Caminó varias cuadras bajo el calor intenso de la ciudad, quizás motivado por una necesidad, hasta llegar a su destino, uno tan simple como gratificante. Se detuvo un rato a descansar y contemplar la belleza del lugar, bajo la sombra de un gran árbol que con gracia soltaba sus hojas como lluvia de esencias emanadas de un caudal. La brisa fresca y tranquila le acompañó por algunos instantes pese al ruido constante de la ciudad. Se quedó de pié mientras observaba el paisaje. Luego una ráfaga de viento se apoderó de las hojas, que se levantaron en remolinadas e irreverentes frente a el. Agudizó su visión, y de pronto notó que las hojas amarillentas que subían iban dejando esa dirección por efecto de la gravedad. No obstante, por algún extraño motivo, todas se detuvieron en el aire, exactamente 12 segundos. No había lógica en lo sucedido, y con una rápida mirada corroboró que absolutamente todo lo demás estaba igual. En la quietud de la pausa, el silencio se vino, y en un acto reflejo levantó su brazo derecho para coger una hoja, la más cercana. Lentamente alzó su mano y juntó con extrema delicadeza sus dedos para no desgajar la hoja reseca que permanecía suspendida ante sus ojos. Cuando por fin la cogió, todas las demás cayeron, y todo volvió a ser “normal”. Luego de eso miró su reloj, y conciente de que nadie le creería, guardó la hoja aún impregnada en su mano, y se retiró.
“Lo bueno a veces dura poco, y a su vez se hace extenso en el infinito recuerdo de lo asombroso, sólo es cosa de coger lo justo y lo necesario en el momento preciso de un segundo único, eterno y por siempre, hermoso”.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario