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Mientras caminaba tocaba su rostro con cierto dejo de curiosidad, tenía claro su cometido y hacia dónde se dirigía, aún así, sentía que algo pendiente quedaba por hacer.
Cada vez que hacía aquel gesto, sus ideas se reordenaban y a su vez su mente divagaba en imágenes indescriptibles asociadas a lugares abiertos sin igual.
No muy lejos de ahí, a unos cuantos pasos, pudo observar a una persona sentada en una banca con su rostro inclinado, bajo la sombra de un frondoso árbol. Tenía algo rectangular entre sus manos que no se podía apreciar a simple vista, pero era evidente que era lo único que necesitaba en aquel ambiente de paz.
Le observó por algunos escasos minutos, inmóvil, sin saber por qué se detuvo. Tocó su rostro nuevamente con sus dedos, y notó que la persona realizaba el mismo gesto.
La curiosidad le llevó a acercarse, sin que fuese visible su presencia, y se quedó un rato más. De inmediato, la persona en la banca alzó su rostro de improviso, y miró hacia todos lados, sin percatarse que quién le observaba.
Se puso de pié, cerró lo que portaba en su mano derecha, y mientras tocaba su rostro miró a su rededor con cierto dejo de intriga y luego de notoria angustia.
La persona que observa se extrañó ante el hecho y prontamente se retiró para no incomodar. Caminó rápidamente en sentido contrario a lo que miraba, pero la curiosidad que sentía era poderosa, produciéndose una lucha interna entre querer caminar o detenerse un rato más.
Fue inevitable, y pensó, - “Quizás sea alguien que conozca!”.
Dudó, dudó, dudó, y finalmente detuvo su marcha, retiró la mano de su rostro, y miró hacia atrás, descubriendo que el personaje ya no estaba. Volteó para todos lados, y en un dejo de desconcierto se devolvió lentamente, hasta llegar al lugar. Sobre la banca, sólo había una libreta.
Su curiosidad fue más fuerte, y luego de cierta reticencia, cogió la libreta, de aspecto nuevo, con hojas impecablemente blancas, en dónde pudo leer una sola palabra.
Ante su asombro soltó la libreta dejándola caer al suelo, y se fue rápidamente como quién huye de un lugar.
Cuando llegó a su casa, se encerró, trató de calmarse, se dirigió al lavadero y mojó su rostro con abundante agua. Luego, miró su rostro en el espejo mientras goteaba, quiso tocar su rostro nuevamente en el mismo lugar que solía hacerlo, pero esta vez se contuvo.
Pensó en la libreta, recordó lo que decía, que claramente era su propio nombre en un dialecto extraño que sin saber como, si podía entender.
Con los años entendió, y en la medida que fue pasando el tiempo, fue descubriendo que no era un ser único, como pensaba, y su gesto de tocar su rostro en cierta zona no era exclusivo, y no siempre era de la misma forma.
Por fin pudo ver la verdad, su verdad, y que sin duda todos los seres del planeta estaban previamente clasificados según especie y rasgo, identificados mediante una marca, que se activa desde el punto en que se toca, y capaz de transmitir una señal codificada. En cierta forma eso explicaba el fenómeno de las razas, y también en cierta medida los distintos rasgos humanos.
No tenía exclusión de dicha “marca”, y por lo tanto, su vida continuaría sin contratiempos, tal cual la eligió, pero con la clarividencia de que no era la única persona que sabía de esa realidad, un código específico, diseñado para muchos, y también para algunos pocos por algún motivo particular.
Entonces penso...
"No, no estamos solos, somos muchos más, no como uno, sino como un todo, esparcidos por millar".
1 comentario:
interesante blog,comparto con usted sus apreciaciones
http://www.emiliosilveravazquez.com/blog/2010/11/15/nunca-lo-sabremos-todo-de-todo/
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