto algunas cajas con piezas de encargo específico, de gran volumen y peso.

Ambos lugares, estaban alejados de la ciudad, del bullicio, y de las indiscreciones, habitaban dos hombres, uno era Malloth y el otro Millet. Por años, ninguno salía de su casa. Malloth pasaba horas en el tercer piso de su enorme casa, inserta en un bosque plagado de vegetación silvestre, en una zona montañosa, mientras que Millet, no muy lejos de ahí, vivía a unos cuantos kilómetros, en una zona más campestre, llena de frondosos y gigantescos árboles de roble, rodeado de sembradío que gustaba de contemplar desde su ventana, también ubicada en un tercer piso.

Cuando llegó, bajó de su moto, se sacó su casco y alzó su largo pelo al viento. Se acomodó y sacudió un poco su ropa y como siempre se dirigió a la puerta de una casa enorme de tres pisos. Como siempre quiso dejar los objetos en la casa, insertándolos por una ranura en la puerta, diseñada especialmente para dicho propósito, sin embargo, los paquetes esta vez, eran muy grandes e incómodos.

Llamó varias veces, pero nadie contestaba, el tiempo apremiaba, y ansiaba ver a Millet, pero la casa parecía estar desolada, aunque muy bien mantenida. Rodeó el habitáculo y definitivamente nadie en el primer piso. Miró hacia el techo, pero el segundo piso era muy alto, y el tercero inalcanzable. La casa no tenía timbre, y se notaba muy robusta como para que algún sonido pudiese ser escuchado desde el interior. Los grandes ventanales reforzados parecían herméticos y a prueba de todo.

Decidida entonces, se dirigió a su moto, se sacó su corta chaqueta que le incomodaba dado lo ajustado del uniforme, y con cierto dejo de timidez, se dirigió una vez más hacia la puerta principal. Al coger la manilla se escuchó una voz electrónica diciendo:

- Bienvenida Anny, y la puerta quedó entre abierta.

La muchacha reaccionó asustada retrocediendo inmediatamente un paso, tropezando y cayendo sobre una de las cajas, la cual se rompió en el acto, esparciéndose su contenido, provocando que un extraño engranaje rodara hacia la entrada, perdiéndose en el interior de la casa.

Debía calmarse, y ordenar el pedido. Se quedó próxima a la puerta y abrió la caja para reacomodar su contenido, pudiendo observar piezas y partes mecánicas similares a un traje blindado. Cada pieza estaba perfectamente ubicada en un espacio determinado y la que faltaba era notoria.

La puerta estaba entre abierta, la pieza que le faltaba estaba a los pies de una escalera principal divida en dos. Sólo debía entrar, recuperarla y terminar con su entrega. Entró con sigilo, diez pasos avanzó y cuando por fin logró coger la pieza, esta se iluminó, activando una alarma que cerró la puerta principal.

La joven atónita se quedó sentada en el piso, observando como puertas y ventanas se cerraban con prontitud. Quiso gritar, pero se contuvo, imaginó que el sistema de alarma se desactivaría en algún momento. Todo estaba silencioso, lleno de luz que emanaba desde el exterior a través de los enormes ventanales enrejados.

Pasaron varios minutos, tras los cuales sintió unos pasos que se aproximaban desde el piso superior. Se aferró a la escalera, y un escalofrío recorrió su cuerpo. Sus manos suaves finas y delicadas, estaban inquietas y temblorosas. Con resignación, esperó mientras se apoyaba en el grueso madero de la pasarela, mientras alzaba un paso.

Sintió con más fuerza el sonido pausado de una figura alta y esbelta que se detuvo sigiloso y cauteloso en el peldaño superior, produciéndose un silencio absoluto de apenas unos cuantos segundos que pareció eterno. En ese momento era inevitable recordar todos los rumores que alguna vez escuchó a cerca de la desconocida vida de aquel joven ermitaño. Nadie le conocía, por lo menos no directamente, y poco se sabía de el.

La sombra de un mueble que contenía un péndulo en forma de reloj, le ocultaba su blanco rostro en parte. El hombre vestía una chaqueta formal, larga, y una polera de cuello redondo ajustada al cuerpo, zapatos lisos y pantalones perfectamente delineados, con un cinturón de cuero de gruesa hebilla dorada con extraña forma.

Bajó lentamente un par de peldaños, mientras que con su mano derecha despejaba su chaqueta para sacar algo del bolsillo de su impecable pantalón.

La joven retrocedió un paso abriendo sus ojos notoriamente al ver que el hombre de su bolsillo algo brillante sacaba, objeto con el cual la apuntaba. Un punto amarillo se hizo intensamente notorio en la ropa de la repartidora, lo que le enmudeció aún más.

- No, no, por favor, no, dijo la mujer algo asustada.

El hombre frunció su seño y ladeó levemente su cabeza, mientras seguía bajando con calma.

- Tranquila, no te asustes, es sólo un aparato para desactivar la alarma.

Presionó un botón y las protecciones desaparecieron inversamente a como aparecieron.

- Ves, replicó. – Nada de qué preocuparse.

La mujer pudo ver por fin el rostro de aquel enigmático personaje, que con total asombro era inconfundiblemente igual al de Millet, que si lo había visto en alguna oportunidad.

Enseguida vio la caja y su contenido, a lo cual la muchacha siguió su mirada con cierto ungimiento. Se apuró a recoger las cosas y el hombre también lo hizo.

- Calma, calma, insistió Malloth, con una clara mirada de ternura y comprensión, aquietando en el acto la desproporcionada preocupación de la muchacha.

Cuando llegaron hasta donde estaba el engranaje, ambos lo cogieron coincidentemente desde los extremos. Se miraron con un dejo de intriga y nerviosismo involuntario, mientras poco a poco se fueron levantando.

- De verdad, no te preocupes, reiteró el hombre con gentileza.

- Por favor, acompáñame, estaba preparando un rico desayuno. No te preocupes por el otro encargo, sé que es para Millet, yo le avisaré, a lo cual Anny se sonrojó de inmediato.

La desconfianza natural de Anny se fue esfumando con las atenciones y gracia del joven, que le hacía sentir que en la vida no todo tiene que ser tan cuadrado, radical, o tan lleno de respuestas y exactitud.

Todo estaba en orden, el ambiente era de profunda paz. Pasaron a la cocina, donde se sentaron próximos a una mesa de servicio. Conversaron varias horas, y el tiempo pareció eterno y pleno.

Después de un largo rato, el joven recogió nuevamente la pieza perdida. Ahora te enseñaré para qué sirve esta pieza.

Ambos subieron por las escaleras, hasta que llegaron al inaccesible tercer piso, donde se podía apreciar un paisaje de inexplicable belleza.

- Observa por esta ventana, dijo el. – Ves esa casa que está allá un poco más abajo. La joven se acercó curiosa y pudo constatar que era la casa de Millet. Miró a Malloth y sonrió por lo insólito de la vista.

- Ahora te explicaré para que sirve esta pieza.

Se acercó a una máquina, desde donde sacó un traje que vistió con calma. De la caja que había traído Anny, sacó unas piezas y completó la envestidura.

- Ponte esto, y no te preocupes. Aún no lo perfecciono, pero es seguro.

Anny obedeció como buena niña, y se colocó el traje.

- Ahora, colocaré esta pieza aquí, nos ganaremos acá y esperaremos unos segundos.

Dicho esto, Anny comenzó a sentir un cosquilleo en la punta de sus dedos que rápidamente se extendió por sus manos, y luego por sus brazos y el resto del cuerpo.

Todo parecía convertirse en rayas y líneas rectas delante de ella, y la casa que había observado desde la ventana, se hacía cada vez más y más grande.

Cuando reaccionó estaba en otra habitación, totalmente distinta, junto a Malloth. No entendía lo ocurrido, no era posible. Miró a Malloth, y dijo:

-Estamos en…
- Sí, respondió en seguida el joven hombre.
- Pero es imposible.
- Nada lo es, un poco de imaginación y esto es.
- Pero entonces… tú.
- Así es.

Anny entonces comprendió, y desde ese día su vida cambió para mejor.

1 comentario:

Anónimo dijo...

todo tu pàgina muy bueno , lo ùnico malo el plymusic, no permite apagarlo y es realmente molesto .