10 mayo, 2012

Encuentro

Ahí estaba, a la salida de un banco, observándome, inmóvil, como esperando un reconocimiento, o una reacción de mi parte. No me había percatado, pero lo cierto es que de pronto sentí su presencia, antes que su mirada. Ahí estaba, más canoso, conversador, gentil, y siempre denotando su eterna sonrisa. Después de tanto tiempo, lo menos era un abrazo, y un grato instante de conversación, que se extendió por más de una hora.

Le acompañé hasta su guarida, donde pude ver como un caracol detenía la marcha de unos elefantes. Nos reímos de buena gana, pero el tiempo, como siempre vuela muy deprisa, y prontamente nos despedimos, no sin antes concordar encontrarnos a la salida del trabajo.

Se dice que los mejores momentos en la vida, son aquellos ocasionales, no planificados, y no forzados, y esta no sería la excepción.

Nos reunimos, y seguimos conversando mientras caminamos en dirección a su casa. Después de los apretujes, y algunos esfuerzos por salir de la masa de los medios de transportes, nos incursionamos en la oscuridad de un parque luminoso en las cercanías de la estación. Contemplamos los maravillosos colores de los juegos de agua, y su coordinación danzante, riendo un rato de buena gana.

Luego, continuamos la marcha, y mientras lo hacíamos,  me fue mostrando los distintos estilos de aquellas grandes casonas, con aire a barrio acomodado y antiguo.

Prontamente llegamos a una puerta, y tras unos breves elogios a la casa, entramos. El lugar era inmenso, una escalera principal a lo más puro estilo del Titanic, pero la mitad, muchos rincones adornado gratamente con cuadros de pintura y muchas flores. Todo estaba lleno de vida, una vida que en lo particularmente tenía un toque femenino muy familiar. 

Ahí me quedé un instante a solas en el living, contemplando, curiosamente, una pintura de un árbol, mientras el se fue a avisar a su familia de mi presencia.

Los minutos volaban, y en un instante de silencio y contemplación de aquella pintura que había cautivado especialmente mi atención, unas manos pequeñas se escurrieron sorpresivamente  desde mi espalda por entre mi negra chaqueta, tan negra como su hermoso cabello, manifestándose en un fuerte abrazo, lo que se tradujo en mutuo, después de tantos años. Fue un instante mágico, inesperado, apenas unos escasos segundos, donde pude percibir toda la fuerza de una ternura, una sonrisa, y sobre todo aquel eterno cariño que pese al tiempo, a la distancia, y la nula comunicación, aún prevalecía intacto, sano, y tan puro como aquellos primeros días de infancia.

Luego de eso, su marido, con quién habíamos caminado, me mostró la casa completa, todos sus detalles, su trabajo, los interminables arreglos producto del último fuerte terremoto, lo que consideré un trabajo impecable y admirable. 

Después continuamos con una cena, muy decorada, producto del cumpleaños de uno de sus, ya grandes hijos. Conversamos de buena gana, bromeamos un poco, y recordamos viejas historias.
 El breve espacio de tiempo, llegaba prontamente a su fin, y como siempre debía partir. Como siempre, pensando en mi familia. 

Me acompañaron a la puerta, y tras una larga despedida, frutas del campo, y un poco de miel, no  podía dejar de pensar en aquel último abrazo, y sus discretas y sencillas palabras diciendo…

"Tal vez nunca nos vemos, pero eso no significa que el cariño se pierda, mi niño".

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