31 diciembre, 2012

Colectividad


Una de las cosas curiosas que ha llamado mi atención después de tanto tiempo de convivir con los humanos, es su espíritu de colectividad emotiva. Es extrañamente perceptible en el ambiente, al punto de influir en el ritmo y funcionamiento en cada parte orgánica de este envase que ellos denominan, cuerpo.

Es año nuevo, y para ellos es como si fuese un nuevo renacer en donde las emociones y los buenos deseos se manifiestan al fervor de un abrazo cerca de las 12 de la noche.

Muchos actos pirotécnicos otorgan el glamour necesario conjuntamente con la música, los bailes, los encuentros, supersticiones, creencias, y la frenética aceleración de querer estar con mucha gente o en un ambiente especial.

En los años que llevo aquí en este envase, he podido apreciar sus emociones, algo que no he percibido de igual manera en otras especies de otros planetas. Es posible el creador, como le llaman, o como así creen, procuró establecer un diseño evolutivo que siempre estuviese motivado por estas sensaciones.

De cualquier forma, he aprendido a convivir con ellos, y obviamente disfruto cada  momento compartido, y hasta que no vuelvan por mí, seguiré observando esta extraña forma de vida que me ha sido asignada.

Lo único que puedo decir por ahora, es que ya falta poco, y prontamente descubrirán el verdadero potencial de sus cualidades verdaderas, vedadas por  motivos de conservación y resguardo de la especie.

Es posible que no alcance a ver estos últimos cambios, y que mi misión concluya antes,  ya que estos envases tienen ciertos límites de fabricación y como consecuencia expiran.

Lo cierto, es que mientras existan estas emociones, existirá un después, y mientras exista un después, habrá esperanza.

Feliz Año.


21 diciembre, 2012

Último día


20:48 PM, era un día 21 de Diciembre, extremadamente calmo, algo tibio, tras una agobiante y larga jornada de trabajo, en la que Max, solía dejar para reflexionar y meditar sobre cosas hechas y cosas por venir.

Sería un fin de semana muy especial para muchos, obviamente no para el, que solía enajenarse un poco de los rituales comerciales y sociales, propios de un fin de año.

Miró por la ventana por última vez, y sólo vio vehículos detenidos a la distancia. El edificio estaba totalmente vacío, y presuroso guardó sus cosas, cerró su boliche, y  se encaminó hacia el ascensor. Marcó el piso 1, estaba en el piso 33, y aguardó con  paciencia el lento descenso.

Mientras bajaba, a los pocos segundos, las luces comenzaron a parpadear, hasta que finalmente se apagaron por completo. Quedó detenido a medio piso. El fastidio lo envolvió, no había mucho por hacer, más que sólo esperar que se activaran los sistemas de emergencia y que alguien le rescatara.

Rodeado de espejos, se sintió como dentro de un caleidoscopio, rodeado de reflejos  progresivos de si mismo. Buscó ideas simples, y prontamente sacó de su bolsillo su celular, el cual para variar, estaba sin señal. La sólida construcción del edificio más el hermetismo del ascensor cortaban toda comunicación.

Pasaron así varios minutos, y nadie venía por él, pese al ruido que producía el botón de emergencia. No era precisamente la mejor forma de pasar un fin de semana, y menos perdiendo el tiempo de esa manera.

Los pocos focos de luz, se iban apagando en la medía que transcurrían los minutos, y prontamente se quedaría a oscuras.

La impaciencia comenzaba a hacer efecto en su sensible temperamento,  y grito por ayuda algunos instantes. Luego, guardó silencio y agudizó su oído, tratando de verificar algún indicio de movimiento en el sector. El silencio era abrumador.

Repentinamente, un estruendo hizo que las luces volvieran a parpadear, provocando a su vez,  que el ascensor se precipitará 10 pisos más abajo.

Fue un duro golpe cuando frenó de improviso,  que dejó a Max tumbado en el piso, semi inconsciente.

Tras unos minutos, Max se incorporó, quedando sentado en el piso con una fuerte contusión en la cabeza. Estaba mareado, su vista algo borrosa, pero pudo constatar que las puertas del ascensor estaban entre abiertas, apenas unos escasos centímetros.

Se aproximó a las puertas mecánicas y con cierto esfuerzo las pudo abrir, logrando pasar estrechamente entre ellas. El edificio estaba ladeado hacia el costado derecho unos 21º, lo que dificultaba un poco caminar por los pasillos.

Se dirigió hacia la escalera de emergencia, intentó bajar un par de pisos, pero había profundas grietas, que no podía ignorar. Necesitaba saber que sucedía y se acercó a mirar por una ventanilla. El sol estaba bajo, pero contrariamente al edificio, el lugar estaba plenamente iluminado rebozante de un color amarillo anaranjado intenso.

Algo intenso había sucedido, no cabía duda de ello. Nada funcionaba, ningún aparato electrónico, ni luces, ni semáforos, ni vehículos.

Entonces, miró hacia el horizonte, y la luz que vio, no era del sol.

Cuando por fin se dio cuenta de lo que era, su cuerpo se desvaneció.

Sintió su cuerpo liviano, lleno de luz, mientras unas manos le guiaban por un túnel sin fin.

La sensación increíble de suavidad y libertad, sólo fue interrumpida cuando una de esas manos presionó con fuerza su rostro, en una seguidilla de pequeños golpes.

-          Ya vuelve en sí. –Dijeron.

Despertó de su trance, estaba tirado en el piso, y sólo atinó a preguntar….

-          ¿Qué fecha es hoy?

-          ¿Que dices?… Está alucinando.

-          ¿Qué día es hoy? - Replicó.

Un silencio se produjo entonces, y todos se quedaron mirando…

-          Hoy…, hoy es 22.