![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEidMTtHa7kjUMOJ-f6lPLVT-Uj0SZuDL14JQvShD2oIOpW3YIHI4V_3OdkEFhOrrt8KMuK5nsyZpHbOkP49HvHi2Hj_MHel4iBZSpshElWkr4D5soabPTWikUzs-nm6VStOSIj8WQ/s320/IMG2809.jpg)
Le acompañé hasta su guarida, donde pude ver como un caracol
detenía la marcha de unos elefantes. Nos reímos de buena gana, pero el tiempo,
como siempre vuela muy deprisa, y prontamente nos despedimos, no sin antes
concordar encontrarnos a la salida del trabajo.
Se dice que los mejores momentos en la vida, son aquellos
ocasionales, no planificados, y no forzados, y esta no sería la excepción.
Nos reunimos, y seguimos conversando mientras caminamos en
dirección a su casa. Después de los apretujes, y algunos esfuerzos por salir de
la masa de los medios de transportes, nos incursionamos en la oscuridad de un
parque luminoso en las cercanías de la estación. Contemplamos los maravillosos
colores de los juegos de agua, y su coordinación danzante, riendo un rato de
buena gana.
Luego, continuamos la marcha, y mientras lo hacíamos, me fue mostrando los distintos estilos de aquellas
grandes casonas, con aire a barrio acomodado y antiguo.
Prontamente llegamos a una puerta, y tras unos breves
elogios a la casa, entramos. El lugar era inmenso, una escalera principal a lo
más puro estilo del Titanic, pero la mitad, muchos rincones adornado gratamente con cuadros
de pintura y muchas flores. Todo estaba lleno de vida, una vida que en lo
particularmente tenía un toque femenino muy familiar.
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Los minutos volaban, y en un instante de silencio y
contemplación de aquella pintura que había cautivado especialmente mi atención,
unas manos pequeñas se escurrieron sorpresivamente desde mi espalda por entre mi negra chaqueta, tan
negra como su hermoso cabello, manifestándose en un fuerte abrazo, lo que se tradujo en mutuo, después de tantos años. Fue un
instante mágico, inesperado, apenas unos escasos segundos, donde pude percibir
toda la fuerza de una ternura, una sonrisa, y sobre todo aquel eterno cariño
que pese al tiempo, a la distancia, y la nula comunicación, aún prevalecía
intacto, sano, y tan puro como aquellos primeros días de infancia.
Luego de eso, su marido, con quién habíamos caminado, me
mostró la casa completa, todos sus detalles, su trabajo, los interminables
arreglos producto del último fuerte terremoto, lo que consideré un trabajo impecable
y admirable.
Después continuamos con una cena, muy decorada, producto del
cumpleaños de uno de sus, ya grandes hijos. Conversamos de buena gana,
bromeamos un poco, y recordamos viejas historias.
El breve espacio de
tiempo, llegaba prontamente a su fin, y como siempre debía partir. Como
siempre, pensando en mi familia.
Me acompañaron a la puerta, y tras una larga despedida,
frutas del campo, y un poco de miel, no
podía dejar de pensar en aquel último abrazo, y sus discretas y sencillas palabras diciendo…
"Tal vez nunca nos vemos, pero eso no significa que el
cariño se pierda, mi niño".
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