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En este preciso momento, estoy comiendo un rico atún.
Que tiene de especial...
Todo...
Esas fueron las palabras que iluminaron su despertar tras un extraño sueño. Sin saber cómo, despertó aquella mañana a la intemperie, bajo el manto de un leve rocío, con su rostro hundido en una arena fría y húmeda.
Apenas despertó se puso de pie, revisó su atuendo, era casual, la típica indumentaria de oficina que solía usar. Estaba desprovisto de otros utensilios, como bolsos, mochilas o maletas.
Miró a su alrededor y gritó con todas sus fuerzas sin obtener respuesta. Eran kilómetros de arena en medio de la nada. No había huellas, ni señales de vida. Después de un rato, el destello de algo a escasos metros de donde estaba llamó su atención. Lo miró con intriga, y sin dudar mucho se aproximó al objeto. Lo recogió, era cilíndrico, pesaba cerca de medio kilo, llevaba una etiqueta en su contorno, y unos códigos de barra sobre la parte superior. Intentó leer su envase, pero fue inútil, estaba escrito en un idioma incomprensible, sin más, lo guardó entre sus ropas.
El sol de la mañana ya se iba transformando en algo intenso y demoledor, el calor se hacía insoportable y tras tres horas de eterna caminata, el agotamiento y la sed comenzaban a rendir cuenta de su predicamento.
Era casi medio día, la peor hora se acentuaba en la medida que su sombra se hacía más corta. Pronto debía conseguir algo de agua, y entonces recordó el objeto que había encontrado. Lo sacó de su chaqueta, lo miró con detenimiento, lo agitó, con cierto regocijo al notar que contenía algo líquido.
El envase era de un material bastante resistente. Intentó infructuosamente abrirlo, o incluso en su desesperación, quiso romperlo, pero sólo logró aumentar su frustración.
Trascurridas las horas, se aferró cada vez más a su objeto, y con el fuertemente custodiado como si fuese un preciado tesoro, se encaminó de inmediato. Sus pies ya se arrastraban, divagaba impulsado sólo por el instinto de querer seguir con vida y la esperanza de un milagro.
A lo lejos, un destello cautivó su atención, era alguien que se desplazaba lentamente perdiéndose de vista por entre las dunas. No lo dudó ni un instante, y casi con el último de sus fuerzas, se desplazo lo más rápidamente que pudo hacia aquel lugar.
Tirado en la arena, boca a bajo se encontraba un hombre, con escasa ropa. Parecía moribundo ya sin fuerzas. Cuando logró llegar donde el, le puso de espaldas y afirmó su cabeza, apenas murmuraba algunas palabras.
Le preguntó todo lo que pudo, sin obtener coherencia en sus respuestas. El sol hacía presa de su conciencia, y sabía que prontamente estaría en las mismas condiciones.
Al otro día, ya sin fuerzas, aquel hombre en un último esfuerzo, sacó un instrumento de entre sus escasas ropas. Era un especie de abre lata, que entregó sin más, luego de lo cual, tras unos breves segundos, su cuerpo se desvaneció como arena en el viento.
Con desesperación cogió el abre lata, y abrió el objeto que guardaba con tantas ahínco. Una vez abierto, constató que se trataba de un simple tarro de atún, del cual bebió y comió con regocijo hasta la saciedad.
Se quedó un instante en silencio, pensando, y su desesperación desapareció, y todo se volvió paz. Su mente distorsionada con las alucinaciones producto del calor, se despejaba, como si se quitase un manto de tela que le cegara su visión.
Todo parecía mucho más claro. El hombre que había visto, no era más que una alucinación producto del calor, no más que restos de un tronco reseco, y el abre lata, no era más que una piedra pulida y filosa producto del ambiente.
Cogió los objetos, y con algo de ingenio, elaboró una brújula, con la que finalmente pudo orientar su marcha. Ahora todo era más evidente. Había estado por horas, dado vueltas en círculos.
Después de mucho andar, logró divisar a lo lejos unos edificios.
En la proximidad, pudo ver un letrero que indicaba:
“Zona experimental. Material Tóxico. No consumir”.
Con la preocupación impregnada en su rostro, se adentró en la ciudad, pensando en cual sería el límite entre necesidad y prudencia, entre seguir y encontrar, un sentido a lo que llamamos vida, cuando en un momento dado, sin entender como ni cuando, nos encontramos frente a frente con nosotros mismos, en un camino que no sabemos como comienza, pero si sabremos como termina…,
Y todo por un simple tarro de Atún.
Todo...
Esas fueron las palabras que iluminaron su despertar tras un extraño sueño. Sin saber cómo, despertó aquella mañana a la intemperie, bajo el manto de un leve rocío, con su rostro hundido en una arena fría y húmeda.
Apenas despertó se puso de pie, revisó su atuendo, era casual, la típica indumentaria de oficina que solía usar. Estaba desprovisto de otros utensilios, como bolsos, mochilas o maletas.
Miró a su alrededor y gritó con todas sus fuerzas sin obtener respuesta. Eran kilómetros de arena en medio de la nada. No había huellas, ni señales de vida. Después de un rato, el destello de algo a escasos metros de donde estaba llamó su atención. Lo miró con intriga, y sin dudar mucho se aproximó al objeto. Lo recogió, era cilíndrico, pesaba cerca de medio kilo, llevaba una etiqueta en su contorno, y unos códigos de barra sobre la parte superior. Intentó leer su envase, pero fue inútil, estaba escrito en un idioma incomprensible, sin más, lo guardó entre sus ropas.
El sol de la mañana ya se iba transformando en algo intenso y demoledor, el calor se hacía insoportable y tras tres horas de eterna caminata, el agotamiento y la sed comenzaban a rendir cuenta de su predicamento.
Era casi medio día, la peor hora se acentuaba en la medida que su sombra se hacía más corta. Pronto debía conseguir algo de agua, y entonces recordó el objeto que había encontrado. Lo sacó de su chaqueta, lo miró con detenimiento, lo agitó, con cierto regocijo al notar que contenía algo líquido.
El envase era de un material bastante resistente. Intentó infructuosamente abrirlo, o incluso en su desesperación, quiso romperlo, pero sólo logró aumentar su frustración.
Trascurridas las horas, se aferró cada vez más a su objeto, y con el fuertemente custodiado como si fuese un preciado tesoro, se encaminó de inmediato. Sus pies ya se arrastraban, divagaba impulsado sólo por el instinto de querer seguir con vida y la esperanza de un milagro.
A lo lejos, un destello cautivó su atención, era alguien que se desplazaba lentamente perdiéndose de vista por entre las dunas. No lo dudó ni un instante, y casi con el último de sus fuerzas, se desplazo lo más rápidamente que pudo hacia aquel lugar.
Tirado en la arena, boca a bajo se encontraba un hombre, con escasa ropa. Parecía moribundo ya sin fuerzas. Cuando logró llegar donde el, le puso de espaldas y afirmó su cabeza, apenas murmuraba algunas palabras.
Le preguntó todo lo que pudo, sin obtener coherencia en sus respuestas. El sol hacía presa de su conciencia, y sabía que prontamente estaría en las mismas condiciones.
Al otro día, ya sin fuerzas, aquel hombre en un último esfuerzo, sacó un instrumento de entre sus escasas ropas. Era un especie de abre lata, que entregó sin más, luego de lo cual, tras unos breves segundos, su cuerpo se desvaneció como arena en el viento.
Con desesperación cogió el abre lata, y abrió el objeto que guardaba con tantas ahínco. Una vez abierto, constató que se trataba de un simple tarro de atún, del cual bebió y comió con regocijo hasta la saciedad.
Se quedó un instante en silencio, pensando, y su desesperación desapareció, y todo se volvió paz. Su mente distorsionada con las alucinaciones producto del calor, se despejaba, como si se quitase un manto de tela que le cegara su visión.
Todo parecía mucho más claro. El hombre que había visto, no era más que una alucinación producto del calor, no más que restos de un tronco reseco, y el abre lata, no era más que una piedra pulida y filosa producto del ambiente.
Cogió los objetos, y con algo de ingenio, elaboró una brújula, con la que finalmente pudo orientar su marcha. Ahora todo era más evidente. Había estado por horas, dado vueltas en círculos.
Después de mucho andar, logró divisar a lo lejos unos edificios.
En la proximidad, pudo ver un letrero que indicaba:
“Zona experimental. Material Tóxico. No consumir”.
Con la preocupación impregnada en su rostro, se adentró en la ciudad, pensando en cual sería el límite entre necesidad y prudencia, entre seguir y encontrar, un sentido a lo que llamamos vida, cuando en un momento dado, sin entender como ni cuando, nos encontramos frente a frente con nosotros mismos, en un camino que no sabemos como comienza, pero si sabremos como termina…,
Y todo por un simple tarro de Atún.
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