24 marzo, 2016

Cuarenta años después

La figura senil de un hombre vestido de negro y sombrero de ala corta, se hacía presente en aquel apacible paisaje inserto en medio de la ciudad. La época era otoñal y el crujir de las hojas que caían de los árboles denotaba un ambiente cálido, nostálgico y lleno de paz.
Se acercó al lado de un joven, era delgado, aunque de proporciones similares, poseía un rostro de porcelana aún más blanco, casi como el papel en el que escribía desde hacía un buen rato. Entre sus manos también sostenía unas naranjas qué pelaba con inquietante paciencia mientras se reclinaba sobre sus rodillas. Su expresión era la típica de los jóvenes de aquel entonces, pantalón plomo, camisa blanca, corbata y chaqueta azul sin solapa. En sus ojos se denotaba su profunda expectación y ansiedad, como si quisiera que el tiempo pase muy de prisa.
El hombre después de unos minutos de observarle, se sentó a su lado, a un cuerpo de distancia, en aquella larga banca de madera de color negro, que hacia juego con su vestimenta larga y totalmente oscura, bajo la sombra de un añoso árbol.
-          Vendrá…, dijo aquel hombre en tono calmo.
El joven escuchó levemente aquel susurro, y miró al hombre con cierta extrañeza. Miró a su rededor, en distintas direcciones, y luego prosiguió pelando su naranja.
-          Sé que vendrá... Replicó el hombre, inmóvil en su asiento, sin gesticular ninguna expresión.
El joven le miró con detenimiento y curiosidad mientras fruncía su seño. Aquel hombre usaba un traje largo, elegante y muy correcto para el lugar. Parecía hablar solo, ya que su mirada no se desprendía del horizonte.
-          Ud. Me dijo algo… Preguntó el joven con cierto recelo.
El hombre no respondió y prosiguió inmóvil y silencioso, tras sus gafas circulares de cristal negro.
-          Sí, yo le escuché, Ud. Me habló cierto…? Insistió el joven sumido en la curiosidad.
El hombre volteó lentamente hacia su derecha, y el pálido rostro del joven se reflejó en sus lentes.
-          Veo que aún le esperas… Dijo el hombre.
-          Y qué sabe Ud. Replicó el joven.
-          Sé muchas cosas, y sé que le esperas. Respondió finalmente el hombre.
En su pensamiento el joven procesó aquellas escuetas palabras, y la intriga fue aún mayor. Cómo sabía que esperaba a alguien?, De dónde salió?, Por qué estaba ahí conversando con un extraño?.
Al comienzo sintió miedo, pero tenía la habilidad de percibir a las personas, y la expresión mística de aquel sujeto no denotaba indicios de maldad. Recordaba aquellas típicas recomendaciones que recibió en su niñez, pero esto era algo totalmente diferente.
-          Quién es Ud.?... Le conozco acaso?...
-          Sí, pero sólo hasta este preciso momento.
-          Cómo es eso?
-          Hace años que visito este lugar, de vez en cuando, y este momento es especial.
-          Por qué?...
-          Porque este es el principio… de una historia.
-          Qué historia?
-          Tú historia.
-          No entiendo. A qué se refiere?
-          Es la historia que quedará forjada en tu ser, a partir de un instante de tiempo.
-          Cómo sabe que espero a alguien?
-          Es evidente.
-          No le conozco, Ud. No sabe nada de mí.
-          Percíbelo entonces… y dime, cuanto falta para que llegue?
El joven bajó su mirada y quedó inmerso en sus sentidos. Aquel hombre extraño tenía razón, podía percibir a quién esperaba, y aún estaba lejos del lugar.
-          Y…
-          Aún no llegará por un buen rato. Dijo el joven.
-          Te enseñaré un truco entonces… y podrás saber… qué hace y dónde está.
-          En serio…  Incrédulo respondió el joven.
-          Observa… pero observa bien… observa más allá de lo que sientes, y percibe lo que ella ve.
El joven aún más extrañado que antes acogió esas palabras y se internó en lo más profundo de sus pensamientos. Las imágenes confusas en su mente comenzaron a tener forma en su mente, y poco a poco pudo percibir su entorno en la distancia.
-          Dime entonces… que sientes.
-          Le veo, sí, o mejor dicho veo lo que ella ve. Está acomodando sus cosas, está apurada.
-          Así es, y prontamente saldrá de su trabajo en esta dirección.
-          Cómo sabe Ud…?
-          Lo sé, porque yo también le percibo… Dijo el hombre esbozando una leve sonrisa.
-          No lo entiendo! Respondió el Joven. - Creía que era sólo mi imaginación.
-          No, no lo es. No es imaginación, es percepción, pura y simple, enfatizada en sentimientos.
-          Por qué se acercó a mí? Qué quiere?... Preguntó el joven.
-          Siempre vengo aquí, cada cierto tiempo, ya te lo dije. Sólo quiero enmendar el momento.
-          Enmendar qué momento?...
-          El momento que vendrá después, cuando vayan a buscar libros.
-          Por qué?...
-          Porque el sentir es una magia que nunca se desvanece.
-          Que quiere decir eso…?
-          Significa… que debes decidir.
-          Decidir qué?
-          Decidir tu propio camino, junto a quién has percibido desde mucho antes, con tu sentir.
-          Es difícil en mi situación.
-          No, no lo es. Deja atrás tus temores. Es sólo juventud.
-          Siento que se acerca, siento sus pasos, aún a lo lejos.
-          Sí, así es, pasos cortos y ligeros, sujetando libros y cuadernos entre sus brazos.
-          Sí, es cierto… pero… Cómo?...
-          Sigue a tus sentimientos muchacho… y decide bien. Debes soltar una mano a la vez.
-          Entiendo, y ahora entiendo que Ud… o sea tú… eres yo.
El anciano se levantó lentamente del asiento, sin dejar de mirar al joven, con una sonrisa amable en su rostro, hizo una pausa, reverenció su cabeza con un gesto amable, y finalmente dijo:
-          Ya debo irme, creo que ya he enmendado mi tiempo.
El muchacho entendía lo sucedido, y se quedó meditativo en su puesto. Ahora sabía por qué aquél hombre le resultaba tan familiar.
A los pocos minutos, los pasos cortos de una menuda figura irrumpieron en la meditación del reflexivo joven. El levantó su cabeza y apenas vio su rostro, se iluminó tanto como el de ella.
Pensó en las palabras finales de aquel hombre “enmendar mí tiempo”, y entonces se dio cuenta a qué se refería.
Miró a la joven, cogió sus manos entre las suyas, y luego se levantó abrazándole con ternura, cobijándole protectoramente, besándole con una paz que por fin a su corazón… llegó.
A lo lejos…, la figura erguida e inmóvil del anciano con su chaqueta al viento, parecía despedirse con un  dejo de ternura, para luego, poco a poco, ir esfumándose entre los árboles, al compás de las hojas resecas que caían con la suave brisa otoñal.
Era su inicio, era su expectativa, era la existencia misma de toda una vida, su propia vida, por fin libre y plena, por fin pura, cuarentas años después.

No hay comentarios.: