14 agosto, 2012

Larvas!



         Caminaba con la vista pegada al piso por las frías y húmedas calles de la ciudad, con ambas manos en los bolsillos de una corta casaca, buscaba entre sus cables, los audífonos que tantas veces le acompañaban con su tan apreciable música.

Se dirigía a su trabajo, a paso rápido, porque era su costumbre, y mientras lo hacía, su mente divagaba entre sus recuerdos, sus pensamientos y en las vicisitudes de la vida. De vez en cuando alzaba su rostro, sólo para corroborar en la mirada de los transeúntes, una historia en particular, aunque pincelada en forma diferente, prodigiosamente elaborada bajo un mismo patrón colectivo, guiados como si fuesen meros vehículos de transporte.

          Podía apreciar la emotividad a distancia, el dolor, y también la alegría, como un halo de luz multicolor y envolvente. No era algo que podía ver, sino, algo que se siente.

          Luego, en la inmensidad de la populosa ciudad, lo vio intensamente claro, algo que por muchos años le pareció normal y aceptable, de pronto se volvió evidente. No eran personas con las cuales interactuaba, sino máquinas orgánicas, conducidas por una mente superior.

           Se detuvo un instante, miró a su rededor con mayor atención, y observó los patrones de conducta de cada individuo. Se preguntaba el porqué sería el único conciente de ello. Al parecer, para los demás, ni si quiera existía la remota idea de cuestionarse algo así. Por un lado quiso creer que no se daban cuenta, porque estaban siendo manipulados.

            Pronto su visión comenzó a nublarse, y una especie de sueño invadió su mente. Era como si ese tipo de pensamientos estuviese prohibido, y celosamente vedado.

            Lucho por un buen rato contra aquella sensación, y se alejó prontamente del concurrido lugar. Se dirigió rápidamente hacia un edificio. Corrió por las escaleras, varios pisos, hasta donde pudo, y agotado, esperó el ascensor. Quería llegar a lo más alto, en un acto casi por instinto, y se jugó por lo que consideró lo más racional. Había sólo dos posibilidades, o lograba llegar a la cima, o simplemente seguiría su vida al igual que los demás, enajenado de su propia conciencia.

            Presionó los botones del ascensor con desesperación. Entró, los segundos parecían minutos, y minutos horas. Buscaba respirar o asimilar de alguna manera coherente lo que había descubierto, pero algo le neutralizaba su mente en ese mismo instante con confusas ideas sin sentido.

             Cuando por fin llegó a la ansiada cima, notó que su cuerpo se hacía más y más ligero, mientras una intensa luz le rodeaba. Todo transcurría en cuestión de segundos, mientras su cuerpo era absorbido por la luz, perdiendo prontamente la conciencia.

             Para cuando despertó, estaba en una sala, parecida a un hospital, de color blanco, sin muebles, y sin muros ni techumbre, todo era intensamente blanco, y extremadamente suave. Se sentía liviano, con una sensación de libertad y paz plena, pese a que no podía moverse.

              Al poco rato, sintió la supuración de un líquido viscoso y cálido desde su oído, que se escurrió por detrás de su cuello. No sabía lo que era, pero luego de eso, sintió que algo se desplazaba lentamente sobre su mejilla, con forma de capullo que se arrastraba en un intento de llegar a su boca.

             Apretó sus labios con recelo, y la criatura cambió de dirección, directo hacia su nariz. Trató de pedir ayuda, pero no podía hablar. Inmóvil su desesperación ante lo desconocido, le hizo reaccionar, sacudiendo su cabeza fuertemente, quedando el bicho cerca de su ojo.

             Inmediatamente comenzó a sentir voces a su rededor, a la vez que la habitación se llenaba de seres gigantescos, que con la misma viscosidad, le sujetaban con fuerza, inmovilizándole casi por completo. No entendía lo que decían de principio, pero en la medida que pasaba el tiempo, sus sentidos se intensificaban a un nivel que no era capaz de entender.

-          Cámbialo ya!...

            Fue lo único que apenas logró entender de una de las frases que escuchaba en un extraño dialecto, mientras su mente se despejaba cada vez más, con asombrosa agudeza.

-          Ahora…!

            Fue lo último que logró entender hasta que su cuerpo y su mente se desvanecieron en un profundo sueño.

            Al despertar, estaba sentado en una banca, con una suave música en sus oídos y una naranja en su mano derecha. Desorientado, miró su reloj, y sintió el apuro de su jornada. Guardó su fruta en un bolsillo y rápidamente se incorporó, dirigiéndose raudamente a paso ligero hacia sus labores, sus  rutinas, y sus deberes, perdiéndose entre la multitud, siguiendo los pasos de una vida “normal” y cotidiana.

“Je pense, donc je suis”


1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola, que buen texto. Escribes muy bien, intenta darle un giro a la historia o ir un paso más allá.

¡Saludos!