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Lo opuesto a lo que uno considera cierto, es un contrasentido con sentido.
Era una mañana primaveral, y aquel hombre decidió descansar, en total soledad, alejado del ajetreo del día, sacó unos audífonos para poder aislarse aún más de los lejanos ruidos de aquella bulliciosa ciudad. Se sentó en una larguísima banca de añosos maderos pintados de negro, bajo la sombra de un frondoso árbol. El lugar, era un parque muy bien cuidado por la municipalidad, e invitaba gratamente a tomarse unos minutos
de tranquilidad.
Aquel hombre, estaba algo cansado, tras su larga jornada laboral, por tanto, al poco rato sucumbió bajo los suaves sonidos de su música que fielmente le acompañaban día a día, mientras miraba la estatua de un robusto caballo, que se encontraba a pocos pasos de él, se durmió profundamente.
Aparentemente, habían pasado algunas horas, motivado por la frescura de una agradable brisa que emanaba en todo su entorno, fue reaccionando poco a poco, estirándose como quién despierta desde su cama matinal. Fue paulatinamente recuperando su vista, enceguecida por la luz del sol. Miró su mp4 percatándose que le quedaba poca energía.
Lentamente acomodó su cuello, mientras se palpaba la cabeza para acomodar su despeinada apariencia. Entre tanto, su mirada se clavó al frente de él, percatándose que la estatua del robusto caballo, ya no se encontraba en el lugar. Le pareció curioso, y no entendía como pudieron sacarlo tan rápidamente sin que se diera cuenta.
Puso un poco de más atención, y también le llamó profundamente la atención, que el lugar se denotaba en mejor estado. La edificación que se encontraba al fondo tenía una apariencia como de recién pintado, los árboles parecían más pequeños y delgados, y el lugar se apreciaba más iluminado.
Se sintió desorientado, y cuando trató de pararse vio que los maderos de la banca eran más suaves, y también tenían un aspecto mejorado. Los maderos de la larga banca, ya no se encontraban torcidos, estaban todos además, tenía sus pernos bien ubicados, y un aspecto de color negro más fresco y suave, como si lo hubiesen pintado mientras dormía, pero todo estaba totalmente seco.
Miró detenidamente el piso, y también lo encontró algo distinto. Los adoquines estaban intactos, en su totalidad, sin las acostumbradas roturas que solía contar.
Era extraño, aquel lugar tenía una apariencia a nuevo que le confundió. Miró su celular para ver la hora, y en apariencia no habían transcurrido más allá de 5 minutos. Se miró a si mismo, y no percibió cambios en si, lo cual lo tranquilizó.
Miró hacia su lado derecho, y a lo lejos vio a una pareja de jóvenes que conversaban amenamente. Ella tenía el pelo largo, tomado en forma de cola de caballo, de una apariencia sencilla, pero distinguida, vestía una blusa blanca, y una falda larga escocés, más unas botas de taco color café con flecos discretos. El joven vestía una camisa blanca, corbata y chaqueta azul sin cuello, pantalones plomos, y entierrados zapatos negros. También de una apariencia sencilla pero ordenada.
El hombre, entonces decidió acercarse, para preguntar sobre lo que había sucedido con la estatua y el lugar. Se levantó cautelosamente de donde estaba, y dirigió sus pausados pasos hacia la pareja. En la medida que se les acercaba, el cuadro le pareció un tanto familiar. Ya cuando logró estar más cerca, se detuvo de improviso, inmovilizado ante su asombro.
Los jóvenes no le habían visto aún, indiferentes ante la proximidad del hombre, seguían conversando sin más. El hombre se encontraba a pocos metros, y no quiso irrumpir afanosamente, guardó cautela, hasta no asimilar bien lo que estaba viendo.
Su delgada silueta se extendía en una larga sombra hasta casi los pies de los muchachos, los cuales le miraron por unos breves instantes, sin prestarle mayor atención, y sin poder apreciar su rostro, dado que el sol encandilaba desde su espalda. Sólo pudieron ver una silueta y entre sombras pudieron apreciar, levemente, la curiosa expresión de asombro que se dejaba entrever a en la distancia.
Ante la permanencia del hombre, los jóvenes se intimidaron un poco, y le preguntaron si le podían ayudar en algo. Un momento de absoluto silencio se produjo, entonces el desconfiado joven se puso de pié y dio un paso en cautela. La joven cogió su mano con preocupación, y el joven le dijo –Tranquila, no pasa nada, veré que quiere. Caminó unos pocos pasos y cuando llegó a estar frente a frente ante el hombre, el joven simplemente se paralizó y lentamente retrocedió hasta tropezar con la banca y quedar perplejo, y sentado nuevamente, junto a la niña.
La niña le miraba con angustia y preguntó - ¿que sucede?, ¿quien era aquel tipo?, ¿lo conoces?. El hombre aún permanecía inmóvil ante ellos. El muchacho sólo atinó a señalar con el dedo, empuñando su temblorosa mano.
La joven mujer, se puso entonces de píe, diciendo - vámonos mejor, a la vez que el
hombre se les acercaba lentamente.
Ambos entraron en pánico, y quisieron irse del lugar inmediatamente. El hombre los contuvo con una orden severa pero cortes, diciéndoles - alto, siéntense, por favor, no les haré daño, sólo necesito saber...
Los dos jóvenes, estaban asustados, pero obedecieron en el acto. El hombre lentamente se sentó al lado de la joven mujer. Una vez ahí, ella pudo comprender el motivo del temor de su compañero, porque pudo ver claramente su rostro, el cual era exactamente igual al de su amigo, pero con una apariencia totalmente mayor. Eran rasgos seniles, aunque su aspecto levemente más robusto, no se alejaba demasiado de las características de su amigo. Vio con curiosidad y detalle sus manos, prácticamente iguales, y pensó que podría ser su padre, dado el extraordinario parecido.
El hombre denotó y transmitió una madurez emocional conmovedora, que logró transmitir a aquellos jóvenes. Entonces preguntó sus nombres, - Tú, como te llamas?,
Le dijo al joven. El joven respondió – Maury señor. – Y tú, dijo luego, mirando a la joven. – Yo soy Maya. El hombre los quedó mirando detenidamente por un rato, y en el más absoluto silencio. Los jóvenes trataron de entender y se refugiaron en la calma que proyectaba aquel hombre.
Después de un largo rato, el hombre dijo, - Ahora sé lo que sucede, ahora entiendo el objetivo. Ha pasado mucho tiempo, y esta es una segunda oportunidad, para comprender y entender el verdadero significado de mi propia existencia.
El hombre miró hacia el cielo, y una fuerte brisa remeció los delgados árboles, desprendiendo muchas de sus hojas. El lugar parecía moverse al compás del viento, mientras aquel lugar se iba transfigurando. Poco a poco, la estatua del caballo comenzaba a tomar forma ante sus ojos, a su vez que todo el lugar cambiaba rápidamente de aspecto. Las bancas se iban destiñendo a la vez que los maderos se iban torciendo y resecando. Los árboles engrosaban a lo lejos, mientras los más cercanos se abrían frondosos hacia el cielo. El piso mismo se hacía más y más irregular.
Los jóvenes no comprendían lo que sucedía, pero todo cambiaba tan rápidamente a su rededor, que incluso el hombre se hacía cada vez más diferente, de pelo cada vez más largo, y cada vez más canoso, mientras su rostro se iba envejeciendo.
El hombre les miró por última vez, denotando una total tranquilidad, y con una tierna mirada, les dijo: - Por fin, entiendo, y ahora ya es tiempo de descansar.
Dicho esto, la brisa del viento fue diluyendo poco a poco su cuerpo, ante la curiosa mirada de los jóvenes, que ya no se encontraban en su mismo tiempo.
De pronto, empezó a salir el sol a lo lejos, siendo nuevamente medio día, de un precioso día despejado, en otra estación, ya no era otoñal, sino primavera lo que inundaba aquel lugar. Los jóvenes se miraron con nostalgia, y recordaron con melancolía las palabras de aquel hombre.
Al poco rato unos niños pequeños se acercaban corriendo, y se aferraban a sus pies, abrazándoles con efusiva ternura, era una niña y un niñito, de similar edad y aspecto, de una mirada limpia bajo sus verdes ojos que majestuosamente vislumbraban tras sus blanquecinos rostros.
Un sentimiento profundo se apoderó de aquellos jóvenes, e instintivamente se inclinaron a abrazar, cada uno a su niño. El abrazaba a su pequeña, y ella a su pequeño, que curiosamente se parecían. Entonces hubo silencio, y los jóvenes se miraron un instante, con ternura, comprensión, y alegría, empapando sus ojos en una profunda melancolía, porque ellos también comprendieron el verdadero significado de lo que aquel hombre les decía.
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