29 mayo, 2012

Quiero irme


Así comenzó una idea fija en su mente, que desembocó su mirada quieta a través de su ventana, en las alturas de un enorme edificio. La ciudad a sus pies, y sus pies con la necesidad de ir, y volar hacia ese espacio profundo que da la libertad, más allá de los límites y más allá de la rutina impuesta por el diseño.

Sintió sed, y quiso beber, pero pese a al vaso de agua que le acompañaba más un poco de azúcar, no encontraba saciedad en su inquietud. Los cortos minutos que le quedaban, le parecieron eternos, por lo que para saciar su sed, se puso a escribir.

Carecía de ideas claras, sus preocupaciones le agobiaban, y las tristes noticias mermaban su cabeza. No quería pensar, no quería sentir, no quería saber, de nada. Era una sensación extraña, quizás derivada del cansancio, del trasnoche, de las presiones. Nada de lo que hiciera podría cambiar el instante siguiente, y romperlo sería destruir lo que por años costó solidificar.

Sabía perfectamente que todo lo que sentía, iba más allá de los números, más allá del deber que todo ser humano debía cumplir a lo largo de su vida, su rutina, su inquebrantable secuencia. No se trata de seguir los ciclos que impone una sociedad, para sobrevivir, o para vivir con lujos, el dinero no era el tema, no lo era la moda, ni siquiera lo era el conocimiento, que siempre se busca en todas partes. Era algo más, algo que en lo más profundo de su ser le inquietaba sobremanera.

Quizás era uno de los pocos que se daba cuenta de ello, y cada vez que la nitidez iluminaba su mente, un evento se interpondría, como un distractor, como un brisa fugas que se lleva las cercanías y convierte a su paso, todo en olvido.

Lo único cierto, era el haber entendido el concepto de la identificación, aquello que permite que las personas logren conectar con otros o con el universo, y que claramente, sin importar el idioma, se produce un vínculo.

Escapar, correr rápido y lejos, volar, lograr entrar en el sueño más profundo, en la nada, o convertirse en un todo, sin límites, sin vendas, para poder ver como es en realidad la existencia más allá de lo que comúnmente día a día, hacemos.

Sólo sé que ya es el momento…, sólo sé que siento…, y es así de simple, porque ya no más quiero…, pero si quiero…, un poco más, tan sólo unos minutos más, unos de un momento que se viene luego… , así como dónde quiero irme ahora, justo ahora, que ya no queda tiempo.




16 mayo, 2012

Detalles


El ser, caminaba por esas callecitas en que todo es luz, donde los actores a veces se juntan y la gran mayoría son jóvenes que se reúnen a compartir algunos tragos, grata conversación y disfrutar de un momento de distensión.

Los rostros, en sus mayorías delineados en blancas y anguladas mejillas, denotaban un aire barrio, refinado y de buen gusto, ajeno a la oscuridad de un entorno mayor.

Muchos ojos claros se entrecruzaban en miradas curiosas ante el caminante errante, un ser que por demás, alguna vez fue comparado con un pan truca.

Sus pasos, como siempre,  eran largos y rápidos, nunca se detenía, ni siquiera a mirar un poco más allá de aquellos milagros que se desprenden de una arquitectura. Pero en esta ocasión, sus pasos se detuvieron por un segundo, y por segunda vez. Era un cine, uno pequeño que alguna vez mencionó de haber estado ahí, sin estarlo. Era curioso, la misma sensación, por segunda vez.

Prosiguió su marcha, imparable, como queriendo ganar a algo tan insanable como lo es el tiempo. No obstante, aquel recuerdo inundaba su mente por completo.

Es común percibir ciertas cosas, que muchas veces pasamos por alto, o que simplemente restamos importancia, pero hay detalles, pequeños detalles, tan simples como lo puede ser el brillo de una copa de vino ante el destello de las luces que emergen de los colgantes. Cosas que sin importar qué, aparecen de la nada, cosas que jamás debiésemos si quiera comparar o intentar de racionalizar, son únicas, cautivantes, místicas, gratas, no importa como se llamen, son importantes y no necesitan más.

Detalles, simples detalles, que por algún motivo nos hacen pensar, como si todo el universo cupiera en una postal, son… detalles, aquellos que por siempre presentes…ahí estarán.




15 mayo, 2012

Un día de locos


Un día de locos, es cuando crees que un día será de una determinada forma, y finalmente resulta otra.

Te levantas en la mañana y todo cuanto esperas, bueno o malo, se sucede carente de control, sin importar cuan metódico(a) seas, el flujo natural del movimiento se bifurca  tantas veces que en un momento dado ya dejas de contar.

Dónde quedan las emociones entonces, se diluyen acaso, agobiadas por el conjunto de eventos que hacen que corras cada día… para lograr qué….

Es gracioso, pero ya no hay tiempo para leer, incluso menos para escribir un poco. Una vez más la redundancia de aquella sensación sobre el tiempo, y un conjunto de preguntas que siempre fluyen en la mente, transformándose en algo cada día más tenue, pero no menos importante que un primer día.

Ahora que harás, irás a casa, o de parranda, o a viajes más allá de lo imaginable, o simplemente caminarás pensando vagamente en un porqué...

Finalmente se podría pensar que las cosas llegan por algo, y a su vez hay otras que se van por una buena razón. La existencia quizás no sea más que aquello que te permite existir en la mente de las personas que más aprecias, aunque sea por un instante, aunque sea por un momento, transformándose en eterno.

Ya es de noche, cuantas horas serán las que se duermen, y cuantas más, serán aquellas cosas, las que existan en nuestros sueños, aunque sea por un breve tiempo.

Real o no, definitivamente ha sido un día de locos, sin serlo.






10 mayo, 2012

Encuentro

Ahí estaba, a la salida de un banco, observándome, inmóvil, como esperando un reconocimiento, o una reacción de mi parte. No me había percatado, pero lo cierto es que de pronto sentí su presencia, antes que su mirada. Ahí estaba, más canoso, conversador, gentil, y siempre denotando su eterna sonrisa. Después de tanto tiempo, lo menos era un abrazo, y un grato instante de conversación, que se extendió por más de una hora.

Le acompañé hasta su guarida, donde pude ver como un caracol detenía la marcha de unos elefantes. Nos reímos de buena gana, pero el tiempo, como siempre vuela muy deprisa, y prontamente nos despedimos, no sin antes concordar encontrarnos a la salida del trabajo.

Se dice que los mejores momentos en la vida, son aquellos ocasionales, no planificados, y no forzados, y esta no sería la excepción.

Nos reunimos, y seguimos conversando mientras caminamos en dirección a su casa. Después de los apretujes, y algunos esfuerzos por salir de la masa de los medios de transportes, nos incursionamos en la oscuridad de un parque luminoso en las cercanías de la estación. Contemplamos los maravillosos colores de los juegos de agua, y su coordinación danzante, riendo un rato de buena gana.

Luego, continuamos la marcha, y mientras lo hacíamos,  me fue mostrando los distintos estilos de aquellas grandes casonas, con aire a barrio acomodado y antiguo.

Prontamente llegamos a una puerta, y tras unos breves elogios a la casa, entramos. El lugar era inmenso, una escalera principal a lo más puro estilo del Titanic, pero la mitad, muchos rincones adornado gratamente con cuadros de pintura y muchas flores. Todo estaba lleno de vida, una vida que en lo particularmente tenía un toque femenino muy familiar. 

Ahí me quedé un instante a solas en el living, contemplando, curiosamente, una pintura de un árbol, mientras el se fue a avisar a su familia de mi presencia.

Los minutos volaban, y en un instante de silencio y contemplación de aquella pintura que había cautivado especialmente mi atención, unas manos pequeñas se escurrieron sorpresivamente  desde mi espalda por entre mi negra chaqueta, tan negra como su hermoso cabello, manifestándose en un fuerte abrazo, lo que se tradujo en mutuo, después de tantos años. Fue un instante mágico, inesperado, apenas unos escasos segundos, donde pude percibir toda la fuerza de una ternura, una sonrisa, y sobre todo aquel eterno cariño que pese al tiempo, a la distancia, y la nula comunicación, aún prevalecía intacto, sano, y tan puro como aquellos primeros días de infancia.

Luego de eso, su marido, con quién habíamos caminado, me mostró la casa completa, todos sus detalles, su trabajo, los interminables arreglos producto del último fuerte terremoto, lo que consideré un trabajo impecable y admirable. 

Después continuamos con una cena, muy decorada, producto del cumpleaños de uno de sus, ya grandes hijos. Conversamos de buena gana, bromeamos un poco, y recordamos viejas historias.
 El breve espacio de tiempo, llegaba prontamente a su fin, y como siempre debía partir. Como siempre, pensando en mi familia. 

Me acompañaron a la puerta, y tras una larga despedida, frutas del campo, y un poco de miel, no  podía dejar de pensar en aquel último abrazo, y sus discretas y sencillas palabras diciendo…

"Tal vez nunca nos vemos, pero eso no significa que el cariño se pierda, mi niño".