Conducía su viejo vehículo por la carretera, en pleno desierto, a más de 160 km/h. en línea recta, no había tráfico, ni puntos de control, sin nada que le detuviese. Estaba obsesionado por llegar a tiempo. Era la oportunidad de su vida, y si era aceptado, su vida tendría el giro tantas veces anhelado.
A lo lejos, la difusa imagen de una persona tambaleante caminaba en medio de la carretera. Pensó ignorarlo, y pasar por un lado, pero las manchas oscilantes en el pavimento parecían agua en movimiento sobre una superficie nubosa, que confundían su visión.
De pronto, aquel cuerpo vacilante, cayó al piso. Iba demasiado rápido para reaccionar oportunamente y cuando ya estuvo a escasos metros de él, frenó drásticamente perdiendo el control del vehículo, el cual volcó dando varios giros por encima del cuerpo tendido.
Aquellos parecieron ser los segundos más largos de su vida. Su mente se revolvía en una recopilación instantánea de imágenes en blanco y negro, de toda su vida.
Después de casi seis giros, el vehículo quedo parado en sus cuatro ruedas, varios metros de donde estaba el cuerpo tendido, provocando la muerte "instantánea" del conductor.
Tras un par de horas, el hombre que estaba tendido en el piso se incorporó en precarias condiciones. Sus vestimentas estaban totalmente destrozadas, y tenía su cuerpo lleno de heridas.
Con dificultad se incorporó y avanzó algunos pasos hacia los restos de lo que parecía un vehículo aún en buenas condiciones. Mientras avanzaba, en su desorientada mente sabía que no duraría mucho si no salía de aquel desierto candente, donde seguramente no habría un próximo visitante, en días.
Cuando llegó al vehículo, miró a través de las ventanas, todas quebrajadas y empañadas con la tierra aún levantada.
Intentó abrir la puerta principal, la que entre forcejeos, finalmente cedió, encontrando con pavor los restos del conductor con su mismo rostro, cuyo cuerpo cayó a sus pies.
Se quedó un instante sentado en el piso, observando infructuosamente a su rededor, tratando de entender lo que había sucedido, sin encontrar las respuestas que necesitaba. No sabía qué hacer, hasta que entre sus harapos, cogió un pequeño instrumento musical, que instintivamente tocó con majestuosidad.
Luego de un buen rato, consternado y ya con pocas fuerzas, en un último intento decidió retirar los restos del conductor, y se aprestó a encender el motor. Después de varios intentos, casi al borde de la desesperanza, el motor encendió. No podía creer lo que sucedía, mucho menos entender porqué estaba ahí, pero se sintió afortunado.
Así fue como finalmente prosiguió por la carretera, a una velocidad moderada, logrando llegar a un destino, aún más extraño y desconocido, un pueblo de aspecto rústico y desolado, en medio de un desierto árido, en cuya entrada había un gran letrero, que decía…
"Bienvenido a Concierto"