29 octubre, 2011

Un barco una botella



Los detalles y los por menores estaban correctamente definidos, a una precisión milimétrica, nada podía fallar. Sus manos gigantes ya no podrían sostener más la delicadeza de aquellas frágiles velas, y sólo la imaginación le conformaba, al ver su obra terminada. Hubiese deseado ser aún más perfeccionista, pero el tiempo no espera, y nada es perfecto ni eterno como se quisiera.

Era la última pieza que faltaba para asegurar el mástil de una tan pequeña embarcación. Debía terminarla, había puesto mucho tiempo y dedicación en cuidados y precaución. Aquella estructura, para sí, era hermosa, radiante, incluso brillante, pero en el fondo de su pensar, no era menos cierto que no importaba cuantas veces intentara restaurar su estructura, aquella nave seguiría ahí a merced del tiempo, bajo la convicción de un supuesto navegar.

Miró su reloj ovalado, encadenado finamente al bolsillo de su chaleco, y sobre el escritorio lo dejó, junto a la botella. Se acomodó su chaqueta, su sombrero y su bastón, abrió la puerta y se encaminó por el arenal con ella bajo el brazo. Una vez en la orilla, sintió el agua fría bajo sus pies descalzos, entonces se inclinó con cuidado, en cuclillas, y con mucho tino puso la botella en el agua.

Hubiera dado todo, absolutamente todo, por tener el mágico don de la visión, y poder apreciar el eterno migrar de aquella botella, a sabiendas de que en su interior se encontraría a resguardo por siempre la divina existencia de su tesoro más preciado, su pequeño barco a velas.

21 octubre, 2011

Insertos


Introducción

Como pasan los días, y ya es Viernes nuevamente. La historia está en el aire, y se viene como si nada entre los dedos, luego..., entonces lo dicho es deuda, y las palabras sobran.

Insertos

Rápidamente tomó el autobús, y en su apuro dejó su billetera. Sin pensarlo dos veces se devolvió a buscarla, abrió sus cajones, que por suerte estaban con llave. La recogió y revisó los papeles, algunos billetes sueltos, una que otra tarjeta y por lo menos se notaba todo en orden, salvo un pequeño detalle… su identificación.

Miró la fotografía y no correspondía en absoluto. Imaginó que sería de alguien, no obstante llevaba todos sus datos personales correctamente escritos. Sin duda era su identificación. Cómo podía ser posible que alguno de sus compañeros o amigos fuera capaz de hacer ese cambio, tan perfecto, una broma seguramente, y mucha dedicación. Pero era imposible, puesto que no hacía muchos minutos que había revisado sus cosas.

Extrañado, decidió irse a casa, ya se hacía tarde, una vez más, y como siempre, todo a contra tiempo.

Era un día viernes, esperaba aterrizar un poco su acelerada vida, corriendo siempre de aquí para allá, y vise versa, pero su identificación le preocupó todo el camino.

Cuando llegó a casa, abrió la reja, luego la puerta de entrada, y entró sigiloso, con la paz que le caracterizaba. Una mujer salió a recibirlo, y cuando lo vió solo atinó a preguntar:

- Y usted? Quién es? Qué quiere?
- De qué hablas mujer! – Contestó el hombre.
- Por favor salga… salga…
- Por qué? Qué sucede?
- Váyase por favor, llévese lo que quiera, pero vállase.
- No entiendo, ¿Estás bien?
- Noooooooo! Se escuchó fuerte el grito de espanto de la mujer.

El ruido, prontamente atrajo al resto de la familia, quienes compartían aquella tarde, y tratando de calmar a la mujer, hicieron las mismas preguntas. – Quién era ese tipo?

Ante la presurosa arremetida de las personas, el hombre consideró prudente salir sin más. Algo sucedía, algo que no podía entender.

Le siguieron hasta la puerta, con amenazadoras intenciones.

Todo era sumamente extraño, y se acercó a unos vecinos, quienes no quisieron dar ningún tipo de información, evitándole finalmente, como si fuese un total desconocido.

Caminó aquella tarde, hasta que llegó la noche, sin poder entender la situación, se detuvo en un local que frecuentaba para tomarse un café. Habló con la camarera un par de palabras mientras hacía el pedido, y notó que ella tampoco le reconocía.

Pensó en la foto de su documentación, que se puso a observar con detenimiento sobre la mesa que brillaba con resplandeciente intensidad.

De pronto lo entendió, cuando observó su rostro reflejado en la mesa, igual a la de su identificación, y totalmente distinto a lo esperado.

Sus pupilas se dilataron, y el nerviosismo se fue incrementando en su ser. Un fuerte escalofrío recorrió su espalda, mientras retrocedía de espanto en su asiento, provocando que su taza se cayera, rompiéndose en el acto.

- Imposible…

Dicho esto, otro hombre se acercó, de muy buenos modales y bien vestido, y tocando su hombro derecho, le dijo:

- Cálmese por favor.

El hombre que estaba sentado levantó su cabeza, y su asombro fue aún mayor, cuando al ver el rostro del otro.

- Qué es esto?... ¿Qué está pasando?

El hombre que estaba de pié, tenía su mismo rostro, al menos el que recordaba como suyo.

- Le explicaré, acompáñeme, y véalo por Ud. mismo.

Desconcertado, con desconfianza aguda, le siguió hasta la barra, donde había un gran espejo de fondo, mientras aquel hombre le explicaba.

- Cómo puede ver, todo está bien.

- Qué dice!... No, No… Nada está bien aquí…. Déjeme por favor, déjeme…

Dicho esto, el hombre salió despavorido del local, sólo para constatar la verdad en las palabras de aquel otro, que era el mismo, así como los demás, como si todos en aquella ciudad, de pronto fuesen clones de una gran fábrica, en un mundo ajeno, velado sólo por la ceguera de la tozudez, en una supuesta realidad, de la cual, sólo unos pocos privilegiados despiertan a la luz, y conocen el verdadero significado de una existencia llena de seres… “Insertos”.

14 octubre, 2011

Terrinos



Era una época, donde no existían diferencias raciales, en un lugar donde de hecho, no existían razas. Había pasado ya bastante tiempo, y varias generaciones sin ver gente diferente, lo que con el tiempo se transformó en natural aceptación.

Marchant era un niño pecoso, muy sonriente, de pantaloncillos cortos, que generalmente gustaba de ir al taller de de su padre, para la época de las “cosechas embrionarias”. Era inquieto, alegre, y muy curioso, todo lo quería saber, incluso, lo que no preguntaba, lo averiguaba de alguna u otra forma. Solía quedarse horas mirando los blindados cilindros de la fábrica, apreciando y contemplando a sus símiles, conjuntamente con otros niños de su misma edad, que jugaban y revoloteaban por el lugar.

El distrito, era apacible, algo frío y muy extenso, de varios cientos de kilómetros a la redonda. Los chicos por lo general, no se internaban más allá del sector iluminado. Pero aquel día, Marchant se sintió atraído por un destello hacia el fondo de un enorme pasillo, y alejándose del grupo, se internó en el lugar.

A simple vista, el lugar parecía no tener fin. Caminó largamente, por varios minutos, hasta llegar a una zona que no había explorado nunca, donde encontró cilindros iguales a los que había visto al inicio, pero de mayor tamaño.

Había poca luz, pero era suficiente como para leer las plaquetas de identificación, las cuales todas tenían un códigos de barras impregnados en la piel, al igual que los de él y de su familia y amigos.

Marchant, se esmeró por ver a través de los cristales, percatándose de que eran iguales a los más pequeños, sólo que en su interior, había cuerpos más desarrollados que flotaban en un líquido viscoso y amarillento, cuyos rostros, portaban las mismas características que las de su padre, pero bastante más altos y robustos, de por lo menos 2 metros y medio.

Más allá, se visualizaban otros cilindros, aún más grandes y más anchos todavía, y así sucesivamente, hasta incluso unos de 30 metros de altura, apenas visibles a la distancia. Tras esos últimos, unas paredes inmensamente grandes, también de grueso cristal, que ya no era posible distinguir su magnitud.

Pero ahí estaba, un niño de muy corta edad, con su pálido rostro, observando lo grandes que eran esos cuerpos. Pensó para sí, que pronto crecería y algún día sería como ellos.

Volvió con sus amigos, y rápidamente se fue donde su padre para contarle de su descubrimiento. El padre le escuchó con paciente inquietud.

- Cuanto tiempo estuviste caminando hijo?
- Casi una hora Papá.
- No es prudente que vayas para allá, tan lejos, la fábrica es muy grande y te puedes perder.
- Lo sé Papá, pero quise saber, y como ves… supe como volver.
- Qué viste?
- Vi unos terrinos gigantes, papá, como nosotros. Eran inmensos.
- Mañana iremos, con más luz de día, que te parece…
- Sí, si, vamos, vamos mañana… Respondió el niño con enfático entusiasmo.


Aquella noche, su padre le acunó con nostálgica ternura, y le acompañó hasta que su niño cansado y feliz, se durmió, entrando en un sueño profundo y hermoso, del cual jamás despertó.

07 octubre, 2011

Los Fumigadores



Trabajaba arduamente en su hermoso jardín, con guantes protectores, y unas tijeras para podar, recortando, abonando y ordenando cada flor, con especial cuidado, mientras lo hacía, ella cantaba y les hablaba a sus flores, confidenciando su vida en cada retoque. Sus compañeras le llamaban con cariño, la Jardinera 1, o su diminutivo JD1.

Era un huerto inmenso, en las proximidades de una carretera. Había otras mujeres en las mismas actividades, que al igual que ella se preparaban arreglos florales para una convención en la que participaban desde ya hace varios años.

Una figura espigada vestida en túnica negra, se acercó al grupo sin pronunciar palabra, con pasos largos y tranquilos, extendió su mano tocando con delicadeza el hombro de una de las mujeres que trabajaba, retirándose de inmediato, con calma y prudente sigilo.

Pocos prestaron importancia, y todos continuaban con sus faenas sin mayor preocupación. Sin embargo, a los pocos minutos, comprobaron que una de sus compañeras caía inerte al suelo. Asustadas, las demás corrieron a socorrerla, sin poder recuperarla, sin encontrar explicación. Entre el alboroto JD1, se quedó alejada del bullicio, y pudo ver a lo lejos la sombra de quién les había visitado, y sin decir a nadie, le siguió.

La extraña figura prosiguió su camino, hasta llegar a la ciudad, donde se encaminó por una de las calles más concurridas. A su paso, tocaba tenuemente a alguien de vez en cuando, personas aparentemente común, que al igual que en la situación anterior, caían sin más, produciendo alboroto en los transeúntes cercanos.

JD1 le siguió, fue la única que pudo verle. Al parecer, nadie se percataba de su presencia, era casi como si no estuviese, pero ahí estaba, entre la gente, siempre vestida de negro.

Esperó que se alejara un poco del gentío, y entonces se acercó, y cuando ya estaba al alcance de su mano, la figura estilizada se volteó, y dijo:
- No!, no debes tocarme, nadie debe.

Se quedó ahí un instante, inmóvil, con su rostro apenas visible, mientras la joven le miraba con profunda curiosidad.

- Quién eres?, dijo ella, con un tono nervioso.

- Eso ya no importa ahora, el tiempo se acaba, y debo seguir mi labor.

La joven no entendía sus palabras, y pese a la inquietud, sintió un frío paralizante, que le dejó sin habla.

Sólo la delicada tibieza de otra presencia pudo despabilar a la joven de su trance, esta vez, era una figura femenina, vestida enteramente de blanco, pero con el mismo atuendo que la figura de negro.

- Es extraño, pero ella es diferente, tiene ambos identificadores. – Comento la figura de blanco.
- Ciertamente, aún así, debemos continuar. – Respondió la figura de negro.

Los dos seres prosiguieron su marcha, mientras la muchacha se quedó perpleja, sentada en el piso, sin entender lo que ocurría. Sólo podía observar el abatimiento de las personas que tocaban a su paso.

- Hola JD1. – Se escuchó de pronto al lado de la joven.

La joven volteó a su izquierda, y vio a un joven de piel morena, de aspecto limpio y simpático, con una sonrisa intensamente blanca, vestido en forma sencilla, con una camilla a cuadros, Jans azules gastados, y zapatos cafés, que se sentó a su lado, con sus brazos entre cruzados, sobre una de sus piernas flectadas, que le dijo:

- Sabes, eres una de las pocas personas que le logras ver. En hora buena.

- ¿Quiénes son?... Preguntó de inmediato la joven.

- Ellos son catalogadores, su misión es identificar y clasificar. Como ellos, hay muchos repartidos por todo el mundo. Se encargan del “aseo” previo, antes de proceder con la fumigación.

- Fumigación?. Qué clase de fumigación?...

- Como todas las cosas, todo sufre un deterioro, y cada cierto tiempo requiere de mantención. A veces sólo vasta algunos retoques y reparaciones, pero en otras, como ahora, se requiere de algo… radical.

- Entonces que les sucede a ellos?, Por qué caen?

- Muy simple mi pequeña niña, ellos fueron elegidos, y los cambiamos de repositorio. Para la gente común ellos están muertos, y es mejor que crean eso.

- No entiendo, A dónde se los llevan?

- Ellos fluirán hacia una nueva etapa, y lograrán entender lo que siempre se han cuestionado.

- Y los demás…

- Que curiosa que eres pequeña… Los demás serán fumigados.

- Queeee?....

- La limpieza de un hogar, requiere de ciertos cuidados higiénicos, para tu entendimiento. Por lo tanto, todo lo que crees ver desaparecerá en la nada.

- Pero… mi familia… y yo…

- Tú eres uno de esos casos sin clasificar. No tienes más destino que el propio que quieras tomar, y tu familia sólo será parte de la existencia que te has formulado, y seguirán existiendo hasta que sigas queriendo creer en ellos.

- No, no, no puede ser. Nadie tiene derecho….

- Tranquila, no se trata de derechos, se trata de aseo, simple aseo. – Dijo el muchacho, perdiéndose luego entre la muchedumbre.

Muchas dudas quedaron en el aire, muchas preguntas que no se formularon se transformaron por sí solas en respuestas para aquella joven.

Mientras… Las horas pasaban, y los noticieros se llenaban de especulaciones, en todos los canales, de todos los países, los comunicados narraban lo que mejor vendía. Algo en el aire, un atentado biológico, el sol, un virus. El pánico prontamente se fue apoderando de la ciudad, y todo se fue convirtiendo en un caos. Muchos negocios se hicieron lucrativos gracias a los temores de la población, y algunos profetas, inspiradores, líderes, se hicieron prontamente de fanáticos seguidores.

Rápidamente, las manifestaciones surgieron al pasar los días, y muchos creyentes de diversas índoles, proclamaban apocalípticos tiempos, promulgando “la verdad”.

Sólo JD1 era la única que sabía lo que realmente ocurría. Pero nada podía hacer, y muy poco le creerían, y procuró salvar del pánico colectivo.

Recordaba las palabras del joven, y su rostro apacible, y se cuestionaba… Quién era? Qué debía hacer? ¿Qué podía hacer?.

Entonces la joven encontró la respuesta, y todo a su rededor desapareció en cuestión de segundos ante sus ojos, quedando sólo un puñado de figuras vestidas de túnica, las cuales se alinearon en una misma dirección, desvaneciéndose en la distancia.

Después de eso, toda la ciudad se reconstruyó en cuestión de segundos, ordenada y limpia, en notoria menor cantidad de habitantes, con sólo las personas que habían sido tocadas, volviendo a sus actividades cotidianas, como si todo el resto jamás hubiese existido.

Solo entonces, la dulce joven entendió su función, y cual era su propósito, descubriendo así, que su existencia pertenecía al mundo de los fumigadores.