28 diciembre, 2017

Teléfono antiguo

Dicen que el tiempo no existe, y que solo es una percepción según el punto de vista del observador. Después de tantos años, las cosas tienden a atenuarse, aunque nunca desaparecen del todo, sea físico, mental o emocional.
Las personas que son poseedoras de una mayor capacidad de memorizar podrán retener más fidedignamente los detalles de aquellos momentos que fueron importantes alguna vez en sus vidas, independientemente a su magnitud. Por otro lado, están aquellos que tienden a olvidar, pero que poseen una cualidad que se acerca más hacia lo perceptivo. Ambos después de muchos años, indudablemente ya no recordarán todo con tanto detalle, pero son dueños de una sensación eterna, una que cada cierto tiempo golpea las puertas del mundo subconsciente. En cierta forma todos tenemos una necesidad, que suele dar  vueltas en nuestras mentes de una u otra forma, una y otra vez, incluso cuando las tratamos de ignorar y olvidar voluntariamente.
Tal vez lo hermoso de la vida sea eso, el no perder nunca esta conexión, y estar aún vigentes en la luz de este universo carente de luz, sin perder aquello que nos conmueve y nos indica el camino, incluso cuando no lo vemos, pero que si sentimos, desde tiempos remotos, desde tiempos antes de los tiempos, incluso desde la época sin conocimiento alguno.
Los paradigmas fluyen por doquier, y como muchos los seguimos, o nos revelamos ante ellos,  hasta un punto en que se despierta por breves destellos en esta segunda consciencia interior. Muchos son seguidores, otros podrán creer que son líderes, mientras están aquellos otros, invisibles como fantasmas, como nosotros, ajenos a los patrones preestablecidos, que se dan cuenta de que algo en este universo no es lo que parece.
Pero… ¿Por qué piensas…? o más aún… ¿Por qué pienso…?. Es algo que no se desprende nunca porque quedó impregnado para siempre en los peldaños del tiempo. ¿Puede acaso, algo tan simple y tan breve, marcar tanto la vida de un ser humano?, si es que eso somos.
La vida continuó, como río imparable abriéndose paso, tan rápido como una marejada y tan impaciente como un hada que huye del enclaustro. Había que cumplir el ciclo de la vida, o la “normalidad” de la misma, y así fue, sin esperas, sin mirar atrás, donde rápidamente las páginas de la historia fueron pasadas sin replicar.
Aún se recuerdan las palomas caminando bajo la sombra tardía en el centro de la cuidad, en las cercanías de un teléfono público, bajo el color plomizo de una imparable sociedad en constante movimiento. Recordó por ejemplo, aquella voz de hermana al otro lado del teléfono que sintió como un muro insondable. Tal vez si hubiese sido otra voz, la esperada, todo hubiese sido tan diferente.
Qué hubiese sucedido…?
-          Haló!!!
-          Sí, diga…
-          Soy yo…
-          Tú…?
-          Sí, yo.
-          Oh!!! Dios Mío…
Después de unos breves segundos, aquellas pocas palabras se hubiesen ahogado en sigilosa prudencia, entrando luego en un trance de felicidad, pánico, inquietud y nostalgia. Qué hacer… si los dados ya fueron lanzados, que decidir si ya todo estaba encausado y resuelto. Escuchar aquella voz, no era trivial, y definitivamente no era lo mismo que ver, y la necesidad de ver era grande, casi al punto de la ebullición, inundada por una ansiedad pendiente por siglos, pausada por el antaño de otros, pero renacida y fluyendo como una adicción incontrolable.
Pero... Qué decir en ese momento… cual hubiese sido la señal correcta en aquella voz lejana, aquella palabra que gatillara la imperiosa necesidad de escapar de todo lo establecido y correr al encuentro de la cordura sumida en ansiedad de un despertar embriagador, algo refugiado y cautelado por tanto tiempo en el manto del aparente olvido.
Todo era tan normal, y todo hubiese sido tan diferente…
Escusas… solo son escusas.
Pero… Si tan sólo en su tiempo, el teléfono no hubiese sido algo tan antiguo…