Muchas veces quise comprender el motivo, pero ante la
incomunicación sólo queda la adivinanza o las sensaciones que se pueden
percibir en el aire. El clamor se despliega al viento y las oraciones parecen
no ser escuchadas, es la cuota de dolor que se intensifica con el paso del
tiempo, para todos por igual, y es una moneda que todos no sé porqué, tarde o temprano, debemos
debemos pasar.
La fe inunda la mente como último recurso ante lo
intolerable, se dobla nuestro vigor, se desprende nuestra energía para seguir, y finalmente
cede nuestra voluntad. Esa es la última etapa del camino, una frontera que para todos
es igual, unos antes otros después, ya no importa el tiempo en que se esté. Es
inevitable, desconocido, misterioso y por ende tememos, hasta el punto en que el dolor doblega
nuestro último aliento de resistencia, de negación, de querer más. Siempre es
triste, y es inmenso, así es el espacio que debemos cruzar, y nos
sentimos tan pequeños ante el universo.
Son etapas, son momentos, son instancias de tiempo, que se
quiera o no, pasan, y pronto pasarán.
Su mano a ratos tiembla, aún trata de escribir y aún trata
de leer, necesita las palabras adecuadas, precisas, aquellas que siempre ha querido ver en
su interior, aquellas que sólo sabe que existen en lo más abstracto de su mente,
y que aún desea en su soledad. Cree en el abandono, de todo y de
todos, pero no es así. El dolor cuando es grande ciega la razón, es un punto donde
el comienzo y el fin se unen, haciéndonos creer en la convicción. Argumentamos en nuestra mente, y el cuestionamiento sobre muchas cosas
prevalece. Recordamos nuestra existencia, escudriñamos en nuestra historia, e
inevitablemente miramos hacia atrás. Lo hice bien, lo hice mal, que importa ya.
Dicho fue que el hacer sería un motivo para arrepentirse, y a su vez el no
hacer, también.
Que ganas de haber hecho lo que no hice... pero al menos sé lo pude hacer.
No sé por qué existe, pero ahí está, así de simple, reclamando nuestra
atención, cada día, y más ahora que antes. Desde siempre, durante, y después...
Escucho en su voz mi nombre, casi como murmuro silencioso, en
esos momentos de mayor soledad, dónde sólo se puede escuchar una canción, bajo
una melodía que siempre me acompaña, en el mismo lugar que se repite una y otra vez
en el verdor, donde puedo encontrar la paz que alimenta mi alma, en la música y yo.
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