21 julio, 2016

Por partes iguales

Manos
Cerró sus ojos un momento, frunciendo su seño, y entre las innumerables manchas que vio en la oscuridad, pudo contemplar aquellas menudas manos asediadas por el tiempo. Recordó entonces con extrema ternura la suavidad de ellas en su rostro y el cómo eran cuando solían dibujar una sonrisa en su ser. De vez en cuando, añoraba esa sensación de compañía y apoyo, de cobijo y comprensión, de cercanía y tierna miraba que se alzaba a su estatura. Era como si nunca más fuese a caer en el abandono, y aunque comprendía perfectamente que nada es eterno, algo en su interior hablaba en silencio, murmurando las palabras que nunca pronunció.
 
Brazos
Sus brazos solían alcanzar todo aquello que deseaba, y entre tiempos pasados y nuevos, aprendió que en  la vida no se puede ser feliz si no se alzan con desfajo. Era simple estar frente a frente, y recibir sin ni una sola palabra, el dulce significado de un simple abrazo. Son instantes preciados, apenas unos pocos minutos en los cuales existen los lazos, enajenados del entorno, y únicos entre tantos. En esos momentos, no existe nada más, no existe nadie más, y todo se vuelve cálido, entre los cánticos de los pájaros que revolotean al pasar.
 
Piernas
Son la fuerza de la razón. Así era la firmeza de su convicción, que estuvo presente en su ser, con pleno desplante y avanzaba siempre con decisión,  así era la fortaleza de sus jóvenes piernas, una que rebozaba de entusiasmo y alegría al saltar, corriendo a veces, y otras caminando en busca de lugares sin explorar. Así fue, si es que se recuerda, cuando un caracol era, aquel del cual se tuvieron que alejar, porque una vez un hombre se acercó con prohibiciones sin razón, para que no pudieran estar donde se procuró.
 
Pies
Hacía algo de frío aquella primera vez, las botas empinadas en discreto taco parecían estables y frágiles a la vez. Sus pasos eran cortos, como antes, como ayer, como eran y como solían siempre ser. El apuro sobre la marcha siempre le acompañaba, y aunque la vida gire sin parar, a veces sólo basta un segundo para cambiar todo. Caminaron muchas veces en busca de verdes caminos, sólo para detenerse en los largos maderos, solo para hacer una breve pausa, conversar y compartir. En otras ocasiones, solía percibir sus pasos, aún desde lejos, y más aún, cuando casi jugando como niños pretendían al otro sorprender. Aunque necesitaba algo, necesitaba sentir el control bajo sus pies, pero los peldaños fueron aquellos que dieron el inicio a un infinito después.
 
Cola
De suave y ondulado pelaje era, alisado por tantos cuidados. Su pelaje siempre ordenado y limpio,  con el aroma de la naturalidad, discreta al compás de sus movimientos, y correcta en su oscilar. Su cola de caballo fluctuaba con alegría y entusiasmo en cada actividad que hacía en la vida, siempre fue salvaje y de espíritu libre, azabache en su galope, y sin esperas, siempre con mentalidad amplia, era un todo, o era un nada. Nunca se detendría, y jamás cuartaría sus alas. Esa era su verdadera timidez, su fragilidad, su temor natural a ser dominada por aquello que nunca supo gobernar. Necesitaba sentir el control, y el control se escapaba. No podía contener lo incontenible, hasta que un día tomó la decisión y soltó su pelo a la libertad.
 
Oídos
El ruido de la muchedumbre parece siempre ensordecedor, y sin importar la hora parece que la ciudad nunca descansa. El apuro era lo más común y en todo lugar muchas veces el ruido no dejaba escuchar. Siempre hay que estar pendiente del entorno, es algo necesario y natural, y como cualquier ser humano, respondemos de acuerdo a lo racional. No obstante, hay momentos de paz, donde los sentidos se agudizan permitiendo a lo lejos incluso escuchar los sonidos del mar. Otras veces, deambulamos entre sombras, preferentemente al intentar dormir, y escuchamos una suave voz que aclama nuestra atención, a veces son reproches, otras veces son dulces palabras que provienen de una antigua canción, con suaves sonidos de una eterna canción.
 
Vista
Aquí es donde más se aprecia el poder de la imaginación, donde la silueta es grande a la luz de la ventana que da al balcón. Es el pensamiento que juega en nuestra mente, vaciando recuerdos y construyendo nuevos escenarios libres de gravedad y libres en pasión. Es como pintar un cuadro, pleno y lleno de colores que fluyen en cada construcción, cada línea, cada contorno, y cada detalle que pudo ser y cada momento que pasó. Las imágenes se hacen presentes, plenas y llenas de variada posición, sobre todo en los momentos en que la soledad acompaña, cuando hay más paz y dónde descansa la razón.
 

20 julio, 2016

Una puasa sin más

De vez en cuando, se rompe la monotonía y con todo lo predefinido como “normal”. Eso ocurre  cuando se puede viajar fuera de nuestro medio de transporte tangible, nuestro envase. Así es como se pueden alcanzar tiempos y espacios lejanos, enajenados más por causas ajenas que propias. En ese momento, que puede ser cuestión de unos pocos y escasos segundos, se abre el umbral, esa señal intangible que permite sintonizar, consintiendo atravesar una ventana imaginaria que no existe en este mundo,  hasta el punto de poder ver todo, tan nítidamente como si se estuvieras ahí mismo.
Es cierto… no siempre es oportuno, y no siempre encuentras el momento apropiado a la paz que se necesita, porque es mucho el ruido alrededor y son pocas las ocasiones. Pero es curioso como la mente igual encuentra el cómo, y se evade, por ejemplo, al coger una copa de vino, mientras la vista se pierde en el movimiento de su líquido al agitarla con suavidad entre los dedos, con sutiles movimientos circulares que van estimulando la magia de la imaginación, hacia mundos más perfectos, donde la gravedad no existe, donde la temperatura es más agradable, donde la textura es más cálida y suave, y donde realmente se quiere estar.
Sabemos tan poco, y creemos que nada es real, pero es perceptible y no se puede negar. Es un espacio de tiempo propio y personal, de tan sólo un par de segundos, una evasión del entorno, en otro tiempo que parece una eternidad. Entonces, miras aquella ventana, de cortinas blancas y traslúcidas se mueve al compás de una brisa, reflejada en la copa de vino, algo que nadie más verá, resistes un poco pero sabes que es la señal, tan clara y certera, que sólo tú la puedes detectar.
El cuerpo flota ingrávido por la habitación de piso de madera, acercándose a la ventana para mirar, se observa un hermoso paisaje, y ahí te  quedas sin más. Es un momento especial, no hay apuros, no hay nada que pueda interrumpir esos preciados segundos. Se respira la calidez del aire, y tu mano derecha se extiende para tocar. Los dedos se entrelazan en el todo de un momento especial, no tiene que ver con la “realidad”, y aun así existe y se entregan los pensamientos con total libertad. Todo fluye, sin palabras, sin pautas, sin escatimar en prejuicios ni devociones que puedan coartar. En ese preciado momento, te olvidas de todos los diálogos, y reconoces que esa es tu verdadera realidad, lo que siempre has deseado, lo que siempre estuvo y lo que siempre está.
Luego… el ruido agudo y punzante del entorno te devuelve abrupto a la “realidad”. Sin gesticular expresión levantas la mirada aún perdida en la “nada”, con tus pupilas aún dilatadas, y respondes algo gracioso mientras disimulas con una sonrisa. Muy hábil. Hablas algo, respondes casi por inercia, ofreces una disculpa, y te levantas de la mesa, para volver luego, mientras caminas al baño, miras alrededor, y observas a la gente, inmersa en sus mundos de superflua conversación.
En tu interior queda el recuerdo de lo que guardas y contienes, porque es sólo algo propio y de nadie más. Continúas con tu vida, haces una pausa mientras miras tu rostro en el espejo apoyando tus manos en el borde de un mueble,  respiras profundamente, y haces una pausa para recobrar el sentido. Luego… te das cuenta de que el mundo “tangible” es una cosa que vives, y otra muy distinta es aquel otro mundo, cuando de vez en cuando es lo que realmente necesitas, para hacer pausa sin más.
 

15 julio, 2016

Textos

Aquel día era de invierno, caminaba con paso presuroso hacia el trabajo mientras veía su serie favorita. La escena que observaba era la de un hombre recostado abrazando su almohada, que  trataba de imitar el diálogo solitario de su amigo en la pieza colindante, quién murmuraba despacio sus vivencias, añorando la compañía de su esposa que ya no estaba.
De pronto, la frase fue “Hola papá”… inmediatamente provocó un nudo en su garganta que le congojó mientras la humedad contenida de sus ojos brotó discretamente. Trataba de enfocar su vista borrosa en las angostas calles que transitaba, mientras su mentón y sus labios se contraían.
Evitó algunos saludos al subir las escaleras y rápidamente se desplazó a su destino, su trabajo. Quiso entender ¿Por qué... sintió lo que sintió?, y en pocos minutos la imagen de aquella frase hizo que su mente se quebrara doblegando sus emociones. No era él añorando a su padre, y se percató del tiempo. Su mente se había desplazado hacia un raro futuro, uno en el que se visualizó unos pocos años después. Entonces la imagen fue más clara, la frase no era de él, era de su hija, y el ya no estaba. Sintió una profunda pena, al corroborar que el significado de sus dolencias apuntaba hacia ese futuro. No era lo que quería, pero era inevitable sentir lo tangible del tiempo en su cuerpo. Pensó que debía ir al médico, era lo más sensato, y recordó como  muchos  caían en ese juego, acortando aún más su tiempo. Sólo esperaba tener más, sólo quería tener más, para poder estar, y apoyar a quién más le necesitaba, aquel rostro pálido, vívido reflejo del suyo, que no merecía soledad ni desiertos.
Pensaba que la vida es tan incierta como una gota de agua que cae sobre una mano. Nunca se sabe el camino que seguirá. El futuro es algo impredecible, por mucho que lo planifiquemos, y fluye con los acontecimientos del entorno y del universo.
A veces pensaba que el flujo de los acontecimientos imaginados, era fruto de una ventana que se abría a la luz de un tiempo futuro, u otro hilo en secuencia paralela. Pensaba también, que todo, absolutamente todo lo que podamos imaginar, ya existe, incluso en mismo espacio y tiempo.
El cuidado era primordial, procurando estar bien, alimentando y ejercitando el cuerpo cada día, pendiente de superar el dolor y no lesionarse en el intento. Debía permanecer, quería permanecer, era su responsabilidad y a su vez era su sentimiento, por eso, aquella frase recibida perforó su alma, en un simple texto.
Muchas preguntas inundaban su mente, y deseaba conversar largamente las cosas que sentía su alma. Exteriorizar su ser y contar cada detalle de su vida, sus vivencias, sus experiencias, sus emociones, quería entregar su ser en palabras, en un tiempo infinito y calmo, sin distancias, sin tapujos, sin guardarse nada. Quería desahogar sus emociones, levantando los muros por tantos años forjados, tan sólo para entregar todo de sí en un gran mensaje, en un infinito momento.
No, definitivamente no, no son culpas, no son resentimientos, no son enojos ni mezquindades, ni reclamos, ni reproches. Son sólo textos, en la mente, desde siempre, desde antes de conocerse, desde antes de sus responsabilidades, de sus caminos, de sus deberes, de su historia, son, y son así  simplemente porque son textos, importantes, leídos, una y otra vez, por la necesidad interior de querer percibir, entre lo simple y lo complejo, aquellos por siempre eternos textos.
 

01 julio, 2016

Plaza

Era un cálido atardecer de verano, estaba en casa de sus padrinos, había personas entrando y saliendo, algo ocurría, y entre ese ir y venir de personas, de pronto le reconoció, era Yf, una joven con quién nunca había tenido contacto alguno en persona. Ella se acercó casi por casualidad, su  saludo fue cordial, conversaron un par de minutos, había poco tiempo, al parecer tenía cosas que hacer al igual que el. Le acompañó a la salida, el se quedó en la puerta, mientras ella caminó  alrededor, cruzando la calle en un ir y venir desde y hacia donde estaba, seguían conversando, ella  comentaba que era de naturaleza inquieta y no podía permanecer inmóvil. Al parecer no solía conversar mucho sobre temas personales.
Ya debía partir, al igual que ella, se despidieron prontamente y el se fue caminando por una calle aledaña, continuando luego por una calle principal. A los pocos minutos de estar caminando, un vehículo se acercó al lado de él, despacio se abrió la ventanilla, y era ella nuevamente, quién  preguntó dónde iba?... El le dijo que iba al supermercado, ambos coincidían y con amabilidad propuso llevarle. Se produjo un breve silencio, y ante su insistencia, él accedió.
Se fueron conversando esencialmente cosas sobre sus estudios. El recorrido fue breve, y llegaron a una plaza cercana al supermercado. Debo pasar a buscar a alguien - dijo ella, y se  bajaron del vehículo, encaminando sus pasos hacia unas mesas que estaban dispuestas al aire libre.
Mientras caminaban, comentaban sobre el lugar y ella hablaba sobre un evento al cual tenía que asistir justo al frente cruzando la calle, en un local enorme de grandes letras. Llegaron a su destino, en dónde había una pequeña mesa de madera, de color café, en una esquina. El lugar era apacible, agradable, lleno de naturaleza, mucho verde alrededor, con gente que ocasionalmente pasaba por ahí, o se reunía en familia. En la mesa,  estaba la menuda figura de una persona de oscura y mediana cabellera, que escribía afanosamente sobre un cuaderno, rodeada de libros, lápices y gomas de borrar.
Ella se acercó a la mesa y saludó con cariño, e inmediatamente quién escribía levantó la mirada, correspondiendo el saludo con un fraternal abrazo, mientras se iba acomodando sus lentes, para ver mejor a su compañía. Se produjo un breve e incómodo silencio entonces, la joven presentó a quien le acompañaba sin mencionar su nombre ya que no lo sabía, entonces, quién escribía, simuló su inquietud y extrañeza como pudo, y saludó con escueta cortesía. La joven muy dinámica rompió inmediatamente el hielo comentando sobre las coincidencias de la vida, y los tres se quedaron un rato platicando. Pese a la incomodidad inicial, todo se fue distendiendo en una amena conversación sobre la vida y los estudios.
Entonces... el sol ya se ocultaba, y mientras las luces iban iluminando con decoro el lugar, todo se fue transformando en un instante  agradable, porque al fin, simplemente, el tiempo parecía ya no importar más.