02 agosto, 2016

Y yo

Muchas veces quise comprender el motivo, pero ante la incomunicación sólo queda la adivinanza o las sensaciones que se pueden percibir en el aire. El clamor se despliega al viento y las oraciones parecen no ser escuchadas, es la cuota de dolor que se intensifica con el paso del tiempo, para todos por igual, y es una moneda que todos no sé porqué, tarde o temprano, debemos debemos pasar.
La fe inunda la mente como último recurso ante lo intolerable, se dobla nuestro vigor, se desprende nuestra energía para seguir, y finalmente cede nuestra voluntad. Esa es la última etapa del camino, una frontera que para todos es igual, unos antes otros después, ya no importa el tiempo en que se esté. Es inevitable, desconocido, misterioso y por ende tememos, hasta el punto en que el dolor doblega nuestro último aliento de resistencia, de negación, de querer más. Siempre es triste, y es inmenso, así es el espacio que debemos cruzar, y nos sentimos tan pequeños ante el universo.
Son etapas, son momentos, son instancias de tiempo, que se quiera o no, pasan, y pronto pasarán.
Su mano a ratos tiembla, aún trata de escribir y aún trata de leer, necesita las palabras adecuadas, precisas, aquellas que siempre ha querido ver en su interior, aquellas que sólo sabe que existen en lo más abstracto de su mente, y que aún desea en su soledad. Cree en el abandono, de todo y de todos, pero no es así. El dolor cuando es grande ciega la razón, es un punto donde el comienzo y el fin se unen, haciéndonos creer en la convicción. Argumentamos en nuestra mente, y el cuestionamiento sobre muchas cosas prevalece. Recordamos nuestra existencia, escudriñamos en nuestra historia, e inevitablemente miramos hacia atrás. Lo hice bien, lo hice mal, que importa ya. Dicho fue que el hacer sería un motivo para arrepentirse, y a su vez el no hacer, también.
Que ganas de haber hecho lo que no hice... pero al menos sé lo pude hacer.
No sé por qué existe, pero ahí está, así de simple, reclamando nuestra atención, cada día, y más ahora que antes. Desde siempre, durante, y después...
Escucho en su voz mi nombre, casi como murmuro silencioso, en esos momentos de mayor soledad, dónde sólo se puede escuchar una canción, bajo una melodía que siempre me acompaña, en  el mismo lugar que se repite una y otra vez en el verdor, donde puedo encontrar la paz que alimenta mi alma, en la música y yo.

No hay comentarios.: