20 julio, 2016

Una puasa sin más

De vez en cuando, se rompe la monotonía y con todo lo predefinido como “normal”. Eso ocurre  cuando se puede viajar fuera de nuestro medio de transporte tangible, nuestro envase. Así es como se pueden alcanzar tiempos y espacios lejanos, enajenados más por causas ajenas que propias. En ese momento, que puede ser cuestión de unos pocos y escasos segundos, se abre el umbral, esa señal intangible que permite sintonizar, consintiendo atravesar una ventana imaginaria que no existe en este mundo,  hasta el punto de poder ver todo, tan nítidamente como si se estuvieras ahí mismo.
Es cierto… no siempre es oportuno, y no siempre encuentras el momento apropiado a la paz que se necesita, porque es mucho el ruido alrededor y son pocas las ocasiones. Pero es curioso como la mente igual encuentra el cómo, y se evade, por ejemplo, al coger una copa de vino, mientras la vista se pierde en el movimiento de su líquido al agitarla con suavidad entre los dedos, con sutiles movimientos circulares que van estimulando la magia de la imaginación, hacia mundos más perfectos, donde la gravedad no existe, donde la temperatura es más agradable, donde la textura es más cálida y suave, y donde realmente se quiere estar.
Sabemos tan poco, y creemos que nada es real, pero es perceptible y no se puede negar. Es un espacio de tiempo propio y personal, de tan sólo un par de segundos, una evasión del entorno, en otro tiempo que parece una eternidad. Entonces, miras aquella ventana, de cortinas blancas y traslúcidas se mueve al compás de una brisa, reflejada en la copa de vino, algo que nadie más verá, resistes un poco pero sabes que es la señal, tan clara y certera, que sólo tú la puedes detectar.
El cuerpo flota ingrávido por la habitación de piso de madera, acercándose a la ventana para mirar, se observa un hermoso paisaje, y ahí te  quedas sin más. Es un momento especial, no hay apuros, no hay nada que pueda interrumpir esos preciados segundos. Se respira la calidez del aire, y tu mano derecha se extiende para tocar. Los dedos se entrelazan en el todo de un momento especial, no tiene que ver con la “realidad”, y aun así existe y se entregan los pensamientos con total libertad. Todo fluye, sin palabras, sin pautas, sin escatimar en prejuicios ni devociones que puedan coartar. En ese preciado momento, te olvidas de todos los diálogos, y reconoces que esa es tu verdadera realidad, lo que siempre has deseado, lo que siempre estuvo y lo que siempre está.
Luego… el ruido agudo y punzante del entorno te devuelve abrupto a la “realidad”. Sin gesticular expresión levantas la mirada aún perdida en la “nada”, con tus pupilas aún dilatadas, y respondes algo gracioso mientras disimulas con una sonrisa. Muy hábil. Hablas algo, respondes casi por inercia, ofreces una disculpa, y te levantas de la mesa, para volver luego, mientras caminas al baño, miras alrededor, y observas a la gente, inmersa en sus mundos de superflua conversación.
En tu interior queda el recuerdo de lo que guardas y contienes, porque es sólo algo propio y de nadie más. Continúas con tu vida, haces una pausa mientras miras tu rostro en el espejo apoyando tus manos en el borde de un mueble,  respiras profundamente, y haces una pausa para recobrar el sentido. Luego… te das cuenta de que el mundo “tangible” es una cosa que vives, y otra muy distinta es aquel otro mundo, cuando de vez en cuando es lo que realmente necesitas, para hacer pausa sin más.
 

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