29 octubre, 2013

En el camino de Tal

Caminaba entre viejos y destruidos edificios, con su vista pegada en un horizonte inexistente, repleto de escombros y algunos vagos recuerdos de una civilización más próspera.

La resequedad del ambiente, y el polvo que se levantaba con los pequeños remolinos, resecaba su garganta, manifestándose en la desesperación de sus sedientos labios. La cuantiosa polución hacía imposible tener una visión clara del terreno, y ya sin energías y sin garantías, con sus recursos al límite, sintió la necesidad de hacer una pausa, para esperar el sol de medio día, pensando que era lo mejor, ante el sofocante resplandor.

Pronto pasaron las horas, y la esperanza se difuminaba en caminos inciertos. Qué hacer?... Hacia dónde ir?...  pensaba en silencio, encontrando poco sentido a todo.

Tenía sed, mucha sed, y tenía hambre. Llevaba algunos días sin comer, producto de la escasez que se estaba viviendo. Sentía una opresión grande en su pecho, y se cuestionaba si todo su esfuerzo, por dar lo mejor de sí, valió la pena. Todo cuanto quería ya no estaba, algunos se fueron, otros murieron, y los que quedaban ya no eran los mismos de un inicio.

Buscó entre sus ropas, una pequeña barra de chocolate, que sacó de su envoltorio con meticuloso cuidado, y mientras lo habría, una suave muy voz proveniente de las sombras, cautivó su atención.

Se acercó hacia el origen de la voz, y con una linterna alumbró el lugar, encontrándose  con un bulto pequeño que se movía entre harapos y escombros.

Sus ojos eran grandes y hermosos, pese a la suciedad que le rodeaba, su colorido atuendo estaba casi intacto. Sorprendido, Tal se acercó, dejando a un lado algunas de las pesadas cosas que portaba.

-          Quién eres tú?... Preguntó Tal.

La joven no contestó, y se quedó inmóvil, observando la barra de chocolate que portaba el muchacho.

Tal se acercó con cautela a la joven, y percatándose de lo que le había llamado su atención, estiró su brazo muy despacio, ofreciendo parte del único alimento que poseía.

La muchacha, lo recogió con apuro, y lo cubrió con su cuerpo como si se tratase de un preciado tesoro, sin dejar de mirar a Tal. Fueron segundos de mucha tensión para ambos, apaciguados sólo por la evidente la humedad de una lágrima que rodó en la mejilla de ambos.

Tal se sentó a su lado, sin decir palabra, y comió de su única y escasa merienda que le quedaba, lo cual fue imitado por la muchacha.

Ambos se quedaron en silencio, a merced del atardecer que prontamente dormiría en un cielo estrellado.

No estaba solo, eso era lo único que importaba en ese minuto, y no existía más universo que aquel preciado instante, en el camino de Tal.



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