
Estaba un celular abandonado, en la calle,
sobre una mesa, en un escritorio, dentro
de un bolso, no importa.
Aparentemente, un día desapareció
y posiblemente su dueño lo buscaba,
pero este nunca lo encontró, o no se
percató de su desaparición. Hasta que un
día, el celular lo buscó a él. Un mensaje
daba pie para entender la importancia
de su existencia, sin mayor intensión que
ser un instrumento de comunicación,
breve, discreto y prudente.
Como dice el dicho:
"Tanto va el cántaro a la fuente que al final
se rompe".
Advertido y todo, el dueño al parecer
nunca entendió el sentido de este dicho,
y en un descuido, totalmente natural, dejó
su celular a la deriva. Luego, aquel día,
unas manos inadecuadas se apoderaron,
y sin entender una sola palabra, leyó
un mensaje, quedándose sólo con lo
literal.
El mensaje contenido, era irrelevante,
aunque claro y directo, porque su fin era
prevenir lo que por obvio sucedería.
Así lo que para algunos es bueno, para
otros es simplemente condenatorio
o incluso, se convierte en instrumento
de uso.
Su dueño, ya sabía de antemano, de esto,
y la importancia de no abandonar nunca
estos artilugios tecnológicos. Tal como un
amigo se lo dijo en su oportunidad.
El tema trascendió, y una información
malograda quedó almacenada en la mente
del lector, quién fácilmente encegueció
radicalmente su juicio, siendo condenatorio,
injustamente, y menoscabó su propia
inteligencia emocional.
Muchas veces, pasa, y hasta un simple
gesto puede alterar el entorno que nos
rodea.
Si ese gesto es de corazón, puede llegar
a doler cuando unas pocas palabras,
aparentemente, "duras", son mal
interpretadas.
Así, aquel celular que nunca sonaba,
que nunca molestaba, molestó, y sin
querer se convirtió en un instrumento
intruso.
Pero de todo se aprende en la vida,
y por muy genios que seamos, en un sólo
instante la vida puede cambiar.
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