El ser, caminaba por esas callecitas en que todo es luz, donde los
actores a veces se juntan y la gran mayoría son jóvenes que se reúnen a
compartir algunos tragos, grata conversación y disfrutar de un momento de
distensión.
Los rostros, en sus mayorías delineados en blancas y
anguladas mejillas, denotaban un aire barrio, refinado y de buen gusto, ajeno a
la oscuridad de un entorno mayor.
Muchos ojos claros se entrecruzaban en miradas curiosas ante
el caminante errante, un ser que por demás, alguna vez fue comparado con un pan
truca.
Sus pasos, como siempre, eran largos y rápidos, nunca se detenía, ni
siquiera a mirar un poco más allá de aquellos milagros que se desprenden de una
arquitectura. Pero en esta ocasión, sus pasos se detuvieron por un segundo, y
por segunda vez. Era un cine, uno pequeño que alguna vez mencionó de haber
estado ahí, sin estarlo. Era curioso, la misma sensación, por segunda vez.
Prosiguió su marcha, imparable, como queriendo ganar a algo
tan insanable como lo es el tiempo. No obstante, aquel recuerdo inundaba su
mente por completo.
Es común percibir ciertas cosas, que muchas veces pasamos
por alto, o que simplemente restamos importancia, pero hay detalles, pequeños
detalles, tan simples como lo puede ser el brillo de una copa de vino ante el
destello de las luces que emergen de los colgantes. Cosas que sin importar qué,
aparecen de la nada, cosas que jamás debiésemos si quiera comparar o intentar de
racionalizar, son únicas, cautivantes, místicas, gratas, no importa como se
llamen, son importantes y no necesitan más.
Detalles, simples detalles, que por algún motivo nos hacen
pensar, como si todo el universo cupiera en una postal, son… detalles, aquellos
que por siempre presentes…ahí estarán.
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