El sol ya pronto se iba ocultando, mientras el despertar de
las luces de la ciudad comenzaba a iluminar cada uno de los grandes y estirados
edificios. Algo había pasado, la ciudad estaba más activa que nunca. Era fin de
semana y todo el mundo parecía estar más apresurado que lo de costumbre.
La oscuridad fue propia de su traje negro, y en combinación se
convirtió en camuflaje, salvo por su pálido rostro y manos, que parecían puntos
flotantes que deambulaban como alma en pena.
Se detuvo un instante para agudizar sus sentidos, y
encaminar sus pasos hacia su destino. Su corazón latía con premura y casi con
un dejo de angustia, parecía ido en su propósito, y un poco indiferente al
patrón normal del mundo. Extendía sus manos, y una sensación de calor y cosquilleo
le indicaba una dirección inequívoca. No necesitaba ningún artilugio
electrónico o digital que lo guiara, sólo estaba ahí, guiado únicamente por su
instinto.
Caminó varios kilómetros, a una velocidad inusual, sus pasos
lentos y livianos parecían desprenderse del suelo, avanzando casi como tele
transportado al lugar justo y preciso que miraba. Nadie lo notaba en la
oscuridad, y su sensación de libertad inundaba su ser con total frenesí. Nunca se había sentido mejor, parecía
que todo era posible aún más allá de la acostumbrada realidad.
Prontamente llegó a su destino, y entonces le pudo ver a
escasos metros en las cercanías de una esquina donde seguramente estaba esperan
algún móvil. Ya era tarde, y pensó primeramente en su seguridad, y en el
entusiasmo de propinar una sorpresa. Así fue como con paso tranquilo se acercó hasta
lograr alcanzarle. Ella vestía de rojo, con un abrigo negro cuello alto, al
igual que sus botas de mediano taco, portaba una cartera negra, y unos pequeños
anteojos traslúcidos de marco negro, y su pelo negro tomado en cola de caballo.
En la proximidad tocó suavemente su hombro derecho, virando
ella en rápida reacción, dando como es natural, un paso atrás, mientras
levantaba su vista para poder distinguir quién era esa inesperada presencia. Le
reconoció de inmediato, y su rostro se iluminó ampliamente, abriendo sus ojos
con asombro.
Así permanecieron un par de segundos, en mutua
contemplación, sin emitir palabras ni mayor acercamiento. Era notorio que ambos
parecían felices por el simple hecho de haberse encontrado.
Luego, en su plena curiosidad, ella rompió el silencio:
-
Qué haces aquí?...
-
Te vine a buscar… vamos.
-
A dónde?
-
Sólo sígueme, si quieres…
Ella no entendía nada, y pese a su normal timidez y
desconfianza aprendida en la vida, aceptó sin vacilar. Se llenó de preguntas, no
temía, porque le conocía de años y sabía perfectamente que podía confiar plenamente en él, sin embargo,
su inseguridad siempre estaba presente.
Sujétate firme, y en cosa de escasos minutos subieron a un
edificio, hasta llegar a la azotea. Ella no entendía como habían subido tan
rápido, y conmocionada por el hecho, se emocionó al ver un cielo tan despejado
y tan pleno de estrellas. Se acercaron a la orilla y pudieron ver el resplandor
de las luces de la ciudad que titilaban a lo lejos. La locura de la ciudad
estaba a sus pies, y todo parecía ser parte de un enjambre frenético lleno de
vida y movimiento.
-
Quieres ver la ciudad de más arriba?... - dijo él.
-
Qué?...
-
Vamos… déjame mostrarte la ciudad…
Incrédula, aceptó sin vacilar, pensando que todo era una broma. El sacó un celular de
su bolsillo, prendió su luz y estiró su brazo haciendo señales a un espacio
abierto. Prontamente el ruido de un motor se fue acercando rápidamente,
provocando un fuerte vendaval.
Ella no podía creer. - Qué es esto?... preguntó mientras
sonreía nerviosamente. No te preocupes, respondió el, con total tranquilidad.
Ten cuidado con las aspas, y avanza conmigo. Entonces en unos pocos pasos
avanzaron hacia el ruidoso aparato y se subieron. Una vez sentados, les pasaron
unos audífonos y se pusieron los cinturones de seguridad, despegando casi al
instante.
Él se comunicaba con el conductor mediante algunas señas,
levantando el pulgar y dirigiéndose hacia la costa, alejándose poco a poco del
bullicio de la ciudad. Mientras, observaban el movimiento de los vehículos que
parecían de juguete desde las alturas.
Pronto arribaron en la costa, en las cercanías de un recinto
bien iluminado, lleno de música, fulgor, y alegría. Bajaron y fueron recibidos
por algunos anfitriones de corbata muy bien vestidos. Todo era esplendor,
perfectamente pulcro, rodeado de blanco, tanto las mesas como las cortinas que
flameaban ante el frescor del viento.
Trataron de hablar entre el bullicio y la algarabía,
entonces el preguntó…
- Quieres algo más tranquilo?
- Sí, por favor. – Ella respondió.
Él sonrió y llamó a uno de los anfitriones, el cual se
acercó con presura. Caminó un par de pasos, y habló unas pocas palabras dando
algunas indicaciones. Al instante, aquel hombre se comunicó con el resto, y por
comunicador coordinaron algunos preparativos. En cuestión de segundos, se acercaron
a unos cuantos metros algunas personas
que montaron hábilmente unos paneles sobre la arena, muy próximo a un mar
iluminado por el resplandor de una enorme luna.
-
Está listo señor.
-
Gracias respondió él, mostrando una sonrisa
cortes y amable.
Se dirigieron al lugar, caminando entre la arena. Ella se
sacó los zapatos, sintiendo un inmenso alivio y un agrado al sentir el suelo
bajo sus pies.
Cuando llegaron, se internaron el pequeño recinto
improvisado, de grandes y abiertos ventanales con vista a las olas, lleno de
suaves luces que adornaban armónicamente el lugar.
Los asistentes a cargo, les recibieron con cordialidad, y
prepararon la mesa con un variado banquete, llenando las copas con un colorido
vino, todo en un armónico espacio que invitaba a la paz, la contemplación. Y ahí
se quedaron compartiendo, a solas, sin interrupciones, apreciando la belleza
del paisaje bajo la luz de la luna reflejada en el mar, sintiendo los sonidos
de la naturaleza, conversando con total tranquilidad y contándose por completo cada
detalle de las historias de sus vidas, en un momento eterno llamado “Felicidad”.