De vez en cuando, se rompe la monotonía y con todo lo predefinido
como “normal”. Eso ocurre cuando se puede
viajar fuera de nuestro medio de transporte tangible, nuestro envase. Así es
como se pueden alcanzar tiempos y espacios lejanos, enajenados más por causas
ajenas que propias. En ese momento, que puede ser cuestión de unos pocos y escasos
segundos, se abre el umbral, esa señal intangible que permite sintonizar, consintiendo
atravesar una ventana imaginaria que no existe en este mundo, hasta el punto de poder ver todo, tan
nítidamente como si se estuvieras ahí mismo.
Es cierto… no siempre es oportuno, y no siempre encuentras el
momento apropiado a la paz que se necesita, porque es mucho el ruido alrededor y
son pocas las ocasiones. Pero es curioso como la mente igual encuentra el cómo,
y se evade, por ejemplo, al coger una copa de vino, mientras la vista se pierde
en el movimiento de su líquido al agitarla con suavidad entre los dedos, con sutiles
movimientos circulares que van estimulando la magia de la imaginación, hacia mundos
más perfectos, donde la gravedad no existe, donde la temperatura es más agradable,
donde la textura es más cálida y suave, y donde realmente se quiere estar.
Sabemos tan poco, y creemos que nada es real, pero es perceptible
y no se puede negar. Es un espacio de tiempo propio y personal, de tan sólo un par
de segundos, una evasión del entorno, en otro tiempo que parece una eternidad. Entonces,
miras aquella ventana, de cortinas blancas y traslúcidas se mueve al compás de
una brisa, reflejada en la copa de vino, algo que nadie más verá, resistes un
poco pero sabes que es la señal, tan clara y certera, que sólo tú la puedes
detectar.
El cuerpo flota ingrávido por la habitación de piso de
madera, acercándose a la ventana para mirar, se observa un hermoso paisaje, y
ahí te quedas sin más. Es un momento
especial, no hay apuros, no hay nada que pueda interrumpir esos preciados
segundos. Se respira la calidez del aire, y tu mano derecha se extiende para
tocar. Los dedos se entrelazan en el todo de un momento especial, no tiene que
ver con la “realidad”, y aun así existe y se entregan los pensamientos con
total libertad. Todo fluye, sin palabras, sin pautas, sin escatimar en
prejuicios ni devociones que puedan coartar. En ese preciado momento, te
olvidas de todos los diálogos, y reconoces que esa es tu verdadera realidad, lo
que siempre has deseado, lo que siempre estuvo y lo que siempre está.
Luego… el ruido agudo y punzante del entorno te devuelve abrupto
a la “realidad”. Sin gesticular expresión levantas la mirada aún perdida en la “nada”,
con tus pupilas aún dilatadas, y respondes algo gracioso mientras disimulas con
una sonrisa. Muy hábil. Hablas algo, respondes casi por inercia, ofreces una
disculpa, y te levantas de la mesa, para volver luego, mientras caminas al baño,
miras alrededor, y observas a la gente, inmersa en sus mundos de superflua conversación.
En tu interior queda el recuerdo de lo que guardas y
contienes, porque es sólo algo propio y de nadie más. Continúas con tu vida, haces
una pausa mientras miras tu rostro en el espejo apoyando tus manos en el borde
de un mueble, respiras profundamente, y haces
una pausa para recobrar el sentido. Luego… te das cuenta de que el mundo “tangible”
es una cosa que vives, y otra muy distinta es aquel otro mundo, cuando de vez
en cuando es lo que realmente necesitas, para hacer pausa sin más.
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