12 octubre, 2010

Miedo fecundo


Fin de semana largo, tres días consecutivos que para cualquiera significaría arrancarse a la playa, al campo, o salir de la ciudad como estampida que huye de su rutina. Otros sin embargo, prefieren la tranquilidad del hogar, todo es válido, cuando se tienen unos pocos días que valen la pena aprovechar. En mi caso, aproveché de ver a mi familia.

Por motivos casi circunstanciales, supe algo que no esperaba, porque después de tanto tiempo sin verla, estuve ahí, en aquel hogar donde nunca viví. Necesitaba una escusa liviana, que mejor, un pantalón deportivo que restauro en conjunto con la extensión de la familia, la mía que ayudó con devoción, y con atención a lo que sus palabras mencionaban en secreto.

Observé desde lejos, desde un rincón discreto, desde un poste quebrado que rompía el techo, empolvado por entero, lleno de tierra hasta los codos, pero siempre atento.

Entonces le observé, y pese a que muchas veces me dijo lo intensamente que me conocía desde niño, exteriorizó un sentimiento, uno que no tenía asidero, pero que sin embargo, estaba en su corazón inserto.

Su secreto a viva voz se ahogaba en un lamento, ninguna lágrima rodaría en la dureza de práctica mejilla, vista que de reojo me miraba de vez en vez con un dejo.

Un recuerdo martirizaba su pena, y aquel sentimiento que yo no esperaba, afloró sin freno. Entonces supe, ella me tenía miedo, sí, aquella mujer divina, aquella mujer santa, como santa es para cada hijo su madre inmaculada. Ella me temía, y pese a haber dicho enfatizadamente que me conocía como la palma de su mano, en realidad, no sabe quién soy, o mejor dicho que soy, o como reaccionaría ante su perturbador secreto.

Pero ella no sabe que yo siento, no mucho hablo, no mucho me habla, pero nos comunicamos en un mudo lenguaje de miradas imperceptibles, que encierran la verdad que tal vez ya conozco, o que tal vez no encuentro.

Ya sé que todos saben, de eso estoy seguro, más lo que sea que fuese ya pasó, sin vuelta atrás quedó lejos en un tiempo que no debió ser, pero fue sin freno.

Que pena, a fin de cuenta siempre fue así. No es un tema de confianza, no señor, es un tema de conocimiento, quién dice saber tanto de sus propios hijos, en una familia numerosa donde uno se le escapó desde muy pequeño.

Ya me dirá, tarde o temprano, las personas no soportan sus propios secretos, como si fuese una enorme cruz, incapaces de llevar a cuestas, pese a que se trate de sus propias manos, o de la de sus propios herederos.

Con el tiempo he aprendido que la gran mayoría de los humanos no sabe aceptar la verdad en pleno, y supongo que de eso se trata su gran temor, porque no sabe ni remotamente como será mi reacción ante los hechos ocurridos. Eso demuestra su desconocimiento de mi conocimiento, no sabe quién soy, sólo sabe que mi decisión suele ser radical cuando algo deja de ser correcto.

Podría filosofar eternamente sobre ¿Qué es correcto?, pero cada quién sabe su responsabilidad, y sólo entonces lo que no se debe saber quedará, postergado en el tiempo, para cuando sea el momento adecuado, aquel momento de profunda paz, que quizás sea nunca, o para cuando por fin sea razonable el entendimiento.

Por mientras, sólo observo, cada detalle que recolecto, y muy guardado quedará hasta que ya pueda ver con claridad lo que aquellos ojos claros, sean capaces de decir en su momento. No hay apuro, no hay límites de tiempo, nada puede ser tan malo, ni nada puede ser tan bueno, sólo hay momentos.

Me habrás dado el ser, pero no sabes quién soy, y es triste saberlo. Pero, no me temas, porque lo que sea, ya lo sé, por deducción, por lo que observo, armando un rompecabezas de meses que llevo, sin palabras, sin voces, donde sea que fuese, lo entiendo.

Por eso, nunca menciones un nombre, si eso puede causar un perjuicio, la palabra no es el objetivo, solo contamina, como tampoco es bueno, condenar a diestra y siniestra, como si fuese un juez, un Dios, o un Cristo. Como sea, todos tenemos virtudes y defectos, por algo cada quién guarda algo de si mismo, muy propio y muy adentro, a resguardo del mundo externo, basado en un solo principio, universal y digno, llamado, sentimiento.

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