Fue menos de lo que pensaba, pero hay mucho más de lo que esperaba. Tanto por hacer y tan poco tiempo. Pero ya es Viernes, el ansiado Viernes, un espacio en el tiempo dónde la mente puede divagar.
Miraba hacia el cielo mientras sentía la brisa fuerte sobre su rostro, el aire, mezcla entre cálido y frío, se hacía sentir al atardecer. Las nubes de un cielo despejado se vestían a lo lejos con colores cálidos y hermosos, casi como un techo sin fin. La esfera brillante se reflejaba en el espejo del alma, que acogía los últimos destellos de un día que llegaba a su fin, y que daría comienzo a una noche esperada, donde todo puede suceder.
Unos cuantos pasos caminó sobre los adoquines que rodeaban la enorme casona en que se encontraba. Escuchaba con atención el sonido de cada paso que daba, porque no quería perderse en la nada de un silencio que no esperaba. Miró hacia todos lados, y de pronto percibió su presencia silenciosa, tenue, y cercana. Algo decía en voz baja, como casi un murmullo que apenas se escuchaba. Quiso preguntar, pero aquel momento sólo requería paz y calma. Entonces, sonrió y siguió su caminata, observando sus brazos entrecruzados y como la punta de sus zapatos se dejaban ver entre cada paso.
Repentinamente, la intermitencia presencial se desvanecía bajo un suave remolino de hojas que se precipitó en su camino. Miró a su rededor, y ya todo era diferente, no obstante, lo caminado en aquellos cortos y breves pasos logró apaciguar su canto residual, en unas pocas notas que jamás podrá dejar.
Miraba hacia el cielo mientras sentía la brisa fuerte sobre su rostro, el aire, mezcla entre cálido y frío, se hacía sentir al atardecer. Las nubes de un cielo despejado se vestían a lo lejos con colores cálidos y hermosos, casi como un techo sin fin. La esfera brillante se reflejaba en el espejo del alma, que acogía los últimos destellos de un día que llegaba a su fin, y que daría comienzo a una noche esperada, donde todo puede suceder.
Unos cuantos pasos caminó sobre los adoquines que rodeaban la enorme casona en que se encontraba. Escuchaba con atención el sonido de cada paso que daba, porque no quería perderse en la nada de un silencio que no esperaba. Miró hacia todos lados, y de pronto percibió su presencia silenciosa, tenue, y cercana. Algo decía en voz baja, como casi un murmullo que apenas se escuchaba. Quiso preguntar, pero aquel momento sólo requería paz y calma. Entonces, sonrió y siguió su caminata, observando sus brazos entrecruzados y como la punta de sus zapatos se dejaban ver entre cada paso.
Repentinamente, la intermitencia presencial se desvanecía bajo un suave remolino de hojas que se precipitó en su camino. Miró a su rededor, y ya todo era diferente, no obstante, lo caminado en aquellos cortos y breves pasos logró apaciguar su canto residual, en unas pocas notas que jamás podrá dejar.
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