15 agosto, 2009

Refugio (P)


Finalmente la lluvia llega, aquellos grandes y oscuros nubarrones que quién sabe desde dónde viajan, se han hecho presentes en una tarde tibia, que fácilmente anunciaba precipitaciones desde temprano.


Saturado de una ocupadísima semana, aquel hombre se arranca lo más temprano que puede, y encausa sus largos pasos hacia el metro. Mucha gente satura el lugar, pero el viajante, hábilmente busca su rincón más despejado, y se presta a comenzar un fin de semana ya agendado, por el cumpleaños de su madre.


Durante el trayecto, intenta escuchar música, mira su artilugio electrónico, y se detiene unos segundos, suficientes como para cambiar de parecer y dedicarse a leer un poco, su página favorita de obras literarias. Tras eso, se queda pensando un instante, en como sería poder viajar más allá de las acostumbradas limitaciones y ver el mundo como lo que es realmente, un lugar pequeño, donde todo en realidad está muy cerca, sin prejuicios ni medidas.


El trayecto se hace muy corto, y a la salida se detiene un rato, aún no llovía, pero unas pequeñas gotas ya se hacían presente. El lugar era más bien corriente, y la vereda donde estaba, no le ofrecía ninguna seguridad. Cruzó entonces la calle para simular ser un transeúnte más, en espera de colectivo, y ahí se quedó por un rato.


No pasó demasiado tiempo, y un auto reconocible apareció. El hombre cruzó la calle nuevamente y se puso delante de él, alzó su mano, las luces le encandilaban, y el automóvil no se detenía, pero sí disminuía su velocidad, hasta el punto de detenerse y recogerle. El se subió, y en grata sorpresa se encontró, por lo menos siete personas iban apretujados, pero felices, arriba del vehículo, en su mayoría jóvenes y niños. Era parte de su familia que sonriente le saludaban.


Visitaban a otros parientes, y en eso pasaron las horas, rodeado siempre de gente, conversando, riendo un poco, compartiendo algunos elementos tecnológicos, como también otros no tanto.


De pronto, una señal, débil, pero clara, apareció de pronto en su mente. Un pequeño mareo le inundó por algunos minutos, y miró la hora, eran las 20:10 PM. Estaba con unos niños, jóvenes adolescentes que jugaban fútbol virtual, inmersos en la pantalla de un televisor. Fue apenas un instante, pero suficiente para entender que en este mundo se puede estar y no estar, sujeto a una dimensión que escapa a la voluntad, donde un pensamiento es suficiente para doblar el universo y romper en silencio, el poderoso rugir del viento.


Luego de haber compartido un rato, las despedidas y el caminar imparable de la vida, nuevamente emprende el camino. Se pasan a dejar a los acompañantes, dos grupos, dos generaciones, una misma familia, y luego a casita. Llegando, el hombre se baja a abrir el portón, y nuevamente esa sensación de mareo momentáneo que le hace detenerse unos segundos, imperceptibles, mira hacia el cielo, y la lluvia en su rostro le envuelve cautivadoramente. Entonces reflexiona y se apura en su cometido, entran a la casa, un par de llamadas telefónicas, algunos preparativos de coordinación para el otro día, por lo del cumpleaños, una rápida cena y el sueño prontamente se apodera de todo el grupo familiar. El hombre acompaña a su pequeña mientras comparten un serial de dibujos animados basados en artes marciales.


El rey Morfeo hacía de las suyas, y el cansancio vencía prontamente al grupo a tempranas horas, serían como las 11:38 PM.


Pasaron por lo menos unas tres horas, y entre sueños y pesadillas con zombies, el hombre despierta, pero como siempre, controlado.


Lo primero que siente es la lluvia, fuerte y clara, que le hace sonreír con gustosa alegría, haciéndole imaginar el fuego de una pequeña chimenea en la tranquilidad de un recito acogedor, donde sentado sobre una especie de alfombra y algunos cojines, podría contemplar la sutileza de unas candentes llamaradas, que no podía dejar de ver. Su rostro y su mirada yacía a lo lejos, pegada hacia aquella luz, con su inevitable hipnotismo. Era curioso, no estar, y aún así, sentir claramente aquel calorcito, una sensación indescriptible, como una especie de refugio interior, captando algunas estructuras de madera y rocas en formas de cubos alrededor, en donde se podía abrazar el viento y dejar de sentir frío a la vez, mirar al cielo, buscando aquel breve instante donde nada más hace falta, y la soledad deja de ser.




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