06 enero, 2006

METRO ESTACION 166


JORNADA

Un suave sonido que se hacía cada vez más intenso se desprendía
desde un diminuto celular, mientras que la vibración del mismo
lo hacía rebotar en el velador. Ya cuando más intenso y molesto
se hacía, una mano aparecía entre las sábanas, manoteando casi
con desesperación y a ciegas tratando de apagarlo.

Justo en ese momento, cuando logró alcanzar el despertador, se
encendía automáticamente el TV, en precisos 5 minutos de
diferencia.

Vio a su esposa, a quién afectuosamente la despertó con algunos
discretos besos en su rostro.

Las noticias se hacían ver, y mostraban situaciones típicas de
una gran ciudad, con un día despejado y tranquilo, no exento
de algún acontecimiento político, o algún accidente de tránsito.

Así empezaban los preparativos de aquella jornada. Una buena
ducha, preparar a los hijos, vestirse y un apurado desayuno.

La familia ya dispuesta en su vehículo, se tornaba hacia
cada uno de sus destinos, colegio, salón, y trabajo.

Después de manejar un buen rato por aquella larga carretera,
se detuvieron en la estación de metro (Terminal), que era
la mejor alternativa dada la gran distancia que separaba el
hogar de su Trabajo.

Así fue como después de una rápida despedida, se bajó del auto,
esperó un poco y miró como su mujer rápidamente se dirigió
a dejar a sus hijos al colegio, por cierto, no muy cercano de aquella
zona, y ya cuando los perdió de vista se adentró en la estación
Terminal del metro, con un leve sentimiento de despedida.

Aquél rápido y efectivo transporte lo llevaba, apretujado con
toda la gente que en esa hora punta también se encausaba hacia sus
respectivos Trabajos.

Ya una vez en el trabajo, la saturación del día lo consumió
por completo, y así pasó todo el día, sin tiempo para almorzar,
en su escritorio, mirando su pantalla, revisando papeles,
contestando incesantes llamados telefónicos, recibiendo e-mail,
absorto en sus obligaciones.

Así transcurrió aquel día, tras una típica jornada de más de
8 horas enclaustrado en un cubículo, con manos diestras y
feroces, atacaba un teclado mientras la pantalla parecía indicar
con exactitud lo que pensaba en aquel minuto. Poco ya faltaba
para extender el contraído cuerpo en búsqueda de una rauda
salida hacia un merecido descanso, después de aquella primera
ardua semana del Año Nuevo 2006.

Una revisión rápida de aquellas típicas cosas que hoy en día no
podemos olvidar, celular, llaves, documentos, y otras trivias
obligadas por esta sociedad llamada civilización.

Mirando sus pies ya desplazados por aquel estrecho puente, podía
apreciar claramente la gracia arquitectónica que le rodeaba.

Muy buena ambientación, sobre todo aquella seudo piscina vestida
de esplendoroso azul 6 pisos mas abajo que parecía despedirse
alzando su grácil ondulaje.

Muchas ideas se pronunciaban en su mente, como tratando de
distribuir de la mejor forma posible aquel fin de semana. Algún
paseo, trámite o parientes que visitar, no importaba mucho.
Sólo se trataba de un fin de semana más.

Después de haber tomado el ascensor y tras un breve apagón que
duró apenas unos pocos minutos, pudo continuar su rutinario
trayecto. Al salir del ascensor curiosamente no vio a nadie, ni si
quiera el guardia o la secretaria de piso, lo cual no acaparó
mayormente su atención, y simplemente siguió su apurado
camino.

Al salir del edificio denotaba un sol rojizo, un ambiente
bochornoso, típico tal vez para ese primer mes del año, calles
curiosamente silenciosas, sin gente visible a primera impresión
y sin movimiento de vehículos. En fin. Lo único que importaba
hasta ese minuto era simplemente llegar temprano a casa y
descansar.

Seguía caminando un par de cuadras más adelante y con un breve
mirada observó sin prestar mayor atención algunos titulares de los
diarios, eran tiempos de elecciones, y no había mayores cambios
en los noticieros, ni nada que detuviera su andar. Entonces
prosiguió.

Por un segundo le llamó la atención el no ver al dueño del quiosco,
quién infaltablemente todos los días estaba atento a su
acostumbrada clientela.

Ya una vez en la esquina, y como no vio ningún vehículo cerca,
salvo algunos autos detenidos y estacionados en las cercanías,
cruzó sin vacilar ni esperar luz verde. En las calles no se veía
ningún tipo de movimiento, solo un acallado pavimento se sometía
a su tranquilo y apurado andar.

ESTACIONES

Bajó entonces las escaleras del Metro, estación 161, y casi sin
mirar notó que no se encontraba el personal de boletería ni el típico
guardia. Seguramente en el baño algunos y otros rondando por ahí.
Sin mayor preocupación sacó su tarjeta metro-vía y la acercó al
lector de la pasarela prosiguiendo su bajada por las escaleras. Al
llegar a la estación, vio que estaba un vagón desocupado, apunto
de partir, y como sonaba el aviso de cierre de puertas, apuró sus
pasos y entró. Las puertas, inmediatamente se cerraron tras él y en
aquél vacío vagón se encontró sólo y libre, como un dueño de
fundo, con todo aquel espacio a su haber.

El calor era seco, y algo intolerable a esa hora. La luz de aquel
rojizo sol se dejaba escapar por entre los amplios ventanales e
inundaba el lugar como si fuese una gran mancha derramada.

Tras pasar a la primera estación, y desde su asiento, con sus pies
cómodamente extendidos sobre el otro asiento, esperaba que el
carro se llenase de transeúntes. Así fue como al detenerse el tren
se re-acomodó y esperó que las puertas se abrieran.

Nuevamente no había nadie. Nadie que saliese, obvio, pero
tampoco nadie que entrara. Esto le llamó la atención, no obstante,
volvió a extender sus pies sobre el otro asiento. Era la estación
162, muy frecuentada en cualquier día del año.

El cansancio de un ardua semana y el calor, más la comodidad de
su despreocupada postura, hacían estragos en él, y un pesado
sueño se empezaba a apoderar de su ser.

Ya dormitando, su cabeza colgaba al son del movimiento del
carro, hasta que nuevamente el detener del tren y el estruendoso
sonido de la alarma del cierre de puertas avisaba la siguiente
estación.


Abrió rápidamente sus ojos, y como un resorte volvió a sacar los
pies del asiento delantero. Movió su cabeza como para despejarse
y agudizando la visión pudo constatar que estaba en la estación
163. Entonces tomó su rostro con sus dos manos y una vez más
despejado se ve envuelto en la más absoluta soledad. Todo
funcionaba normal, pero ningún alma a la vista.

Se aproximó rápidamente hacia la puerta mecánica, y asomó su
cabeza afuera, y con un fugaz mirada mientras la alarma de cierre
de puertas hacia su acostumbradado anuncio, se percató
nuevamente de lo despoblado del lugar.

Ya para entonces la intranquilidad era evidente, se encontraba
totalmente solo en un lugar público. Era mucha coincidencia o
simplemente algo inusual había ocurrido en el Metro, cosa que
generalmente era avisado por los parlantes instalados en cada carro
para dicho propósito.

Entró ágilmente su cabeza justo al límite del cierre de puertas, y
tras un instante miró por sobre sí el mapa que describía el diseño y
distribución de la red de estaciones.

Era inevitable recordar y asociar la soledad del Metro con la
soledad de las calles. Por muy automático que sea el servicio, nada
lógico era la coincidencia de que las calles y la boletería
simplemente estuviese totalmente despoblada.


Se quedó parado, inmóvil, y un escalofrío recorrió su espalda,
como si fuese un presentimiento, sin señal, sin causa, sin
entendimiento.

Atónito se quedó entonces, pegado frente a la puerta que se cerraba
casi sobre sus narices mientras su mente trataba de encontrar algún
sentido al asunto. Así, lentamente recorrió con su mirada a su
alrededor, como buscando alguna señal que indudablemente no
vendría.

El tren nuevamente emprendió su inquietante marcha, y
lentamente empezó a tomar velocidad. Entonces miró nuevamente
por la ventana, pero esta vez con mucha más atención que antes.

Sólo podía ver como rápidamente las paredes iban quedando atrás,
sin cartel y sin anuncio, casi como si fuesen rayas en movimiento
oscilante. Nada que pudiese explicar aquel fenómeno, salvo la
intrigante luz rojiza que aún permanecía en el carro.

No podía hacer mucho al respecto y tras una pausa, trató de
calmarse, sin mayor determinación que tomar asiento nuevamente
y esperar su futuro incierto.

Sus pensamientos divagaban entre confusas ideas y casi con
locura, mientras una gota de sudor se desprendía desde su fruncida
frente, y recorría lentamente su rasurado rostro.

Su único pensamiento en ese instante fue el querer salir del carro,
pero debía ser cauto y tener paciencia hasta la siguiente estación.


Poco a poco el tren empezaba a detener su andar, mientras el
muchacho se aprestaba presuroso hacia la puerta más cercana.

Ya una vez detenido el carro, y con su rostro plenamente reflejado
en la ventana de las puertas correderas, denotaba esperanza en sus
ya dilatadas pupilas, y dio sin vacilar un paso adelante y salió.

Quedó totalmente rígido, erguido, cual estatua, a escasos
centímetros del carro, y esperó. Ni siquiera el sonido del aviso de
cierre lo movió, y sólo sintió la puerta que cerraba tras de sí.

Por fin podría averiguar que pasaba, pensaba, mientras el tren se
alejaba paulatinamente en su ruidoso andar.

Sus ojos estaban clavados en aquella máquina que se alejaba, y
con curiosidad y algo de duda se dio tiempo para mirar hacia
ambos lados de la estación y luego a todo su alrededor. Entonces
encausó sus pasos hacia la salida más cercana, y subiendo
ágilmente las escaleras logró llegar a la boletería. Una vez más, y
con asombro, no vio a nadie, como si los guardias, boleteros,
personal de aseo, usuarios se hubiesen puesto de acuerdo para no
acudir a aquel sitio.

El lugar, a parte de despoblado, no daba muestras de estar distinto
a lo usual, salvo el leve tono rojizo del ambiente, y la alta
temperatura que hacía empapar su camisa con el sudor propio que
produce el calor y el nerviosismo ante tal infortunio.

Siguió subiendo por las sgtes. escaleras que lo conducían a la calle
y se plasmó nuevamente del mismo desolador ambiente de las estaciones.


DESOLACIÓN

Ya afuera, todo funcionaba, los locales comerciales se encontraban
abiertos, pero sin vendedor, las oficinas dispuestas pero sin gente,
los semáforos funcionaban normalmente, los vehículos se
encontraban intactos, detenidos, aunque desordenados, y sin sus
conductores. Los edificios denotaban sus ventanas abiertas, lo cual
era indicio de alguna actividad reciente.

Desconcertado, asombrado y ya asustado, siguió sigilosamente
buscando algún indicio de actividad que le permitiera entender que
pasaba. En la medida que avanzaba sus pasos se hacían cada vez
más ligeros y poco a poco en su desesperación empezó a correr y a
gritar en busca de alguien, en un mundo casi silencioso. Apenas el
viento y alguna actividad de aparatos electrónicos y autónomos se
sentía.

Ya había transcurrido por lo menos media hora de larga caminata
por las calles de la ciudad. Solo pensaba que era una pesadilla, una
especie de mal sueño del cual debía despertar, pero no, era real,
una abismante y abrumadora soledad.

Ya cansado, ablandó sus pasos. Su condición atlética ya se veía
afectada por el agotamiento, y la camisa empapada en sudor ya le
incomodaba. Se miró y reflexionó un instante, lo mejor es tomarlo
con calma - se dijo, y miró hacia el cielo. Puso ambas manos en su
rostro empapado y sacó un pañuelo desechable de su bolsillo para
secarse un poco. Bajó la mirada y vio en una plaza a lo lejos el
suave movimiento de las hojas de los árboles seducidas por viento.
Observó entonces que tampoco habían palomas, típicas en
cualquier plaza del mundo. Tampoco vio perros, que acostumbran
a vagar en las calles. Simplemente nadie.

Necesitaba descansar unos instantes, y se dirigió a la plaza. Buscó
la banca más cercana y apoyó su ya fatigado cuerpo en el respaldo.
Finalmente se sentó, entrecruzó sus manos intercalando sus dedos
y dejó caer su cabeza con su mirada en el piso, como buscando
alguna respuesta en la tierra que pisaba. Miró con fineza y
dedicación cada centímetro cercano a él, y no vio ningún solo
bicho. Aún más asombrado saltó de la banca y con una veloz
mirada se fue hacia una zona de tierra, con pasto aún húmedo por
el riego fresco de la tarde, y escarbó desesperadamente con sus
propias manos un hoyo de casi medio metro. Y no vio ningún sólo
bicho, lombriz, caracol, hormiga, nada, absolutamente nada.

Cegado en delirantes pensamientos, removió su cabeza y golpeó
con dureza la tierra que escarbaba, cogió una piedra y con un
rápido movimiento se puso de pié y la lanzó lejos, rebotando en un
par de árboles cercanos entre sí. Apretó fuertemente sus puños y se
puso rígido otra vez, con sus dientes muy prensados y el seño muy
fruncido se quedó paralizado por unos instantes hasta que de
pronto, una lágrima se dejó caer por su mejilla, mientras su rostro
se soltaba poco a poco y sus ojos se abrían ampliamente con la
mirada perdida en un lejano horizonte sin fin. Era obvio su sentir,
sus pensamientos apuntaban hacia su familia, su esposa e hija.
Rápidamente manoteó su ropa, hasta encontrar su celular y con
extremo nerviosismo marcó los números, de la casa, luego del
trabajo de su señora, y del colegio de su hija, y nada. Sonaba y
sonaba, pero nadie contestaba el maldito teléfono. Su familia ya
no estaba, o simplemente no existía así como los demás.

Pensó en ir al trabajo de su señora pero estaba muy lejos, así como
el colegio de su hija, y todo vehículo en la superficie estaba
detenido, además el metro, aunque funcionaba en forma autónoma,
no le servía para aquellos destinos.

Trató de calmarse, nuevamente, pero su rostro desencajado ya no
era el mismo, y tras dos horas sólo la resignación le serviría.

El sol ya se iba, y curiosamente aquel ambiente rojizo, junto con el
calor, también. La noche se anunciaba levemente y había que
moverse. Caminó algunas cuadras hasta encontrar la sgte. estación
de Metro, que al parecer, era el único transporte autónomo que aún
funcionaba con "total normalidad". Era la estación 167.

Bajó lentamente las escaleras, hasta la boletería, como no había
nadie, ni si quiera se dio la molestia de pagar su boleto y pasó por
encima de las pasarelas, hasta que finalmente bajó hasta la
estación.

Se sentó a esperar, entrecruzando levemente sus piernas y sus
manos, mientras movía sus pulgares con cierto grado de
impaciencia. Miró el carro que se aproximaba por su izquierda y se
aprestó a tomarlo. Ya cuando las puertas abrieron entró y pudo
elegir libremente cualquier asiento.

No sabía que hacer, y mientras apoyaba su cabeza en la ventana,
con un dejo de ofuscación, miraba hacia fuera el túnel que
velozmente iba pasando como largas rayas que jugaban a juntarse
y alejarse entre sí. Ahí se quedó, contando y viendo pasar cada una
de las desoladas estaciones, 168, 169, 170... etc... hasta que el
sueño invadió su cansada mente.

El leve golpeteo de su cabeza contra el reforzado vidrio de la
ventana lo hizo despertar. Con un sobresalto y sin saber cuanto
rato se había quedado dormido, miró hacia fuera y se dio cuenta
que se encontraba nuevamente en la estación 161. Se cuestionó un
segundos y la explicación era bastante simple, o era un sueño o
simplemente llegó hasta las dos estaciones terminales ida y vuelta
sin darse cuenta. No se cuestionó más y se puso de pié, para
despabilarse. Miró nuevamente por la ventana y puso especial
atención en el número de las estaciones, contándolas nuevamente.
Así pasó cada estación 162,163,164,165,167,168,169... hasta que
finalmente llegó a la estación Terminal 169. Lugar que se
conectaba directamente con un Shopping, que en condiciones
normales estaría lleno de gente, ya sea comprando o de paseo
familiar en vísperas de un fin de semana cualquiera.


LIBERTAD

Salió descuidadamente de aquella estación, puesto que ya el
sentimiento de no importarle nada hacia estragos en si dado este
nuevo escenario. Recorrió las tiendas vacías, con todas su luces
prendidas, así como los televisores, computadores y algunos otros
artefactos que se encontraban en exposición. Por lo menos había
ruido, y los únicos rostros visibles eran los maniquíes y las escenas
de video-clips y películas pre-grabadas. Se acercó con curiosidad a
algunos televisores y cambió les cambió de canal en búsqueda de
algún noticiero local o internacional que le permitiera saber que
pasaba con la gente, o donde estaban todos. Logró muchos canales
sin señal, otros con exagerada interferencia y los escasos noticieros
aparecían solo con los logo de fondo. En definitiva nadie
informando nada.

Rápidamente pensó en la radio, que podía resultar más dinámica e
instantánea que la TV, y se acercó a un muestrario de varios
productos de equipos de sonidos de alta tecnología ya con el
desesperado afán de poder recibir algo de información. Pasó así
casi media hora tratando de sintonizar algún dial adecuado,
prendiendo y cambiando de señal en cada aparato que se
encontraba al alcance de sus húmedas y temblorosas manos.
Lo único que recibía era interferencia y algunas pocas señales
pre-grabadas de aquellos canales comerciales de música continua.

La soledad se hacía insoportable, por lo menos se encontraba en un
lugar más acogedor, con algo del bullicio natural de estos centros
comerciales. Podía ir a cualquier lado, y hacer cualquier cosa y
nadie acudiría.

Después de un tiempo, y sin poder resignar su condición a su
extraño “cautiverio”, cogió un peluche que se encontraba sobre
una de las estanterías, posiblemente dejado por algún niño que
jugó con él, no hace mucho. Lo tomó con ternura, y mientras
lo miraba tiernamente, lo empezó a acariciar con el recuerdo vivo
de su hija y su familia, sus padres y sus amigos más cercanos. Así
estuvo por un buen rato, sentado en el piso, con su cabeza
inclinada hacia un lado, mirando el peluche casi con cariño, y
lo acarició por largo rato, mientras una lágrima recorría lentamente
por pálido y sucio rostro.

Pasó por todos los estados emocionales posibles, recordando sobre
todo a su familia, pasando por todos los estados emocionales
posibles, sintiendo ternura, tristeza, rabia, impotencia, e incluso
júbilo, todo a la vez.

Luego de unos instantes irguió su cabeza, y mirando hacia la
techumbre se levantó muy lentamente, y comenzó a caminar con
el peluche aún prensil en su mano y sin sacarle el control de
seguridad se acercó a las puertas del local en dirección de una
salida. La alarma sonada estrepitosamente, pero nadie acudía.
Ahí se quedó un rato probando con el objeto y al ver que
nadie se aproximaba, se le ocurrió probar con otras cosas cercanas,
y al ver que nada pasaba, pensó en las cámaras de seguridad
y empezó a probar con otros objetos, y cada vez más grandes,
incluso en su desesperación sacó un refrigerador sólo para probar
que definitivamente nadie acudiría. Entonces rió, para luego
soltar una incontrolable carcajada. Después de todo aquel
embrollo, era seductora la idea de poder hacer y deshacer en aquel
mundo de soledad lo que quisiese a pleno antojo y voluntad.

Poco a poco fue probando y visitando los distintos lugares de aquel
shopping. Sacaba una cosa de aquí para allá, incluso con algo de
temor se dio el lujo de romper el vidrio de una elegante vitrina. Y
nada ocurría, nadie salía a su encuentro.

Miró nuevamente su transpirado ropaje, y se cambió. Se dio el
gusto de elegir, sin mirar precios ni marcas. Sólo y ya convencido
en poder quedarse con algo de ropa, eligió algo de buena calidad,
que se ajustara a su talla, y se instaló un rato en una tienda de
de moda con caras exclusividades.

Era como si todo aquel mundo le perteneciera en ese momento, un
dueño absoluto, sin límites sin fronteras, sin restricciones pudiendo
entrar a todos aquellos lugares que quisiese, sin solicitar
consentimiento alguno a nadie. Poder entrar donde dice "SOLO
PERSONAL AUTORIZADO", o "NO ENTRAR", era algo que a
fin de cuenta le parecía casi divertido y entonces pensó en las
cámaras de seguridad. Tal vez le permitirían en forma mucho más
eficiente, encontrar a alguien, tan perdido como él en algún sitio
lejano, pero sólo vería aquel lugar y tal vez sería incapaz de
manejar el control de las cámaras de vigilancia. Tenía que existir
una forma más fácil, y luego de un breve instante corrió hacia la
salida más próxima de aquel gran shopping, y salió con
desesperada ilusión a buscar un edificio lo suficientemente alto
como para poder ver la ciudad desde su cima.


DESDE LA CIMA

Corrió casi como en trote hasta la entrada del edificio y con
nervioso apuro presionó el botón de solicitud de servicio. Con
intranquila ansiedad esperó que bajara el ascensor piso por piso,
mientras sus ojos se clavaban en los números que mostraba el
panel superior. Así fue como desde el piso 36 llegó el ascensor, hasta el piso 1 y las puertas se abrieron ante él. Entonces dio un largo paso al frente y con un ligero giro entró marcando rápidamente el último piso apurando a la vez el cierre de puertas.

Era una larga subida que se hizo eterna en todo el trayecto, ya que
el viejo edificio no contaba con las modernas tecnologías de
ascensores Express de los grandes países desarrollados. Esto estremeció sus recuerdos y aumentó la ansiedad por llegar
pronto a su nuevo destino.

Respiró hondo, se dio una pausa y se quedó quieto, paciente,
taciturno mirando nuevamente el indicador de piso mientras
subía. Así paso piso por piso, 1...6..16..26...35..., hasta que finalmente logró llegar al piso 36. Se abrieron las puertas del ascensor y salió a buscar las escaleras que prontamente lo
llevarían a la azotea.

Ya una vez en la cima, y sin mucha luz, más que las de los locales,
edificios, vehículos, semáforos y otros, miró con profunda
atención a su alrededor mientras sacaba unos catalejos que había
tomado de uno de los locales del shopping que dejó atrás. Luego
de un rato puso atención en aquellas mayores fuentes de luz con la
esperanza de poder ver a alguien y usó los catalejos tratando de
enfocar correctamente la imagen con el Zoom. Así fue como poco,
sin darse cuenta, se fue acercando a la orilla del edificio llegando
al borde del mismo aproximándose a una esquina, con los catalejos
sujetos firmemente en su rostro. Era un peligroso total absurdo,
que podría ver con tan poca luz – pensó.

Ya resignado se quitó los vinculares, y con espanto se dio cuenta
dónde estaba parado. El vértigo lo tiró al suelo, rodando hacia
fuera del edificio y con mucha suerte alcanzó por escasos segundos
a aferrarse de un mástil que sujetaba una bandera. Ahí quedó
colgado y su vida pasó por su mente en un segundo.

Con estrepitoso esfuerzo logró aferrarse con ambas manos, y se
tambaleó de un lado para el otro, lo que hizo que la base del mástil
cediera por el peso aflojándose uno de los escasos pernos que lo
sujetaban. El mástil cedía en cada movimiento y prontamente el
miedo fue transformándose en pánico al ver hacia abajo la enorme
altura en que le asediaba y el hecho de que nadie vendría a ayudarlo
esta vez.

Lentamente cada perno fue cediendo lo que hacía que el mástil se
fuese inclinando cada vez más hasta hacer que el sujeto quedara
literalmente colgado en su extremo. Nada lo salvaría esta vez, ni
los ruegos, ni las plegarias, ni los gritos, nada.

De pronto, tratando desesperadamente de mantener el control,
aferrándose con lo último de sus fuerzas que le quedaban aún,
comenzó a mecer su cuerpo en dirección a la pared. Era el todo
o nada, y ya cuando el dolor en sus brazos hacía inminente su caída
el último de los pernos se soltó haciendo que el sujeto quedase con
el mástil en la mano, semi envuelto por la bandera que sujetaba,
arrojándolo contra una ventana semi inclinada del piso 199.

El cristal se quebró al instante, y mientras los pedazos se
desprendían como lluvia hacia el precipicio, el sujeto, con mucha
“suerte” irrumpió en la habitación aprisionado por el género de
la bandera que cubría a sus pies.

Rápidamente y en silencio miró hacia la ventana, constatando al
segundo como caía el pesado mástil dejando tras de sí una larga y
gruesa cuerda con la que se suele alzar las banderas.

Con la bandera aún envuelta aún en sus pies, solo alcanzó a sentir
como el pesado mástil lo jalaba en dirección hacia afuera por la
misma ventana que milagrosamente lo había salvado.

No pasó más de medio segundo cuando sintió el tirón de la cuerda, sujeta aún al mástil, y lo jaló contra uno de los bordes de aquella ventana quedándose aún enganchado con la bandera a sus pies y con medio cuerpo fuera, apenas sostenido milagrosamente por
Sus prensiles manos y algo del género que se enredaba entre los
Filosos pedazos de vidrio que aún permanecían firmes en la ventana.

Tan rápido como pudo, y casi sin pensarlo mucho, golpeó uno de los vidrios de aquel ventanal con uno de sus puños, logrando así desprender un filoso pedazo con lo que se apuró a cortar desesperadamente el sedoso y desgastado género que lo aprisionaba. Al poco instante y tras varios intentos, ya presa del dolor y el miedo, logró así finalmente safarse. Sin dejar de mirar
Hacia abajo, vio como el pesado mástil se clavaba en el duro
Pavimento dejando caer tras de sí la pesada cuerda y el resto de la bandera.

Era el precio de aquella gran soledad. Nadie le pondría límites,
Ni leyes, ni reglas, pero tampoco nadie lo ayudaría.

Pese al cansancio, el dolor, y después de mucho batallar con su propio peso, logró entrar a duras penas en aquella oscura y desolada habitación. Ya adentro, en tinieblas, y un poco mareado por el esfuerzo, lo único que alcanzaba a ver, era una cama, con
Lo que fácilmente se dio cuenta que se encontraba en un confortable dormitorio. Como pudo se subió a la cama y tal cual
Como estaba se echó boca abajo quedándose inmóvil e inconciente, siendo presa fácil del sueño, se durmió permaneciendo así por algunas horas.

Mientras el sudor de su rostro se iba enfriando con el viento que irrumpía desde la destruida ventana, su mente empezó a
deslumbrar las primeras inquietantes imágenes de lo que había vivido hasta ahora. Era una delirante pesadilla que lo envolvía
en la locura y lo inquietaba hasta que sus frenéticos movimientos
lo hicieron voltear en la cama dejándolo de espaldas. En esta posición trató de luchar para recobrarse y por un instante sólo logró abrir sus ojos, miró hacia el techo y vio que todo le daba vueltas. Sus ojos giraron hacia arriba y hacia el centro de su cien, quedándose nuevamente inconciente.


EL DESPERTAR

Tras varias horas, y tras dar muchas vueltas en la cama, casi amaneciendo despertó sobresaltado, perdido, totalmente
desorientado sin saber dónde se encontraba. Sólo atinó a mirar rápidamente su entorno, pensando en lo más típico “Donde estoy”,
“Que estoy haciendo aquí”, “Como llegué acá”, y tras un breve
instante su mirada se clavó la ventana, estaba rota, lo que
claramente le indicaba que todo aquello no era una pesadilla, o que
esta aún no había terminado. El desorden en la habitación dejaba
claras señales de la solitaria lucha que se había forjado.

Se levantó como pudo, y muy cuidadosamente se asomó por la
Ventana, pudiendo ver en el fondo el mástil y la bandera. Subió
Su mirada y haciendo un breve esfuerzo de enfoque con sus ojos,
No vio ninguna actividad, no escuchó mayor ruido. Sólo era una
Silenciosa ciudad con algunos aparatos autónomos aún encendidos. Autos detenidos, entrecruzados, inmóviles en un taco
infinito.

Viendo su terrible apariencia, su sucia y destruida ropa, se dirigió hacia el baño. Ya una vez de pié, se aproximo al lavadero, abrió la llave y con sus dos manos se mojó suavemente la cara, quedándose
Un rato con su rostro cubierto. Luego de un suspiro separó las manos de su rostro y miró detenidamente su rostro, algo marcado por los hematomas y rasguños proporcionados en su lucha.

Se aseó como pudo, y limpió algunas de sus heridas, luego se sentó en la tina y sintió que la sed y el hambre empezaba a
Inundar su ser. En ese instante, con mucho nerviosismo, lentamente sacó un celular desde su bolsillo, y con manos temblorosas marcó el número de su hogar.

Tras varios intentos, nadie contestaba en su casa, y él se
encontraba muy lejos como para acudir en ese instante sin un medio
de transporte adecuado que no fuese el Metro. Así fue como ya desilusionado y con mucha pena dejó caer su cabeza en una suave inclinación, y dos gotas se agolparon en el piso tras un delirante suspiro.

Sin más que pudiese hacer, se incorporó penosamente
y recorrió un rato aquella desolada habitación, sin muchos
objetivos claros en su mente. Tal vez tratando de indagar un poco
con su mirada de que persona podía haber habitado tal digno
habitáculo, que a simple vista denotaba orden y cuidado con
ciertos retoques plenamente identificables como femeninos.

Así fue como recorrió la habitación pieza por pieza, luego el piso,
departamento por departamento de aquellos que por algún motivo
quedaron con sus puertas entre-abiertas, habitación por habitación
Cada lugar y cada rincón parecía ofrecer a simple vista una historia
propia. El desorden de algunos departamentos se contrastaban
con el excesivo orden de otros, el buen gusto, los adornos, cada
figura, cada fotografía, cada elemento que alcanzó a ver, parecía
indicar que de alguna manera el mundo que lo rodeaba estaba
compuesto por muchas variantes que conformaban su entorno
incierto.

Recorrió libremente aquel edificio casi completo hasta donde
Pudo su cuerpo, hasta agotar sus fuerzas, hasta donde ya dejó de tener sentido.

Así paso aquella mañana, que curiosamente se parecía a un típico
Y despejado día primaveral, y ya sin ese tono rojizo del día
Anterior.

Finalmente logró salir del edificio, sin muchas respuestas, pero con
Muchas preguntas, qué pasó...?, por qué...?, donde...?, como...?
Hasta que se encausó nuevamente hacia la estación de Metro más
Cercana.



LAS CALLES DESIERTAS

Caminó varias cuadras, y entre el cansancio y la pena, recapacitó
en su instinto natural, siendo en ese momento inundado
tormentosamente por el hambre, decidió pasar a un Súper Mercado
cercano, dónde comió y se abasteció libremente con algunos
víveres. Recorrió entonces aquel inmenso local, y se dejó para sí lo
más elemental, cercano y liviano. Se sentía casi como un vulgar
mechero, pero ahí estaba, sin tener a nadie a quién pagar por los
suministros extraídos. Así pasó un rato, entre ansioso y
perseguido, mirando de vez en vez aquellos típicos espejos
circulares usados para prevenir robos, hasta que finalmente salió
de aquel lugar.

Una vez más estaba circulando en aquellas desoladas calles nuevamente, fijo en su tozuda intensión de llegar al metro, único
Medio de transporte, automático, que era capaz de llevarlo hacia
Algún destino.

Miró a su alrededor, vio autos particulares, taxis, buses, camiones
y otros vehículos varados como si fuesen barcos a la deriva,
imposibilitados de ser movidos de sus lugares. Ni si quiera una
moto podría pasar y ayudarlo ya que era claro que todo se detuvo
en un horario de altísima congestión. Pensó también hasta en
una fiel bicicleta para ir a su hogar, pero las distancias eran
enormes, demasiado extensas para una incierta travesía.

Mientras recorría las calles hacia la estación, sólo le extrañaba lo
despejado y primaveral que le parecía aquel día. Al contrario de
la tarde anterior, ya no se denotaba ese tono rojizo que saturaba
el día de ayer. En fin, a veces suele suceder, días calurosos,
nublados, o tan primaverales como este. Pero por qué rojizo?

Entonces una suave brisa envolvió su rostro de frente, y logró
por un solo instante sentir paz, una profunda e inmensa paz que
no había sentido nunca. Su vida era demasiado agitada, con una
agenda apretada, sometido siempre al sistema, al estrés, al
constante asedio del tiempo y de sus obligaciones que lo hacía
olvidar lo maravilloso que es detenerse un instante y disfrutar
de aquellos pequeños momentos que nos da la vida. Así fue como
en un indicio de reflexión miró al cielo, y con el sol iluminando
plenamente su rostro encausó una silenciosa oración.

Pensó que tal vez esto era un sueño, una pesadilla, pero era
demasiado real para serlo. Tal vez era algún un efecto alucinógeno
de alguna droga, pero el siempre era reacio a automedicarse o
recibir medicamentos. Tal vez era alguna especie de armamento
químico que desintegraba a la gente y a todos los seres vivos,
pero cómo explicaba que él era el único no afectado. En fin,
muchas preguntas sin respuesta se agitaban en su mente, y eso
lo angustiaba aún más en su desesperación.

Su fuerza de voluntad lo dirigía hacia la única alternativa que
Le parecía razonable, el metro, y tras una larga caminata logró
Llegar a la estación más cercana, adentrándose nuevamente.



DE VUELTA EN LA ESTACIÓN 166

Una vez en el subterráneo, esperó un rato, mientras observaba
el oscuro vacío de los túneles, hasta que se hizo presente la
luz distante del carro con su característico ruido de máquina.

Ya cuando estaba en el carro, una voz anunciaba un retraso
en la partida. Esto fue suficiente para que en un acto reflejo,
alzara su cabeza y sus pupilas dilatadas mirara el pequeño
parlante de la pared. Su reflexión fue inmediata, y casi sin
pensarlo, en forma casi instintiva, como un resorte saltó de
su asiento y desesperadamente salió del carro. En la salida,
producto del apuro, resbaló y cayó lateralmente sobre el
impecable y resbaladizo suelo. En ese preciso instante se
sintió nuevamente aquella dulce voz indicando “precaución con
el cierre de puertas”. No fue más que un instante y se
incorporó del piso, totalmente adolorido, y corrió como pudo
hacia el carro del conductor. Rápidamente avanzó desde donde
estaba, casi en el último carro, y ya estando casi en la mitad
del trayecto, se sintió el sonido típico que anunciaba el cierre
de puertas. Pensó rápidamente en los pocos segundos que
le quedaban, y avanzó casi cojeando hasta donde pudo.
Ya cuando vio como se iban cerrando las puertas, sólo atinó
Tratar de entrar en el carro más cercano, y solo alcanzó a
prenderse con una mano de aquella que se encontraba más
próxima. El cierre de puertas era inminente. Su mano aprisionada
entre las gomas que se juntan al cierre lo dejó aprisionado,
mientras poco a poco el tren empezaba su marcha.

Corrió como pudo, pero el tren cada vez se hacía más rápido,
y en una rápida mirada veía como se iba acercando cada vez
más al estrecho túnel. No tenía alternativa, más que
obligadamente desprenderse de su aprisionamiento antes de
Estrellarse contra el muro que rápidamente se veía cada vez
Más cercano.

Ya faltando escasos metros de la gruesa pared del túnel,
con toda su desesperación se pudo desprender de las puertas,
y nuevamente cayó sobre el piso, con su rostro muy próximo
a la orilla, con los carros que pasaban casi rozando su nariz.

Rápidamente se incorporó nuevamente, quiso jugársela en un
último intento, y ya cuando quedaban los últimos vagones,
se atrevió a saltar sobre una de las ventanas que se encontraba
abierta. Así nuevamente quedó prendido, en el último vagón,
pero esta vez con el cuerpo suspendido. Ya cuando quedaban los escasos últimos metros, cuando la pared se hacía inminentemente inevitable, sólo atinó a saltar en dirección al final del tren,
alcanzando a sujetarse de un pilar.

Fué un segundo, y todo pareció silencioso y lento. La pared alcanzaba a tocar su cuerpo, mientras giraba hacia la parte
trasera del carro. Era muy poco espacio para que su cuerpo
pasara entre el tren y el muro.

Con sus ambas manos muy aferradas al pilar, más la velocidad
alcanzada por el tren y el empujón de la pared, logró girar
milagrosamente hasta golpear fuertemente el ventanal del último vagón, rompiendo el grueso vidrio y entrando finalmente en él.

Ya una vez dentro del último vagón, todo rasguñado por las esquirlas de vidrio, aturdido por el fuerte golpe dado en su cabeza,
se quedó tirado en el suelo como un saco, inconsciente por
quién sabe por cuanto rato.

Se trató de levantar apoyado de un asiento. Mareado aún por sus contusiones, que apenas lo dejaban ponerse de pié, se incorporó.
Su cabeza sangraba un poco, y algunos vidrios aún se
encontraban adheridos a sus ropas. El tren en movimiento le
recordaba poco a poco cual era su objetivo en ese momento,
y con una mirada esperanzadora comenzó a prenderse
de la manilla de la puerta que daba paso al penúltimo vagón de
pasajeros, adherido al del chofer. Por fin abrió la puerta y al
dar un segundo paso, un dolor muy intenso lo hizo caer sobre
su rodilla derecha. Tambaleándose para todos lados con el
movimiento del tren, se miró la pierna, y se dio cuenta de
que uno de los vidrios lo tenía ensartado en su muslo, el
cual procedió a quitar lastimeramente con un paño rasgado
de su ropa. Sin mucho equilibrio, pero con desición, comenzó
a caminar por el pasillo, cojeando y con una mano en su herida.

Parecía un trayecto interminable aquél largo tren, y mientras
apenas avanzaba, pasando una a una las puertas de división
entre vagones, escuchaba en cada estación la dulce voz femenina
que se hacía presente en cada parada.

Ya a medio camino, se vió en la estación 167 nuevamente. Era
extraño, pero seguramente estuvo un buen rato inconciente y
alcanzó a desplazarse de paradero a paradero por lo menos ya
un par de veces.

Prontamente, ya con más fuerza, y a medida que se acercaba
al primer vagón, del chofer, su caminar se hacía más ligero,
hasta casi alcanzar la última puerta. Sólo unos pasos más
faltaban cuando de pronto a mitad del vagón, en medio del túnel,
el tren frenó bruscamente y sin aviso.

Si mucha fuerza para sujetarse y aún un poco mareado por el
impacto anterior, su cuerpo no hizo más que caer al piso, rodar
un poco arrastrándose por el pasillo hasta golpearse contra la
puerta del vagón.

Era la estación 166, aquella en que la veloz máquina nunca se detendría, porque siempre estaba clausurada desde 1999, cuando
un siniestro acabó por desmoronarla por completo, dejándola
inservible, en la oscuridad, sin más iluminación que las
eternamente encendidas luces de emergencia, que hacían
recordar mejores tiempos de aquella vieja estación.

Desde el piso alzó un brazo y con mano temblorosa se logró
prender de un sujeta manos. Así, lentamente trató de
incorporarse. Entonces, asomándose poco a poco, su cabeza
alcanzó la ventanilla trasera del carro donde se encontraba, y
cual sería su sorpresa, aun aturdido y entre nieblas, producto
de sus lesiones, ver la silueta, algo borrosa, de una niña.

Era una joven criatura, delgada figura, tez exageradamene
blanca, pelo liso, largo, muy largo de color negro azabache
intenso. Estaba ahí, inmóvil, sentada en el piso, con sus
menudas y delicadas manos entrelazadas, con su cabeza semi
inclinada, como queriendo mirar sus delicados y finos zapatos
de charol. Vestía un largo traje, blanco como la nieve, de estilo semi oriental, en contraste con su maquillaje negro. Uñas y ojos hacían una perfecta simetría con su pelo.

No le podía ver su rostro claramente, ya que su pelo cubría en
Gran parte su cara, y sólo atinó a gritarle para llamar su atención.
Pero ella no lo escuchó y permaneció en su misma posición.
El ruido de los carros y el grosor de los herméticos vidrios
le impedían ser llamar su atención.

Pasó un buen rato, minutos que le parecieron horas, sin más
que hacer que sólo contemplar su angelical encanto, mientras
que rápidamente se iba aproximando a la siguiente estación.

Así, se fue desmoronando poco a poco, fatigado, iba cayendo lentamente al piso con una de sus manos aún aferrada a la
puerta del vagón, desvaneciéndose en una total oscuridad,
con sólo la imagen de aquella niña aún visible en su mente.




EL TÚNEL

Era un lugar frío y húmedo, donde nunca
el sol posaría su calida luz sobre aquellos que ya
desde hace mucho, mucho tiempo permanecían allí,
sin más prosperidad que sólo dejar pasar los días
sin saber en cual se encontraban, totalmente
entregados a su suerte.

El lugar en sí, parecía una estación de metro
Subterránea abandonada, sin iluminación más que
La que daba las pocas ampolletas que se prendían
En el sector en donde se habitaba. La comida, la
Privacidad, la vestimenta, los artículos de aseo,
alojamiento y otros menesteres eran sumamente
precarios, siendo un verdadero lujo el simple hecho
de poder saborear una fruta de vez en cuando, al
borde de la clandestinidad.

Un poco más abajo, se cruzaba otro túnel, aún
Mas oscuro y húmedo, en donde el hedor hacía
Poco atractivo cualquier intento de fuga por
Ese lugar. Este sí se encontraba totalmente
Inundado quien sabe por cuantos metros,
y sin posibilidad de visualizar su real magnitud.

Curiosamente, este encierro involuntario no era para
Criminales, mas bien parecía una agrupación experimental
De especimenes en estudio para poder determinar cuantos
Serían capaces de sobrevivir ante el inclemente lugar, el
Aislamiento y la pena. No habían amigos, pero si tolerancia,
No se hacían reuniones, pero sí se necesitaban, no
Tenían frío, porque ya algunos contaban con varios años
De acostumbramiento y como todos sabemos el cuerpo
Se adapta a todo, sino perece. No había ni un solo reloj,
Porque simplemente no había ni día ni noche. Era un lugar
Definitivamente sin reglas de horario, donde la norma
A seguir era la propia, y aún así nadie dañaba a nadie.

La única preocupación constante de todo aquel
Enajenado grupo era ver, con gran preocupación, la enorme
Tubería que se encontraba a mediana altura sobre sus cabezas.
Era una estructura metálica, un fierro ennegrecido con el
Paso de los años y el moho producido por la humedad y
El constante goteo de las leves fisuras que contaba la estructura
En sus gruesas y apernadas costuras que siempre goteaban.
El constante ruido que producía el paso del agua, ya era
habitual, pero no menos preocupante, ya que una tremenda
tubería como esa, en donde una persona podría caber
perfectamente parada, albergaría una tremenda cantidad
de agua, suficientes como para inundad todo el lugar casi por
completo.

Nadie sabía de qué tipo de líquido se trataba,
Si eran desechos de alcantarillado de la ciudad en la
superficie, o eran desperdicios tóxicos de fábrica,
o simplemente era agua potable. Lo único que se
sabía con certeza, que nadie bebería de aquel líquido
que se escurría por las fisuras de aquel gran tubo.

No obstante, el agua que se podía disponer,
por suerte, provenía de otras fuentes, como eran las
llaves de los baños y de algunas tuberías menores de
mayor confianza.

Así, la indiferente población, deambulaba
En sus cotidianas actividades del día a día. Pensando
siempre en aquella esperanza de libertad que cada
vez sentían más y más distante.

De pronto, un sismo se hizo sentir entre los
Reclusos, y sin más, todos a la vez miraron con
Extrema preocupación aquel gran tubo, el cual,
Lanzó un crujido inusual. Algunos pernos cedieron
A la presión del agua y con el movimiento se
Entreabrió en sus uniones, haciendo reventar algunos
Pernos que estaban ya lastimeramente oxidados.

El goteo casual, pronto se convirtió en un goteo
Constante aumentando notoriamente la preocupación
De todos, incluyendo los pocos guardias que desde
Unas blindadas torres tenían la misión de conservar
Vigilado aquel lugar. El pánico prontamente se
Empezó a reflejar en el rostro de cada uno, y cada
Uno se encomendó a sus credos, en la medida que
El sismo se hacía cada vez más intenso y poco a
Poco se convertía en un desplazamiento de la
Corteza terrestre y por consiguiente un terremoto
De grado menor, pero igualmente destructivo.

Algunos, empezaron a moverse rápidamente,
Casi sin pensar, como un reflejo propio de la
Subsistencia. Otros simplemente corrieron
Hacia lo que consideraban más seguro, bajo
Una roca o bajo los hierros retorcidos de aquella
Vieja estación.

Muchos con la mirada perdida en la gran tubería,
Temerosos de un rompimiento, sin mirar al frente
Empezaban a chocar entre sí, como una estampida
De ratas que arranca de un alcantarillado, sin
Saber en que dirección. Solo el alboroto del
Instinto que se apodera de la inteligencia y el
Miedo propio de sentirse envuelto en una
Situación tantas veces imaginada en cada uno.

Poco a poco el sismo bajaba en su intensidad,
Pero el quebrajar de algunos muros y sobre todo
El techo se hacía en caída libre, golpeando
Duramente el resistente tubo que cada vez
Mostraba mas signos de debilitamiento tras
Cada impacto.

Grandes bloques de concreto se precipitaban,
Y la población simplemente atinaba a esquivar
Dentro de lo humanamente posible. Algunos
Lo lograban, otros simplemente caían presa
Del tonelaje y morían en forma instantánea,
Los que tenían suerte por su puesto, otros
Menos afortunados simplemente caían mutilados
Sin mayor posibilidad de ayuda ante la envergadura
Del desastre.

Prontamente, tras cada golpe de concreto, el gran
Tubo se fue doblando y por la presión ejercida y
algunos de los gruesos pernos que le sostenían se
fueron rompiendo, uno por uno, acentuando la
abertura del tubo y dejando escurrir cada vez más
el agua entre sus hendiduras.

No pasó mucho tiempo hasta que la sucia agua
Del tubo empezaba a caer a chorros ante la mirada
Atónita de los aterrorizados presidarios. El pánico
Fue entonces mayor al ver como la presión del agua
Se enfilaba fuertemente hacia un grupo, botándolos
De una.

El temblor ya había pasado, pero el movimiento
Continuaba tras cada sacudida del tubo.

En un momento, se tornó todo silencio, absoluto,
Inquietante, ni siquiera los heridos se atrevían a
Formular un solo grito de dolor, como cuando se
prevé un desastre Final y fulminante. Fueron los
minutos más largos en el polvoriento túnel, y el
sigilo hacía contener hasta la respiración del más
gallardo y duro de los ahí presente. Aquellos
escasos minutos parecieron horas, y de pronto
sucedió, lo que más se temía por tantos años,
el grueso tubo se doblaba en V levemente curva
en su parte mas baja, sin los suficientes pernos
que la contuviera, la abertura simplemente se
encarnizó en una estampida de agua incontenible
sujeta a la enorme presión, y rápidamente fue
inundando aquel lugar desde un rincón cercano
al túnel de más abajo, el que desde ya por si
mismo se encontraba inundado.

Rápidamente, los más diestros que aún quedaban
En pié buscaron las alturas entre las rocas y
Escombros, no obstante la velocidad con que el
Agua los iba alcanzando no les daría muchos
Minutos de resistencia.


Entretanto, Mark se encerró en una habitación,
La cual cerró y celló rápidamente. Era la única
Que aún poseía una dévil luz artificial y la
Gran gracia de permanecer completamente
Hermética, ya que se trataba del único recinto
Más protegido por corresponder a un área de
Almacenamiento de alimentos.
Lo único que alcanzaba a entrar, eran los gritos
de la despavorida muchedumbre que corría
de un lugar a otro en la tenue oscuridad,
algunos gritando sin sentido, mientras que otros
clamaban misericordia en su aferrada fé.

Así pasaron los minutos muy rápidamente, hasta
Convertirse en largas horas que parecieron días,
Encerrado en su propio capullo artificial, pegado
A una ventanilla, viendo como el agua sobrepasaba
Con creces la altura de la puerta, mientras los
Cuerpos flotantes yacían por doquier entre
Oscuras siluetas que apenas permitían distinguir
La magnitud del suceso. No habían amigos ni enemigos,
eran simplemente siluetas que deambulaban como
fantasmas en aquel mohecido líquido.

La escasa luz de una ampolleta situada al centro de
La habitación, se hacía intermitente cada vez más.
Seguramente el agua ya había alcanzado la escasa
Instalación eléctrica de aquél lugar y prontamente
La falta total de luz sería otro problema adicional.

Se apuró entonces en recoger algunos suministros
Y buscó con desesperación una vieja caja de madera
Que contenía velas de emergencia. Recordaba en ese
momento que habían sido de utilidad en algunos
de los tantos apagones que se producían en aquella
vieja estructura.

Pasó un buen rato y muy pronto el parpadeo de la
ampolleta se hizo cada vez más intermitente, hasta
el punto en que ya no prendió más.

Cogió entonces la caja con las velas, y entre su
Desesperación y apuro no se percató que esta se
encontraba cerrada con candado. Obviamente
no iba a encontrar la llave. Entonces lo único
que atinó fue tratar de romper el candado con
uno fierros que encontró. Era absurso, ya que
el candado no cedería.

Con toda la desesperación y el miedo que le
Producía aquel trágico encierro, ya por varias
Horas, logró racionalizar sus acciones y con
Mucho forsejeo logró desaflojar los tornillos
Que sellaban aquella durísima caja.

Finalmente logró abrir su tesoro, y posó sus
Manos en el fondo, encontrándose sólo con
Tres velas y tres fósforos, entre otras tres
Cosas Inútiles.

Ya muy agitado por el forsejeo, logró encender
La primera vela, que cuidó como si fuese su
Única ilusión de seguir buscando alternativas
De sobrevivencia.

Su cansancio era inusual, y trató de tranqulizarse.
Por un momento, y luego de haber buscado
Algo útil en la reducida habitación, se sentó
Y contempló con melancólica paciencia, la
Llama de su primera vela.

Le quedaban aún dos velas más, pensaba, pero
En ese instante sólo se quedó inmóvil y helado
Al notar que la vela se iba apagando lentamente
Antes de que se consumiera por completo.

Estaba claro, el mareo que empezaba a sentir, no
fué sólo por la agitación del momento, sinó
Por el motivo que hacía que la vela se extinguiera
Antes de acabar por completo la cera.

Era tiempo de descicidir. Nadie vendría a
rescatarle, nadie se interesaría siquiera por
averiguar de aquel lugar. Nadie sabría que
pasó y nadie estaría allí para aliviar su
descición.

Entonces, con sus temblorosas manos, cogió los
Últimos fósforos y las dos velas restantes,
Y las prendió... Cada una con su respectivo
Fósforo, tan sólo para acelerar aquel fatídico
Proceso.

Una vez encendidas, sólo se quedó quieto, y vió
los ojos iluminados de su destino, que poco a poco
se fueron cerrando por la falta de oxígeno, en la
cercana distancia de su inconciencia.




EL ENCUENTRO

De golpe y con una estrepitoza sacudida se
despertó bajo un avasallador gritó de ahogo.
Tragó saliba y sacudió su cabeza, sintiendo
Un dolor intenso en todo su cuerpo y un rostro
Mojado en transpiración.

Lo que había vivido en su mente era entonces
Sólo un sueño. No obstante estaba adolorido,
y mirando alrededor, observó claramente que
aún se encontraba ahí, en la estación 166.

Recordó entonces la niña y como pudo se
Incorporó lentamente y temeroso trató de ver
por la ventana. Ya cuando alzó plenamente su
vista a travez del sólido vidrio, sólo vió aquel
vagón vacío, en cuyo fondo se encontraba la
puerta habierta, aún con el movimiento típico
del baibén de cuando es recién utilizada.

Rápidamente se dirigió hacia una de las
Ventanas laterales, y logró observar como
Aquella menuda figura se alejaba del carro.

Presuroso, se dirigió por entre las puertas
Laterales y empezó a correr detrás de ella.

Sus ruidosos pasos alertaron a la chica,
La cual se detuvo al instante, y él también.

Lentamente insinuó voltear su rostro
Para ver a su persecusor, y sin más, sólo
Alcanzó a azomar parte de su blanco
rostro, el cual expedía una curiosa luz blanca,
como si quisiera iluminar aquel lugar.

Entretanto, el aire se volvió a tornar de
Color rojizo, como la última vez, pero
Aún más intenso.

Ante el asombró de aquél fenómeno,
el le grító -“Niña”, “Esperaaa”.

Sin más la niña se puso a correr,
y hábilmente se esfumó entre las sombras,
perdiéndose de vista.

A los pocos pasos, él se detuvo, tratando
De mantenerse en calma para comprender
Su nueva situación. Agudizó su vista, y
A unos cuantos metros de él, en la oscuridad,
Vió la tenue silueta de aquella niña que a lo
Lejos extendía unos de sus delicados brazos
Como Indicándole que se hacercace.

Era extraño, pero aparentemente, ella
No estaba huyendo de él.

Esta preocupación no pasó por alto,
Y en breve volteó, descubriendo que
El aire de aquella estación se hacía
Cada vez más rojizo desde el fondo,
Como si fuese una nuve cuyo suave
Movimiento parecía dirigido directamente
Hacia él.

Entonces comprendió, y sin más guió
Sus pasos hacia donde se encontraba
La niña que aún mostraba señales con
Su brazo.

Aún adolorido con los golpes recibidos,
Echó a correr como pudo y con una severa
Cojera se fue aproximando a la oscuridad
Donde se encontraba la niña, mientras la
Enrarecida nuve cobraba mayor espezor
Tras de sí.

Su dolor de pronto pareció irrelevante, y
Pese a su cojera echó a correr con desesperación,
Mientras que la rojiza iba tocando sus piez.
A los pocos metros de llegar, sintió como
Aquella nube era capaz de tocarlo, casi como
Si tuviera voluntad de querer sujetarle.

La sensación en aquellos breves segundos
Sucumbió su temple y el miedo se apoderó
de su ser y en un último esfuerzo saltó hacia
donde la niña lo esperaba.

Cayó encima de ella, y rodó unos cuantos
Metros, y rápidamente volteó a ver la
Nube, la cual se detuvo al instante, como
Si no pudiese avanzar más.

“Dios Mio, que es eso?” – dijo, a lo cual
ella respondió: “Eso no importa ahora”,
“Ya estás a salvo aquí”.

Entonces él dejó de aferrarse a la niña, y
Entre sombras pudo ver por fin su delicado
rostro.

“Y tú quién eres?” – dijo.

A lo cual, ella respondió, -“Yo, soy tú”.

-“Qúeeee?”, “Como que yó?”,
-“De qué se trata todo esto?”.
-“Dónde estamos?”.
-“Mi familia, dónde está?”.
-“Que sucede aquí?”
-“Y que diablos es esa cosa?”.

Ella, sólo lo miró con ternura y lo
Tomó de una mano guiándolo hacia
El interior del túnel, en dirección
Contraria a la nube roja.

- “Oh!! Dios, a dónde me llevas?”, el dijo.

“Tranquilo, ya verás...”

Así, sin más y ciego por la oscuridad,
Como una polilla rebolotenado al rededero
De una Ampolleta, no quizo preguntar
Más, y confió plenamente el la enorme
Paz que le brindaba aquella dulce
Criatura, mientras lo guiaba aún prendida
De su mano.

Lo que más le llamaba la atención,
Tras cada paso que daba, era aquella
delicada luz que se desprendía tanto
de su rostro como de sus manos.

- “Qué eres hermosa criatura?”

- “Ya te dije... tranquilo y espera aquí”

En ese instante, solo paz había en su
Espíritu, y sin más se sentó en el piso
Atento a lo que hacía aquella niña.

Entonces ella dijo: -

“Estás aquí por un propósito que sólo
tú haz de realizar”,

“Pone atención.. y escucha”.

“Esto no sería nada si tú no estás aquí.
Nada de esto existiría si tú no existieses.

Todo este mundo, y todo aquello que vez,
Todo aquello que sientes, que sueñas, y
Que percibes, es fruto de tí.

Pero no te preocupes, sólo haz traspasado
el umbral de la verdad y aún estás confuso
en lo que crees conocer.

Muchas veces has tenido deseos, anhelos,
Ansias, y muchas otras emociones que has
Querido satisfacer o simplemente las has
Encacillado como imposibles.

Tu trabajo, tu familia, tu diaria rutina, nos
Permite existir, aunque ejaulados de no poder
Romper con dichas reglas (gravedad, transporte,
tiempo, responsabilidades, hambre, etc), en
una constante felicidad y dolor.

Nadie existe si tu no estás, y la única forma
De que estés, es en armonía y con
El pleno deseo de seguir existiendo.

Así, lo que tu conoces como muerte,
Es dejar de lado este anhelo de vivir,
Ya sea por un intenso dolor o una gran
Pena. Estos “sentimientos”, o “sensaciones”,
Someten esa voluntad.

Contrariamente cuando escuchabas
que en un accidente alguien muere
en forma “instantánea”, eso era totalmente
falso, porque aquellos breves instantes
de conciencia sólo se apagan cuando la
voluntad se somete al Dolor y la agonía.

Tu cuerpo, es un simple medio de transporte.
Una prisión que en realidad no existe.

La vida entonces es todo lo que crees ver,
y percibir a través de tus limitados sentidos,
algo totalmente contrario a esta aparente
oscuridad.

Tus sentidos, entonces, están bloqueados,
en su gran mayoría, para que no logres
traspasar el umbral hacia la verdad.
Pero muchas veces hay errores, que
Son fallos en el diseño del control
Por donde en más de una oportunidad
Pudes sentir el futuro, o ver aquello
Que muchos ignoran, o tener habilidades
Inusuales y distintas al resto.

Así, la historia, como la conoces, ha
Condenado tormentozamente dichas
Habilidades, ya sea medievalmente
Tildandolas como brujería, magia, o
Ridiculizándolas como “insólitos”.

Todo a tu alrededor es simbólico,
Casi como un libro que hay que saber
Leer e interpretar de la mejor manera
Posible. Pero que pese a que ha sido
Escrito por otros, en realidad ha sido
Producto de ti mismo. Así es, igual
Que la música o las innumerables
Películas que has visto, y que en más
De alguna ocación te han parecido
Familiares en algunos aspectos o
Escenas.

Todo está ahí, intríncico en ti, y por
Eso mismo “yo, soy tú”.


LA DESPEDIDA






CONTINUARÁ...