31 enero, 2018

Existencia

Cuando Robert declinó aquella invitación, fue cuando todo pasó. Los acontecimientos se dispararon en una secuencia casi ilógica de eventos sucesivos inexplicables. Salió aquel día del edificio ubicado en pleno centro de la ciudad, y en vez de ir a su cita, volteó sin pensar en otra dirección. Caminó varias cuadras, a paso presuroso como siempre, pero esta vez sin un destino. Se adentró en un parque y se dejó llevar por la armonía y el verdor del entorno. Deambuló entre los grandes y añosos árboles, bajo el cobijo de las sombras danzantes de las hojas que se entrecruzaban en el cielo. Parecía época de otoño, muchas hojas caían al compás del viento, mientras otras repletaban el camino húmedo y arenoso.
Después de un rato, Robert se detuvo, pareció extrañado, desorientado, estaba frente a un árbol que por algún motivo le parecía familiar, nunca lo había visto, pero en su sub consciente estaba una sensación entrañable. Palpó aquel tronco añoso como queriendo sentir la textura. El paso del tiempo había menguado su corteza, sin embargo aún florecía a destiempo. Se quedó contemplativo frente a él y sonrió al ver que una silueta parecía desprenderse desde su piel rugosa. Era una figura tenue y pequeña, como queriendo extender sus brazos hacia donde él estaba. Se acercó con timidez y sostenida curiosidad, algo le atraía, era una sensación, era su imaginación, o simplemente era su destino en ese breve espacio de tiempo. Cómo saber…? Solo podía disipar su sentir de una manera posible. Tocó entonces aquel árbol, y sus dedos parecían traspasar su esencia, fusionando sus dedos con las ramas. Con temor reaccionó ante tal fenómeno, y dando un paso atrás se retiró velozmente, cayendo al suelo, ante lo cual pudo ver como aquél árbol se inclinaba hacia él levemente. Sería su apreciación, o estaba desvariando.
Retomó su posición, sacudió sus ropas con cuidado, y se acercó nuevamente, constatando la presencia de una joven que se dejó ver entre la vegetación y el árbol. Era una menuda figura, piel canela, con su cabello tomado con un cole, dejándose caer como cola de caballo. Se acercó mientras el aún limpiaba sus ropas sin dejar de verle.
-          ¿Quién eres? – Preguntó él con un dejo de desconfianza.
-          Yo sólo pasaba por aquí, y me acerqué porque no te vi muy bien. – Respondió la joven.
-          Gracias, pero algo sucede con este árbol. – Replicó el algo mareado con la caída.
-          Vivo cerca de aquí, permíteme ayudarte… Te llevaré y le daré una taza de té. Pareces frío y estás muy pálido.
Robert asintió con la cabeza, en un gesto de entrega. Solía ser desconfiado, pero aquella dulce imagen parecía inofensiva. Además, no tenía mucha alternativa, estaba total desorientado y débil.
Caminaron un par de cuadras, ella apoyándole para que volviera a caer. Su cuerpo pesado de 1’80, pese a lo delgado que era, podía ser un problema, pero pudo caminar a paso lento, apoyado por ella.
Llegaron a una casa, con puerta de madera antigua, había que subir unos peldaños hechos de roca y concreto. Robert miró la subida y le pareció eterna, pero paso a paso avanzaron, hasta llegar a un lugar con grandes  ventanales y una hermosa vista.
La joven lo dejó apoyado a un costado, mientras con premura buscó sus llaves, con un dejo de preocupación en su rostro. Vamos, vamos… le dijo, y lo apoyó nuevamente sobre sus pequeños hombros.
Una vez adentro, Robert se abalanzó sobre un gran sillón, también de madera pulida en tono café, como todo el entorno. El lugar era acogedor, intentó mirar alrededor y pronto se desvaneció, junto con el sol que se ocultaba al caer la tarde.
Qué haré contigo…!!! – Exclamó la joven, con una leve sonrisa en su rostro. Te he encontrado de nuevo, después de tantos siglos, en el mismo lugar donde todo empezó. Veo que no me conoces, como la mayoría de los humanos, tus recuerdos han sucumbido al renacer en este tiempo. Lo cierto es… que ya no volveremos a estar más desfasados en el tiempo, y ahora todo puede ser distinto. Nos hemos alejado de ellos, y ya no podrán interferir. Solo debo ser discreta, y pensar como devolver tu memoria, a esta realidad.
La joven se recostó a su lado, cubriéndolo con una manta, intentando menguar el frío que emanaba del cuerpo de Robert, quién debía aumentar prontamente su temperatura a niveles estables, sino le perdería… nuevamente.
Robert estaba sudoroso, y sus dedos parecían tomar un tono morado y verdoso. Estaba contagiado con la plaga UHZ, derivada de los desechos de combustibles orgánicos de la época, implantados cuando la energía solar ya no fue viable, debido a los filtros sintéticos que debieron ser instalados en la atmósfera por los excesos de rayos ultravioleta.
El sol ya bajaba, pero aún desprendía sus rayos luminosos desde el horizonte, la vista era realmente hermosa.
La temperatura de Robert ascendía, para asombro y alegría de la muchacha. Entonces él despertó con sus ojos iluminados por el brillo de aquella luz majestuosa. Miró a la joven, y ambos sonrieron, entonces él la abrazó con ternura, y le dijo….
-          Puedo recordar… sí. Ya puedo recordar toda mi existencia.