27 enero, 2011

Un día, nada más


Transcurre, se escurre, nos hace despertar, muy temprano desde mañana, nos persigue durante todo el día, hasta el anochecer, donde el último pensamiento es, por siempre una continuidad.

Sí, así es, contando los días, unos menos, otros más, por todo, por todos, por lo que hay, y por lo que vendrá.

Se vienen las vacaciones, se vienen más canas, se vienen más conclusiones, se viene más conformidad, se viene la costumbre, se viene la ausencia, la paciencia, se viene la compañía, y también la soledad. Se vienen los nuevos cánticos de un nuevo pasar, se vienen las cosas buenas y las demás.

Se vienen algunos pasos, que se escuchan sin calzar, sobre un madero que cruje y rechina en la oscuridad. De pronto se detiene, vistiendo algo parecido a una toquilla, liviana, suave, que hasta el viento ha de guiar. Se cruza de brazos, y desde una ventana se pone a mirar, una distancia enorme… enorme… donde reina la serenidad. La bulla a lo lejos sólo es parte del enjambre del cual se aleja, sólo para meditar. Sin embargo, el tiempo transcurre, dejando el instante pasar, aquel que se goza, que se sufren, que se deja o que se quieren por siempre cobijar.

Un pasillo está detrás, más la madera que es la vida del lugar, con sus muebles añosos que con dedicación fueron tallados, para su historia registrar. Sobre uno de ellos, un objeto, de extraña figura, llama la curiosidad. Sellado estaba, pero algo en su interior suena con el movimiento, como si quisiera escapar. Lo recoge entre sus manos, logrando quitar la tapa, constatando en su interior algo parecido a un papel que no se puede sacar, pequeño, amarillo, aparentemente olvidado desde quién sabe que tiempos que se quiere comunicar. Pero es muy frágil, y su ambición lo ha de menoscabar. Entonces reflexiona y da un paso atrás, cierra la tapa con un dejo de duda, para luego marchar. El tiempo transcurre lento y de prisa, porque es así, y no hay más, tan largo a veces, que eterno parece quedar, y en otras ocasiones tan breve, que no nos deja cotejar.

Es un tiempo que estuvo y ya no está, porque surge otro dejando el primero atrás, para luego pasar al siguiente, y el próximo que en sus pasos por siempre quedará.

26 enero, 2011

50 llaves


Era tarde, muy tarde cuando llegué a casa, y después de sacar 50 llaves, abrí la última puerta. La casa estaba vacía, y una sensación de abandono se apoderó de aquel instante. Con sólo el tiempo suficiente como para comer algo y luego dormir las escasas horas de las que disponía. El tiempo como siempre, apremiaba.

La ducha refrescante aliviaba un poco la tensión y luego de ver algo trivial y liviano para despejar la mente, observo un hámster que desde su jaula me mira con un claro signo de estar esperando lo mismo que yo.

Cada día es diferente, lo sé, y mientras el dolor va mitigando, el ánimo también se va restaurando, mejor que ayer, y no tan bien como mañana.

No obstante, sigo pensando, inserto en mundos virtuales, atrapado en el sosiego de lo que es, lo que pudo ser, y lo que será.

De las 50 puertas que abrí, nada parecía inusual, salvo la ausencia, que se hizo notar fuerte y directa, sobre cada cerrojo que nos señala que para todo hay una propiedad, y que no siempre se sabe lo que del otro lado irá.





21 enero, 2011

Emoción veloz

La insistencia empalagosa de uno de los muchachos se hacía presente, casi como un juego. Su intensión, era ser afectuoso con su hermano, llamar su atención, pero no se daba cuenta de que las cosas no siempre son como se esperan.

El otro joven, un poco más robusto, con un poco de más edad, estaba sentado en la cocina frente a una mesa, ensimismado en sus asuntos, mientras la madre preparaba y ordenaba, como de costumbre, algunos bártulos.

- Ya déjate, se escuchó con un tono un tanto seco y cortante, no obstante el más joven insistía en su juego, asumiendo que todo estaba bien.

La madre a través de sus ojos claros, los miraba con un gesto crítico, preocupada, y muy nerviosa, ya que conocía muy bien a uno de ellos.

De pronto, en fracciones de segundos, la silla fue desplazada de su lugar, y un hábil brazo se extendió hacia el hermano más joven, sujetándole por el cuello fuertemente y levantándo su delgadísimo cuerpo contra la pared.

- Te dije que terminaras!!!, fue la frase que entendió, mientras la otra mano se empuñaba con furia.

La madre quedó perpleja ante la rápida escena.

El más joven miró a su madre de reojo, en un solo parpadeo, e indefenso, sólo bajó sus brazos, manteniendo la compostura mientras sentía como su visión se iba perdiendo en la asfixia.

La madre alzó un grito, mencionando el nombre del hijo mayor, el cual contuvo su ira, dándose cuenta de lo que estaba a punto de hacer. Duplicaba prácticamente la fuerza de su hermano, tanto en peso, como en envergadura física, y en cuestión de segundos le hubiese cambiado radicalmente su existencia, destrozando su pálido rostro con total facilidad.

Después de eso, se apartaron, el más joven, volvió a respirar, recuperando la normalidad de su visión, pero aún así no se extrañó, era su culpa. Un brevísimo instante, pero suficiente como para poder sentir las emociones de su hermano y los motivos de tal exagerada reacción.

Los hermanos no se hablaron por un tiempo, y luego las disculpas fluyeron en un abrazo comprensivo. Un suceso que nunca más se repitió a lo largo de sus vidas, que dejó emociones que los unió aún más.

25 años después, cerca del mar, bajo las estrellas, aquel recuerdo imborrable, fue narrado por los dos hermanos en una velada familiar. Los niños, sus propios hijos, no podían creer lo que escuchaba.

A fin de cuenta, siempre hay cosas imborrables en la vida, cosas malas, cosas buenas, pero siempre será mejor el hecho de no sentirnos indiferentes ante las situaciones que algún día nos conmovieron. Y aunque la memoria sea frágil, siempre estará aquello que nos indica quienes somos y quienes fuimos.

Un hermano, siempre será un hermano, suceda lo que suceda, por siempre hermanos.




20 enero, 2011

Tres amigos


Tres amigos se juntaban cada fin de semana, muy temprano en la madrugada para compartir de una buena pesca, ese día aún no salía el sol y hacía algo de frío.

Acomodaron sus equipos, anzuelo, caña, como sólo ellos sabían, más algunos menesteres para comer mientras se ubicaban entre los gruesos maderos que les servían de apoyo. El lugar era maravilloso, tranquilo, limpio, y puro, se respiraba a libertad, y sobretodo a tranquilidad.

Sin más, Sentimiento fue el primero en romper con la rutina protocolar de los saludos, con una broma lanzada con gracia, rompiendo inmediatamente el silencio inicial, sacando una carcajada a Pensamiento. Lógica les miraba complacientemente, pero sólo logró esbozar una leve sonrisa, mientras sacudía su cabeza.

Cada uno tenía su propia forma de ser y estilo, pero siempre se juntaban de vez en cuando, como yuntas y grandes amigos que eran, inseparables, a compartir de una buena pesca.

Sentimiento por su parte, era el más entusiasta, emotivo, desenfrenado. Pensamiento era más bien confuso, algo ido, e indeciso. Lógica por su parte era el más centrado de los tres, pero muy callado, analítico, y observador.

Sentimiento comenzó comentando sus anhelos, sus sueños, sus deseos, sus necesidades sin tapujos, entusiasmado, contaba por ejemplo, que quería hacer un viaje en crucero a una isla caribeña, tomarse unas largas vacaciones, perderse por un tiempo, lejos del bullicio, del strees de la ciudad, poder estar en una hamaca y contemplar las estrellas, mientras saboreaba el dulzor de un buen jugo natural, y una música colindante proveniente de alguna fiesta cercana, que le endulzara los oídos con una suave algarabía.

Pensamiento, se entusiasmaba con las palabras de Sentimiento, y a su ves se cuestionaba, ciertos detalles. No obstante también compartió aquella “necesidad”, una especie de escape que lo alejase de la tensión, del ajetreo. No obstante, Pensamiento pensaba, y se transformaba en un mar de cuestionamientos inútiles.

Lógica, escuchaba con atención, siempre atento, y comentó: -Todo es posible, si no se revalsa el baso que en que se bebe. Pensamiento, le quedó mirando un tanto perplejo, y meditó sobre sus palabras, que eran razonables, aunque la locura de un momento así, le tentaba sobremanera. Pensamiento estaba lleno de temores, e inquietudes, muchas veces dejaba de lado ciertas oportunidades en que no habían términos medios, éxito o fracaso, algo impensable, algo del futuro imposible de adivinar.

Sentimiento alzó una carcajada, y les dijo: - Y para qué tanta cautela, de qué sirve, si no se vive la vida como se debe, qué se gana con ser tan cautelosos, par de miedosos, yo voy y punto. Pensamiento devolvió su mirada a Lógica, que no se mostró alterado en lo absoluto. No obstante, pensamiento entro en una aireada discusión con Sentimiento, y aunque compartían plenamente de aquel sueño, las dudas surgían.

Lógica los quedó mirando, mientras su rostro se encendía. Los calmó a ambos, diciendo: - Señores, sus sueños son reales, porque aunque sean sueños, ellos existen, pero no sufran por lo que viene, más bien, disfruten lo que tienen, ahora, en este preciso instante.

Los dos amigos, al escuchar estas palabras, guardaron unos segundos de silencio.

Sentimiento, no pudo contener las gotas que rodaron en sus mejillas, y dio gracias a Dios por sus buenos amigos.

Pensamiento, sintió paz, y dio gracias a Dios por compartir aquel simple momento, con sus buenos amigos.

Lógica, no dijo nada, pero en su interior, que fue notorio, dio gracias a Dios por aún conservar su fe, en El y en sus amigos.

Los tres amigos pasaron el día junto, disfrutaron del amanecer, de las aves, del horizonte lejano, del cielo cambiante, y en la tarde de una hermosa puesta de sol.

Finalmente, los tres amigos, acomodaron sus cosas, sus implementos de pesca, sus muletas, prótesis, bolsos, sus bastones, etc. y se retiraron sin despedirse, porque sabían perfectamente, que siempre habría un día más, para regalar, y un día más para recibir.

14 enero, 2011

La Repartidora


Eran las 6:20 de un día de reciente verano, así indicaba su reloj en la parte inferior derecha de su pantalla, mientras escribía y se organizaba para realizar su actividad de reparto.

Anny era una chica joven, de rostro muy pálido, delgada y con mucho espíritu de servicio. Había perdido a sus padres a temprana edad, lo que la impulsó a ser independiente y buscar trabajo.

No paraba hasta que todos los pedidos estuviesen perfectamente entregados en sus respectivos domicilios. Ella era muy prolija, muy preocupada hasta de los detalles más mínimos, casi con obsesión. Vestía por lo general ropa ajustada y algo brillante, botas largas de taco, pero cómodas y dinámicas, más una chaqueta corta que atesoraba, usaba también guantes sin dedos y siempre equipada de buen casco.

Aquel día, tenía que visitar dos lugares de hermosos parajes y no muy distantes, uno del otro. Llevaba en su moto algunas cajas con piezas de encargo específico, de gran volumen y peso.

Ambos lugares, estaban alejados de la ciudad, del bullicio, y de las indiscreciones, habitaban dos hombres, uno era Malloth y el otro Millet. Por años, ninguno salía de su casa. Malloth pasaba horas en el tercer piso de su enorme casa, inserta en un bosque plagado de vegetación silvestre, en una zona montañosa, mientras que Millet, no muy lejos de ahí, vivía a unos cuantos kilómetros, en una zona más campestre, llena de frondosos y gigantescos árboles de roble, rodeado de sembradío que gustaba de contemplar desde su ventana, también ubicada en un tercer piso.

Cuando llegó, bajó de su moto, se sacó su casco y alzó su largo pelo al viento. Se acomodó y sacudió un poco su ropa y como siempre se dirigió a la puerta de una casa enorme de tres pisos. Como siempre quiso dejar los objetos en la casa, insertándolos por una ranura en la puerta, diseñada especialmente para dicho propósito, sin embargo, los paquetes esta vez, eran muy grandes e incómodos.

Llamó varias veces, pero nadie contestaba, el tiempo apremiaba, y ansiaba ver a Millet, pero la casa parecía estar desolada, aunque muy bien mantenida. Rodeó el habitáculo y definitivamente nadie en el primer piso. Miró hacia el techo, pero el segundo piso era muy alto, y el tercero inalcanzable. La casa no tenía timbre, y se notaba muy robusta como para que algún sonido pudiese ser escuchado desde el interior. Los grandes ventanales reforzados parecían herméticos y a prueba de todo.

Decidida entonces, se dirigió a su moto, se sacó su corta chaqueta que le incomodaba dado lo ajustado del uniforme, y con cierto dejo de timidez, se dirigió una vez más hacia la puerta principal. Al coger la manilla se escuchó una voz electrónica diciendo:

- Bienvenida Anny, y la puerta quedó entre abierta.

La muchacha reaccionó asustada retrocediendo inmediatamente un paso, tropezando y cayendo sobre una de las cajas, la cual se rompió en el acto, esparciéndose su contenido, provocando que un extraño engranaje rodara hacia la entrada, perdiéndose en el interior de la casa.

Debía calmarse, y ordenar el pedido. Se quedó próxima a la puerta y abrió la caja para reacomodar su contenido, pudiendo observar piezas y partes mecánicas similares a un traje blindado. Cada pieza estaba perfectamente ubicada en un espacio determinado y la que faltaba era notoria.

La puerta estaba entre abierta, la pieza que le faltaba estaba a los pies de una escalera principal divida en dos. Sólo debía entrar, recuperarla y terminar con su entrega. Entró con sigilo, diez pasos avanzó y cuando por fin logró coger la pieza, esta se iluminó, activando una alarma que cerró la puerta principal.

La joven atónita se quedó sentada en el piso, observando como puertas y ventanas se cerraban con prontitud. Quiso gritar, pero se contuvo, imaginó que el sistema de alarma se desactivaría en algún momento. Todo estaba silencioso, lleno de luz que emanaba desde el exterior a través de los enormes ventanales enrejados.

Pasaron varios minutos, tras los cuales sintió unos pasos que se aproximaban desde el piso superior. Se aferró a la escalera, y un escalofrío recorrió su cuerpo. Sus manos suaves finas y delicadas, estaban inquietas y temblorosas. Con resignación, esperó mientras se apoyaba en el grueso madero de la pasarela, mientras alzaba un paso.

Sintió con más fuerza el sonido pausado de una figura alta y esbelta que se detuvo sigiloso y cauteloso en el peldaño superior, produciéndose un silencio absoluto de apenas unos cuantos segundos que pareció eterno. En ese momento era inevitable recordar todos los rumores que alguna vez escuchó a cerca de la desconocida vida de aquel joven ermitaño. Nadie le conocía, por lo menos no directamente, y poco se sabía de el.

La sombra de un mueble que contenía un péndulo en forma de reloj, le ocultaba su blanco rostro en parte. El hombre vestía una chaqueta formal, larga, y una polera de cuello redondo ajustada al cuerpo, zapatos lisos y pantalones perfectamente delineados, con un cinturón de cuero de gruesa hebilla dorada con extraña forma.

Bajó lentamente un par de peldaños, mientras que con su mano derecha despejaba su chaqueta para sacar algo del bolsillo de su impecable pantalón.

La joven retrocedió un paso abriendo sus ojos notoriamente al ver que el hombre de su bolsillo algo brillante sacaba, objeto con el cual la apuntaba. Un punto amarillo se hizo intensamente notorio en la ropa de la repartidora, lo que le enmudeció aún más.

- No, no, por favor, no, dijo la mujer algo asustada.

El hombre frunció su seño y ladeó levemente su cabeza, mientras seguía bajando con calma.

- Tranquila, no te asustes, es sólo un aparato para desactivar la alarma.

Presionó un botón y las protecciones desaparecieron inversamente a como aparecieron.

- Ves, replicó. – Nada de qué preocuparse.

La mujer pudo ver por fin el rostro de aquel enigmático personaje, que con total asombro era inconfundiblemente igual al de Millet, que si lo había visto en alguna oportunidad.

Enseguida vio la caja y su contenido, a lo cual la muchacha siguió su mirada con cierto ungimiento. Se apuró a recoger las cosas y el hombre también lo hizo.

- Calma, calma, insistió Malloth, con una clara mirada de ternura y comprensión, aquietando en el acto la desproporcionada preocupación de la muchacha.

Cuando llegaron hasta donde estaba el engranaje, ambos lo cogieron coincidentemente desde los extremos. Se miraron con un dejo de intriga y nerviosismo involuntario, mientras poco a poco se fueron levantando.

- De verdad, no te preocupes, reiteró el hombre con gentileza.

- Por favor, acompáñame, estaba preparando un rico desayuno. No te preocupes por el otro encargo, sé que es para Millet, yo le avisaré, a lo cual Anny se sonrojó de inmediato.

La desconfianza natural de Anny se fue esfumando con las atenciones y gracia del joven, que le hacía sentir que en la vida no todo tiene que ser tan cuadrado, radical, o tan lleno de respuestas y exactitud.

Todo estaba en orden, el ambiente era de profunda paz. Pasaron a la cocina, donde se sentaron próximos a una mesa de servicio. Conversaron varias horas, y el tiempo pareció eterno y pleno.

Después de un largo rato, el joven recogió nuevamente la pieza perdida. Ahora te enseñaré para qué sirve esta pieza.

Ambos subieron por las escaleras, hasta que llegaron al inaccesible tercer piso, donde se podía apreciar un paisaje de inexplicable belleza.

- Observa por esta ventana, dijo el. – Ves esa casa que está allá un poco más abajo. La joven se acercó curiosa y pudo constatar que era la casa de Millet. Miró a Malloth y sonrió por lo insólito de la vista.

- Ahora te explicaré para que sirve esta pieza.

Se acercó a una máquina, desde donde sacó un traje que vistió con calma. De la caja que había traído Anny, sacó unas piezas y completó la envestidura.

- Ponte esto, y no te preocupes. Aún no lo perfecciono, pero es seguro.

Anny obedeció como buena niña, y se colocó el traje.

- Ahora, colocaré esta pieza aquí, nos ganaremos acá y esperaremos unos segundos.

Dicho esto, Anny comenzó a sentir un cosquilleo en la punta de sus dedos que rápidamente se extendió por sus manos, y luego por sus brazos y el resto del cuerpo.

Todo parecía convertirse en rayas y líneas rectas delante de ella, y la casa que había observado desde la ventana, se hacía cada vez más y más grande.

Cuando reaccionó estaba en otra habitación, totalmente distinta, junto a Malloth. No entendía lo ocurrido, no era posible. Miró a Malloth, y dijo:

-Estamos en…
- Sí, respondió en seguida el joven hombre.
- Pero es imposible.
- Nada lo es, un poco de imaginación y esto es.
- Pero entonces… tú.
- Así es.

Anny entonces comprendió, y desde ese día su vida cambió para mejor.

07 enero, 2011

Pasos silenciosos

Fue menos de lo que pensaba, pero hay mucho más de lo que esperaba. Tanto por hacer y tan poco tiempo. Pero ya es Viernes, el ansiado Viernes, un espacio en el tiempo dónde la mente puede divagar.

Miraba hacia el cielo mientras sentía la brisa fuerte sobre su rostro, el aire, mezcla entre cálido y frío, se hacía sentir al atardecer. Las nubes de un cielo despejado se vestían a lo lejos con colores cálidos y hermosos, casi como un techo sin fin. La esfera brillante se reflejaba en el espejo del alma, que acogía los últimos destellos de un día que llegaba a su fin, y que daría comienzo a una noche esperada, donde todo puede suceder.

Unos cuantos pasos caminó sobre los adoquines que rodeaban la enorme casona en que se encontraba. Escuchaba con atención el sonido de cada paso que daba, porque no quería perderse en la nada de un silencio que no esperaba. Miró hacia todos lados, y de pronto percibió su presencia silenciosa, tenue, y cercana. Algo decía en voz baja, como casi un murmullo que apenas se escuchaba. Quiso preguntar, pero aquel momento sólo requería paz y calma. Entonces, sonrió y siguió su caminata, observando sus brazos entrecruzados y como la punta de sus zapatos se dejaban ver entre cada paso.

Repentinamente, la intermitencia presencial se desvanecía bajo un suave remolino de hojas que se precipitó en su camino. Miró a su rededor, y ya todo era diferente, no obstante, lo caminado en aquellos cortos y breves pasos logró apaciguar su canto residual, en unas pocas notas que jamás podrá dejar.



Una mañana


Muy temprano en la mañana he llegado, y no sé que será de este día. Sólo espero que todo fluya a favor. Mientras..., escuchaba una música tranquila que he oído cientos de veces. Sólo pensaba, palabras en la mente que infinitamente siempre acompañan, quizás porque se busca refugio en las notas que suenan, o quizás porque se busca no perder la calma o la comprensión, tantas veces necesaria.

Sólo sé que es temprano ahora, pero no sé si será tarde después, o mañana.

04 enero, 2011

1 Hora Después


Despertó como siempre, incluso unos minutos antes que la suave música de su teléfono sonara. Sin rodeos se levantó y rápidamente realizó las actividades cotidianas de cualquier comienzo de día. Nunca desayunaba, porque lo consideraba una pérdida de tiempo y también para no ir sobrecargado. Tema que luego compensaba la llegar a su trabajo con algún café y abundante azúcar.

Cuando salió de su hogar, se dirigió como siempre hacia el paradero de su medio de transporte que lo acercaría al tren. Mientras caminaba observaba con curiosidad los enormes nubarrones que se manifestaban sobre las montañas, con glamorosa belleza, dejando entre ver algunos rayos como líneas perfectamente definidas desde el cielo. Se respiraba a incertidumbre, a paz, a ajetreo, un sin número de sensaciones que se configurarían aquel día, como un día poco cotidiano.

Cuando bajó de su primer medio de transporte, se detuvo apenas un par de minutos para tratar de captar el glamor de la grandiosidad de los rayos de luz entre las nubes, quiso capturarlas con su cámara, pero no le fue posible. El hermoso paisaje que había visto hace menos de cinco minutos, ya había cambiado totalmente. Sin más remedio, bajó por el subterráneo a su siguiente medio de transporte. Tomó su celular, y se deleitó unos minutos con su serie favorita, no fueron más de diez minutos los que se tomó, dándose el gusto de detenerse un breve instante, iba con bastante tiempo a favor, y nada que lo apurase.

Aún en la estación, en aquella breve pausa, miró la hora, encontrándose sorpresivamente con que era una hora más tarde de lo previsto, lo cual le pareció imposible. Inmediatamente verificó tal aberración, y preguntó la hora a un par de personas que se encontraban cerca, constatando que lo que indicaban era igual a lo de su arsenal tecnológico, incluso en los minutos. Verificó una vez más, y consultó otra vez. No había ningún error, era una hora más tarde.

- Imposible, se replicaba con extrañeza, estaba totalmente conciente del tiempo, siempre lo estaba y no podía ser una mera distracción, los dispositivos electrónicos no mienten, no todos.

Miraba la hora, una y otra vez, aún resistiéndose a creer. Todo era como un sueño, una pesadilla que se convertía en una realidad tangible, de la cual no tenía control.

Todo se atrasó aquel día, hasta su salida. Había perdido una hora exacta, no más, no menos. Nada que pudiese hacer para recuperarla.

El día fue extraño, nublado y sol, gris y azulado, con una brisa que seguramente intentaba anunciar lo breve que puede ser el tiempo cuando más lo necesitamos.