07 agosto, 2009

Una mujer maravillosa (H)

Era una mañana fría, mucho smog y nubarrones por doquier, el metro estaba más apretado que nunca, y todos circulando afanosamente en una batalla interminable contra el tiempo. La gran mayoría se dirigía a sus trabajos, abstraídos en sus propios pensamientos, muchos con audífonos, otros posesionados de sus celulares, unos cuantos tratando de leer un diario en incómodas posiciones.

De pronto el hombre mira a su entorno, y con asombro, sus ojos se clavan en una mujer, madura, de no mucha estatura, apenas alcanzaba el metro y medio, pelo corto, tez blanca, de apariencia sencilla. Se sintió enclaustrado entre la multitud y quiso acercarse, pero no pudo. Se armó se paciencia, y esperó tranquilo, sin perderla de vista, mientras sus emociones se manifestaban con cierta mezcla entre pena y alegría.

Con prudencia sacó un celular, con el cual se dio el gusto se sacarle un par de fotos, que guardó como un tesoro.

El tren paró en una estación determinada y la mujer abandonó el carro entre la muchedumbre. Las puertas se cerraban prontamente, por lo que el hombre se apresuró desde donde estaba y como pudo se abrió paso entre la multitud, para salir también. Le siguió unos cuantos metros mientras le observaba emocionado. Dudó unos segundos, pero se dio valor y apresuró el paso. Cuando logró darle alcance, le tocó su hombro con mucho cuidado. La mujer se detuvo, y con una tranquilidad admirable se volteó, miró hacia arriba, ya que el hombre tenía cierta estatura respetable frente a la menuda mujer, y su rostro serio se iluminó por completo en una sonrisa que inmediatamente se hizo mutua. El hombre se agachó levemente y le besó con cariño y respeto, diciendo: - Hola mamá!.

Su rostro denotaba ya el cansancio de sus sienes plateadas, ganadas con los años, y su tranquilidad representaba la sabiduría obtenida a punta de sacrificio y esmero frente a la vida. Ella siempre trabajó, desde muy niña, y mantenía una gran familia, nueve hijos de los cuales siete sobrevivieron. Eran tiempos difíciles, pero pasajeros, aunque le dejaron cicatrices imborrables en la nobleza de sus sentimientos, sobretodo por su cachorro, el más pequeño, el que le saludaba en esos momentos, aquel que nunca pudo tener a su lado. Pero ella era fuerte, y sabía estar bien parada ante la tempestad, rara vez era emotiva, pocas veces se le podía ver una lágrima, y como muchas mujeres el recuerdo de su padre le mantenía siempre erguida. No acostumbraba a ser muy expresiva, pero su cariño se hacía sentir en cada acción que hacía, incluso desmedidas, rebosantes de generosidad, sin pedir nada a cambio. Poseía el don del sentido práctico, y la paciencia para escuchar y comprender, aún sin palabras.

Aquella madre se puso contenta, y por unos instantes alejó su mente de sus preocupaciones laborales y se dio el tiempo para conversar un rato con su hijo que no veía desde hacía bastante tiempo.

Ambos se sentaron un rato y charlaron cosas triviales, no había mucho tiempo, como siempre, las obligaciones llamaban y el mundo no se detendría por ellos. El la miraba una y otra vez, contento porque pensaba que Ds era generoso, y sin planificar le permitía estos breves y hermosos momentos.

No fueron muchos minutos, apenas unos diez, y se despidieron, no sin antes sentir en un abrazo, todo el afecto que ni la misma distancia les negaría.

Tanto el hombre como la mujer, retornaron su camino dirigidos hacia sus labores. No obstante aquel breve instante fue suficiente para sentir que un día puede ser un todo diferente.

Así fue, un día feliz.

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