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Era Sábado, 14 de noviembre, temprano en la mañana, no salía el sol aún, y un hombre apaciblemente dormía aquel fin de semana, pero era despertado por su impaciente hija, que curiosamente aquel día como ningún otro se había levantado sin mayor contratiempo ni demora. Saltaba sobre el, recordándole que hoy iba a ser un día de padre e hija, y saldrían de paseo, tal cual como se lo había prometido.
El hombre reclamó unos breves minutos, pero al ver la bullada alegría de su hija no lo dudó ni por un instante, y se levantó enseguida.
Tomaron un rápido desayuno, estaban contentos, se prepararon con algunos víveres que les preparaba la mamá, una mujer maravillosa, siempre atenta y presente en cada detalle.
Viajaron en metro, en donde contemplaron como el sol hacía su magistral aparición a través de las montañas distantes. Aquel día era radiante, con una temperatura agradable a esa hora de la mañana.
Cuando llegaron a su destino, un cerro pequeño, ubicado en una zona central de la ciudad, se encaminaron hacia la cima, entre la vegetación y el pavimento cercano, que hacía de camino en adoquines, usado por algunos vehículos y transeuntes. Estaba fresco, muy agradable, y caminaron tomados de la mano, mientras iban jugando y conversando livianamente. Se detuvieron en un menudo quiosco y se sirvieron un rico helado, aprovecharon de descansar, y se ubicaron en los fríos asientos de blanca piedra que se encontraban cercanos. Siguieron su amena plática un buen rato, sobre temas diversos de la vida, bajo el dulce trinar de las aves circundantes.
Retomaron su marcha, y siguieron subiendo, hasta llegar a la cima, aprovecharon de ver la contaminada ciudad, y revolotearon como si fuesen dos niños de igual edad, junto a una pileta en forma de cascada interminable.
Pasó pronto la hora y comenzaron a bajar, por el mismo camino pedregoso que formaba el camino.
El padre se detuvo un momento al notar que un grupo de cuatro jóvenes se les aproximaban con presurosa decisión mientras se separaban estratégicamente. Percibió una señar clara de que aquel grupo no traía buenas intensiones, por lo que apresuró el paso. La niña preguntaba, - que pasa papá?, el hombre guardó un instante de silencio, y luego le dijo: - Juguemos, corre y escóndete en el parque, yo te encontraré. La niña era pequeña, pero notó que no se trataba de un juego. El padre, inmediatamente notó la incertidumbre y voz de enojo, le dijo – ¡Vete ya!, después te veo, rápido, corre. La niña accedió y se dirigió hacia donde el padre le indico que le encontraría.
Los cuatro jóvenes aún estaban distantes, pero no tardaría mucho en contactar al hombre que se mantuvo a paso lento, mientras procuraba el alejamiento de su pequeña. Era obvio lo que sucedería.
Pasaron por lo menos un par de horas, y la niña deambulaba por el parque con un dejo de impaciencia, e inquietud extrema.
Cansada de esperar, la niña se acercó a una banca, donde se encontraba una apacible mujer de menuda figura y de aspecto sencillo, pero bien vestida, que le quedó mirando por encima de sus lentes. La pequeña se sentó sin querer a su lado, esperaba a su padre, y en su inocente impaciencia preguntó a la mujer la hora, eran las 10:45 AM. Luego de eso se estableció un ameno diálogo entre ambas, donde la pequeña hacía muchas preguntas, y la mujer pacientemente le contestaba, mientras reía con gusto por el ingenio inesperado de la pequeña.
Mientras conversaban, notaron que a lo lejos un hombre se acercaba a pasos lentos, pero sin prestar demasiada atención. De pronto la mujer se percató de que se aproximaba directamente hacia ellas, ante lo cual la niña, al observar que la mirada de la mujer se clavaba en cierta dirección, también se volteó a mirar. – Es el..., es el..., dijo afanosamente la pequeña, mostrando una eufórica alegría, y como un resorte saltó de la banca corriendo en dirección hacia aquel hombre, que se notaba levemente inclinado sobre sí.
La niña trató de abrazarlo, pero el le esquivó, y sólo le cogió con un brazo, entonces, ella le preguntó: - Estas bien papá, a lo cual el le respondió, - Claro que sí, me encontré con unos “amigos” y jugando me torcí un tobillo, y me ensucié la ropa un poco, no es nada de que preocuparse, sólo son manchas de chocolate, debo descansar un rato.
Los dos, tomados de la mano se fueron acercando a la banca, donde aún permanecía la mujer, que se encontraba de pie, mirándoles con cierta incertidumbre.
El hombre cojeaba levemente, y con disimulada dificultad se sentó en la banca, miró a su hija con ternura y la abrazó largamente. Luego de eso, la miró nuevamente, le propinó una tierna sonrisa, como también a la mujer que se encontraba ahí todavía, y con voz suave le dijo a la niña:
"Mi pequeña, hoy es un día diferente, un día de sol, un día de primavera, donde todo renace como una renovada fuente de vida, siempre es así, una y otra vez. Hay momentos y momentos, caminos que continuar, distintas direcciones que cursar, y nuevas decisiones que tomar, tú debes seguir, yo debo descansar aquí, y ahora. Nunca te detengas, porque la vida siempre es movimiento, pase lo que pase, y el tiempo no espera. Deja que la sutileza del viento guíe tus pasos para que encuentres la felicidad en tus propios sentimientos, así serás una persona de bien, capaz de dar sin egoísmo un pedacito de ti misma, y cuando aprendas a confirar en quién realmente debes confiar, podrás tocar un mundo que es más amplio de lo que piensas"
El hombre miró luego a la mujer, que guardaba silencio, y mientras una sola gota rodaba de su ojo izquierdo, le dijo: - Llévala a donde pertenece, muéstrale el mundo, aún es tiempo para ella, la historia siempre puede cambiar. No dejes que se pierda.
La niña no entendió lo que su padre decía, pero sí la mujer, y aunque la angustia de la escena le conmovía, y un nudo en su garganta se apoderaba de sus propias emociones, entendió el verdadero significado del porqué aquel hombre mantenía siempre su control, y sin más cuestionamiento, temerosamente accedió a su petición, porque pudo constatar como a través de sus zapatos se escurría un líquido rojizo, que prontamente se apozaba bajo su zapato izquierdo.
La niña no se percató de este detalle y no quería irse, ante lo que el hombre le gritó a ambas, diciéndoles: - Obedezcan, y no olviden lo que les he dicho. Yo descansaré aquí. Váyanse, ¡Ahora!
Ambas mujeres se sobresaltaron, ante la enérgica voz del hombre, y sin querer, se fueron alejando lentamente ante su implacable mirada. La mujer miró un par de veces más hacia atrás, sólo vio a aquel hombre sentado, inmóvil, contenido en sí mismo, pero entendió perfectamente su nueva prioridad, y lo que significaría su nueva travesía con una total extraña a su cargo, y sin más, caminaron hasta perderse de vista.
Después de un rato, cuando ya se encontraba totalmente sólo, el hombre soltó su mano que se aferraba a un costado de su estómago, y poco a poco el líquido rojizo se empezó a escurrir libremente entre sus ropas, hasta empaparla. Los sonidos ambientales se fueron disipando poco a poco, mientras que su visión se perdía en el horizonte. Una sensación de frío se iba acentuando a la vez que un leve hormigueo se pronunciaba en todo su cuerpo, en cada latido que iba haciendo más y más lento. Trataba de mantener su postura, hasta que en un momento no pudo resistir, y se apoyó en un costado de la banca donde se quedó definitivamente inmóvil. Cuando esto sucedió, dejó de sentir frío, y el dolor desapareció, los sonidos desaparecieron en su totalidad y su visión se desprendió del lugar en que estaba, hasta quedar libre sobre la banca que aún le sostenía.
Por un instante pudo verse a sí mismo desde arriba, todo en silencio, blanco intenso, salvo algunos colores que aún percibía del frondoso paisaje en que estaba. Era una visión hermosa cuando cobró altura, y lo último que pudo ver, fue su propia imagen aún apoyada en la banca, con los ojos abiertos, y a las dos mujeres que aún caminaban a lo lejos. Después de eso, todo se volvió intenso, infinito, profundamente blanco, y ya no sintió nada más, hasta que se desvaneció en el cielo.
Algo cambió aquel día, y todo se convirtió en otra historia…
El hombre reclamó unos breves minutos, pero al ver la bullada alegría de su hija no lo dudó ni por un instante, y se levantó enseguida.
Tomaron un rápido desayuno, estaban contentos, se prepararon con algunos víveres que les preparaba la mamá, una mujer maravillosa, siempre atenta y presente en cada detalle.
Viajaron en metro, en donde contemplaron como el sol hacía su magistral aparición a través de las montañas distantes. Aquel día era radiante, con una temperatura agradable a esa hora de la mañana.
Cuando llegaron a su destino, un cerro pequeño, ubicado en una zona central de la ciudad, se encaminaron hacia la cima, entre la vegetación y el pavimento cercano, que hacía de camino en adoquines, usado por algunos vehículos y transeuntes. Estaba fresco, muy agradable, y caminaron tomados de la mano, mientras iban jugando y conversando livianamente. Se detuvieron en un menudo quiosco y se sirvieron un rico helado, aprovecharon de descansar, y se ubicaron en los fríos asientos de blanca piedra que se encontraban cercanos. Siguieron su amena plática un buen rato, sobre temas diversos de la vida, bajo el dulce trinar de las aves circundantes.
Retomaron su marcha, y siguieron subiendo, hasta llegar a la cima, aprovecharon de ver la contaminada ciudad, y revolotearon como si fuesen dos niños de igual edad, junto a una pileta en forma de cascada interminable.
Pasó pronto la hora y comenzaron a bajar, por el mismo camino pedregoso que formaba el camino.
El padre se detuvo un momento al notar que un grupo de cuatro jóvenes se les aproximaban con presurosa decisión mientras se separaban estratégicamente. Percibió una señar clara de que aquel grupo no traía buenas intensiones, por lo que apresuró el paso. La niña preguntaba, - que pasa papá?, el hombre guardó un instante de silencio, y luego le dijo: - Juguemos, corre y escóndete en el parque, yo te encontraré. La niña era pequeña, pero notó que no se trataba de un juego. El padre, inmediatamente notó la incertidumbre y voz de enojo, le dijo – ¡Vete ya!, después te veo, rápido, corre. La niña accedió y se dirigió hacia donde el padre le indico que le encontraría.
Los cuatro jóvenes aún estaban distantes, pero no tardaría mucho en contactar al hombre que se mantuvo a paso lento, mientras procuraba el alejamiento de su pequeña. Era obvio lo que sucedería.
Pasaron por lo menos un par de horas, y la niña deambulaba por el parque con un dejo de impaciencia, e inquietud extrema.
Cansada de esperar, la niña se acercó a una banca, donde se encontraba una apacible mujer de menuda figura y de aspecto sencillo, pero bien vestida, que le quedó mirando por encima de sus lentes. La pequeña se sentó sin querer a su lado, esperaba a su padre, y en su inocente impaciencia preguntó a la mujer la hora, eran las 10:45 AM. Luego de eso se estableció un ameno diálogo entre ambas, donde la pequeña hacía muchas preguntas, y la mujer pacientemente le contestaba, mientras reía con gusto por el ingenio inesperado de la pequeña.
Mientras conversaban, notaron que a lo lejos un hombre se acercaba a pasos lentos, pero sin prestar demasiada atención. De pronto la mujer se percató de que se aproximaba directamente hacia ellas, ante lo cual la niña, al observar que la mirada de la mujer se clavaba en cierta dirección, también se volteó a mirar. – Es el..., es el..., dijo afanosamente la pequeña, mostrando una eufórica alegría, y como un resorte saltó de la banca corriendo en dirección hacia aquel hombre, que se notaba levemente inclinado sobre sí.
La niña trató de abrazarlo, pero el le esquivó, y sólo le cogió con un brazo, entonces, ella le preguntó: - Estas bien papá, a lo cual el le respondió, - Claro que sí, me encontré con unos “amigos” y jugando me torcí un tobillo, y me ensucié la ropa un poco, no es nada de que preocuparse, sólo son manchas de chocolate, debo descansar un rato.
Los dos, tomados de la mano se fueron acercando a la banca, donde aún permanecía la mujer, que se encontraba de pie, mirándoles con cierta incertidumbre.
El hombre cojeaba levemente, y con disimulada dificultad se sentó en la banca, miró a su hija con ternura y la abrazó largamente. Luego de eso, la miró nuevamente, le propinó una tierna sonrisa, como también a la mujer que se encontraba ahí todavía, y con voz suave le dijo a la niña:
"Mi pequeña, hoy es un día diferente, un día de sol, un día de primavera, donde todo renace como una renovada fuente de vida, siempre es así, una y otra vez. Hay momentos y momentos, caminos que continuar, distintas direcciones que cursar, y nuevas decisiones que tomar, tú debes seguir, yo debo descansar aquí, y ahora. Nunca te detengas, porque la vida siempre es movimiento, pase lo que pase, y el tiempo no espera. Deja que la sutileza del viento guíe tus pasos para que encuentres la felicidad en tus propios sentimientos, así serás una persona de bien, capaz de dar sin egoísmo un pedacito de ti misma, y cuando aprendas a confirar en quién realmente debes confiar, podrás tocar un mundo que es más amplio de lo que piensas"
El hombre miró luego a la mujer, que guardaba silencio, y mientras una sola gota rodaba de su ojo izquierdo, le dijo: - Llévala a donde pertenece, muéstrale el mundo, aún es tiempo para ella, la historia siempre puede cambiar. No dejes que se pierda.
La niña no entendió lo que su padre decía, pero sí la mujer, y aunque la angustia de la escena le conmovía, y un nudo en su garganta se apoderaba de sus propias emociones, entendió el verdadero significado del porqué aquel hombre mantenía siempre su control, y sin más cuestionamiento, temerosamente accedió a su petición, porque pudo constatar como a través de sus zapatos se escurría un líquido rojizo, que prontamente se apozaba bajo su zapato izquierdo.
La niña no se percató de este detalle y no quería irse, ante lo que el hombre le gritó a ambas, diciéndoles: - Obedezcan, y no olviden lo que les he dicho. Yo descansaré aquí. Váyanse, ¡Ahora!
Ambas mujeres se sobresaltaron, ante la enérgica voz del hombre, y sin querer, se fueron alejando lentamente ante su implacable mirada. La mujer miró un par de veces más hacia atrás, sólo vio a aquel hombre sentado, inmóvil, contenido en sí mismo, pero entendió perfectamente su nueva prioridad, y lo que significaría su nueva travesía con una total extraña a su cargo, y sin más, caminaron hasta perderse de vista.
Después de un rato, cuando ya se encontraba totalmente sólo, el hombre soltó su mano que se aferraba a un costado de su estómago, y poco a poco el líquido rojizo se empezó a escurrir libremente entre sus ropas, hasta empaparla. Los sonidos ambientales se fueron disipando poco a poco, mientras que su visión se perdía en el horizonte. Una sensación de frío se iba acentuando a la vez que un leve hormigueo se pronunciaba en todo su cuerpo, en cada latido que iba haciendo más y más lento. Trataba de mantener su postura, hasta que en un momento no pudo resistir, y se apoyó en un costado de la banca donde se quedó definitivamente inmóvil. Cuando esto sucedió, dejó de sentir frío, y el dolor desapareció, los sonidos desaparecieron en su totalidad y su visión se desprendió del lugar en que estaba, hasta quedar libre sobre la banca que aún le sostenía.
Por un instante pudo verse a sí mismo desde arriba, todo en silencio, blanco intenso, salvo algunos colores que aún percibía del frondoso paisaje en que estaba. Era una visión hermosa cuando cobró altura, y lo último que pudo ver, fue su propia imagen aún apoyada en la banca, con los ojos abiertos, y a las dos mujeres que aún caminaban a lo lejos. Después de eso, todo se volvió intenso, infinito, profundamente blanco, y ya no sintió nada más, hasta que se desvaneció en el cielo.
Algo cambió aquel día, y todo se convirtió en otra historia…
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