
Dormía plácidamente, de espaldas
y con su vista concentrada hacia arriba
bajo sus párpados cerrados, como
tratando de mirar algún punto central
en su cerebro.
Desnudo casi por completo, ya que
su cuerpo vestía una especie de túnica
blanca, sin mangas.
En principio, su oído despertaba
paulatinamente, pudiendo apenas escuchar
tan sólo los latidos de su corazón,
que rebozaban con majestuosa intensidad,
al punto de que su pulso se hacía
notoriamente visible en su cuello,
y mas precisamente en su yugular.
Se acomodó un poco, y tras movilizar
lentamente su cabeza para desestrezar
su cuello adolorido, trató de abrir sus
párpados, que aún le pesaban, con el
impulso generado tras el levantamiento
de sus cejas. Así, poco a poco, su visión
pasó de un estado de total oscuridad a
uno de mucha claridad. Su vista aún borrosa
trataba de vencer su parcial ceguera.
Ya cuando logró abrir su ojos por
completo, instintivamente los apretó,
y frunció el ceño, producto de la intensa
luz que emanaba un gigantesco foco sobre
el techo de la habitación.
Ya cuando pudo ver con claridad, pudo
percatarse de que se encontraba acostado
en una delgada camilla, similar a las que
suelen usarse en los quirófanos o salas
de emergencia de cualquier hospital.
Estaba con ambos pies y manos sujetas
por correas de grueso cuero y hebilla,
que en definitiva le inmovilizaban,
aferrados a la gruesa estructura que
sostenía la cama.
Trató infructuosamente de liberarse,
pero no pudo, pese a que era
un joven de asombrosa envergadura
física, un cuerpo atlético y de
gran fortaleza.
Levantó como pudo, su pesada cabeza,
y dió un vistazo a su alrededor, pero
no vió a nadie. La habitación, era
acolchada con cuero en sus paredes,
llenas de botones revestidos que
afirmaban la gruesa tela, de no más
de cinco metros y medio cuadrados,
y una altura que bordeaba los 3 metros.
No se distinguía ninguna puerta en
aquel lugar, y Joel, prácticamente
inmovilizado, sólo se resignó a
esperar, mientras salía de su
somnoliento estado.
Pasaron así algunas horas, y Joel
no intentó gritar o llamar a alguien
en ningún momento, porque temió,
que dadas las extrañas circunstancias
en que se encontraba, podría ser
contraproducente. Por tanto cerró
su ojos nuevamente.
Pasó un buen rato, ya totalmente
recobrado, en conciencia, sin alterarse,
ejerció discretamente presión sobre
las correas que aprisionaban sus manos,
sin lograr siquiera liberarse un poco.
Lo que sí notó, es que mientras más
forcejeaba las dichosas amarras, más
se tensaban. Entonces pensó en que
aquel lugar estaba muy meticulosamente
diseñado e impecable, como para
contener descuidos. Miró entonces
hacia las paredes, y contó cada
panel cuadrado que la formaba,
descubriendo que milimétricamente,
había uno distinto, como entreabierto,
que apenas se notaba, oculto en una
esquina. Luego, pensó en las correas
que sujetaban sus manos, y que estas
también estaban diseñadas en forma
precisa, por tanto las dos eran
exactamente iguales, así como las
de sus pies, y la tensión que ejercían
estaban predispuestas en igual forma.
Entonces, recordó que era zurdo, y
que siempre el cuerpo difiere en tamaño
en cuanto a hemisferios, desarrollándose
casi siempre el lado más usado. Así,
es que puso a trabajar su mano derecha,
y con suaves movimientos circulares
intentó desplazar su mano a través de
la correa, pero estaba muy ajustada.
Después de un larguísimo rato, producto
del calor generado, la cuerda se expandió
tan sólo un poco. Joel mientras tanto
en su desesperación y aparente calma,
transpiraba.
Ya cuando no pudo dilatar más la amarra,
prosiguió con el siguiente paso.
Entonces, volteó su mano hacia abajo,
y escondió su pulgar bajo el resto
de sus dedos, apoyando toda su mano
contra el pulgar. Luego de eso, con
un rápido movimiento alzó todo su
cuerpo como pudo, y lo embistió
contra su mano. Un crujido que se sintió
en toda la habitación, y Joel apretó
con fuerza sus dientes, evitando morder
su propia lengua, mientras desencajaba
su dedo pulgar, aprovechando un defecto
de nacimiento.
El dolor era insoportable, y embistió
su cuerpo una y otra vez, hasta romper
con tres de sus dedos. Su pulgar quedó
tan destrozado, que se hizo uno con el
resto de su mano, y entonces sintió que
la posibilidad de liberarse se encontraba
próxima, al sentir que ya podía desplazar
toda su aplastada mano por la correa.
La hebilla, le ayudó un poco, ya que era
la zona más ancha, y por dónde con mucho
esfuerzo pudo pasar su dedo pulgar, que
era el impedimento para zafarse.
Una vez liberado de su mano derecha,
mantuvo la calma, y permaneció unos
segundos, en total silencio. Luego,
muy lentamente tomó la siguiente
hebilla que aprisionaba aquel mismo
brazo, pero desde más arriba.
El dolor era insoportable, y con
apenas un par de dedos útiles, logró
la paciencia suficiente para soltar
su brazo completo.
El resto de las hebillas, ya era historia
con un brazo liberado.
Joel se incorporó, y luego de lograr
sentarse un rato en la camilla, se puso
a observar desde una ya mejor posición
aquel lugar.
El silencio de la habitación era
abrumador, y aunque el lugar parecía un
laboratorio experimental, no se sintió
observado. No había cámaras de seguridad,
todo era blanco absoluto, salvo las correas
que aún estaban prendidas a la cama.
Joel casi no emitía sonido alguno, no quería
ser descubierto, y pese al dolor, tomó sus
dedos con fuerza, logrando reubicarlos
dolorosamente, pero sin gritar.
Sus manos temblaban, y sus piernas parecían
no responder con la estabilidad que necesitaba
sentir.
Se aproximó hacia el rincón que supuestamente
había visualizado como distinto, pero no
encontró mayor diferencia como pensaba.
Aún así, trató con sus manos de tomar el
escurridizo panel, sin poder lograrlo, ya
que sólo podía ejercer algo de fuerza sólo
con su mano izquierda.
Necesitaba algo para hacer presión y lograr
mover alguno de los paneles, pero cual estaría
lo suficientemente suelto como para poder
quitarlo, eran 25 por cada muro, en un
cubo casi perfecto, salvo el techo.
Volvió entonces a la cama, y trató de desaflojar
algunas de las correas para aprovechas las hebillas
como instrumento de palanca, ya que la cama
no representaba ninguna utilidad aparente,
si más encima se encontraba totalmente fijada
al suelo.
Ninguna hebilla cedía. Entonces en su desesperación
Joel se sentó en el piso. Y meditó, y se cuestionó
el por qué se encontraba en tal situación. Era una
situación totalmente ilógica y fuera de sí.
Luego de un rato, casi al borde del sollozo, recordó
que el extremadamente blanco color de las paredes,
y que lo único distinto era el tono claro y café
de las correas, lo cual coincidía plenamente con
el color de los botones que sujetaban los paneles,
los que a su vez, poseían la misma forma, de unos
espacios que las correas tenían.
Entonces, rápidamente volvió hacia uno de los muros
y como pudo, rompió su túnica logrando fabricar una
delgada pero resistente tira, con la cual envolvió
uno de los botones como simulando una bufanda desde
la base del botón, cosa que no fue fácil. Lo tiró
con fuerza, logrando desprenderlo. Lo tomó y se
dirigió hacia la camilla, y trató de encajarlo en
el espacio, como si fuese una llave, pero no encajaba.
Inmediatamente trató con otra, y falló, luego otra
y así sucesivamente, sin que en ninguna encajara.
Frustrado, pensó en sacar otro botón, y así sistemáticamente
se armó de profunda paciencia, logrando desprenderlos
todos. Los que una vez probados, uno por uno, y al ver
que ninguno servía, los esparció en el piso, en un
puñado frente a él, que ya a esas alturas, se encontraba
totalmente extenuado por el esfuerzo y el stress.
Sentado, cariz bajo, con sus piernas entrecruzadas, empezó
a perder las esperanzas, y jugueteó un rato con los botones.
Los tomaba, y los empuñaba una y otra vez entre sus manos,
viendo la inutilidad de su esfuerzo. Hasta que de pronto,
dos de ellos quedaron juntos, casi como enganchados. Todos
los botones eran distintos, y curiosamente, en el revuelo
dos de ellos quedaron casi por azar muy próximos como si
fuesen una sola pieza. Visto esto, Joel, empezó a juntarlos
y trató de ir ensamblando. En su mayoría ninguno acoplaba
con ninguno, pero ocasionalmente la dupla se hacía.
Una vez conseguido el objetivo, tomó la primera dupla,
y realizó el mismo intento con dada una de las hebillas.
Logrando zafar una de ellas.
Luego corrió hacia el muro, y trató de hacer palanca sobre
uno de los paneles, pero la hebilla era demasiado pequeña
como para ejercer suficiente fuerza con ella. Entonces
pensó que necesitaría el resto.
Así, fue como poco a poco, botón tras botón, hebilla tras
hebilla, fue armando y acoplando las hebillas, que a su
vez, entre sí encajaban muy bien, y con las cuales pudo
fabricar su tan ansiada palanca.
Con mucho esfuerzo, logró desprender uno de los paneles,
encontrándose, con un muro totalmente liso y sólido.
Furioso ya a esas alturas, procedió con el que estaba
inmediato, encontrándose con la misma situación.
En una hora de arduo trabajo, dejó uno de los muros
totalmente despejado, y libre, para sólo descubrir,
que toda la superficie era de material sólido y sin
ningún tipo de marca, o indicio de entrada.
Pensó y pensó, una y otra vez redundante sobre el
problema y sentado desde una esquina abrazaba sus
piernas y miraba con atención los paneles liberados.
De pronto, miró la cama y alzó luego su mirada hacia
el altísimo techo iluminado. Era evidente, sin no
hay puertas, ventanas, ni entradas ni salida, y él
estaba ahí, era claro que debió ser ingresado por
algún sitio, aunque este fuese inalcanzable. Se
levantó rápidamente, con renovada energía y colocó
los paneles que había retirado de tal forma que
se auto fabricó una especie de mueble abstracto,
sobre el cual se paró. Aún así era imposible
alcanzar el altísimo techo, por lo que rápidamente,
se puso a sacar el resto de los paneles de las
otras paredes faltantes.
Prontamente, y ya con una refinada práctica, le
iba siendo cada vez más fácil, desde el punto de
vista técnico. El cansancio lo agobiaba, pero
logró desprenderlos todos.
Construyó prácticamente una torre, que quedó bastante
estable, porque, curiosamente, todos los paneles
ensamblaban perfectamente.
Una vez arriba, y como pudo, logró llegar hasta
el techo, pero aún faltaba algo para romper la
estructura que servía de soporte a la iluminación.
La luz era intensa, y no le dejaba ver con claridad,
pero dudó en sabotearla, ya que era la única fuente
de luz, y sin ella quedaría totalmente a oscuras.
Pero que podía hacer, la luz no le dejaba ver, y
la otra alternativa era la oscuridad.
Decisiones... que era lo correcto, que debía hacer
si ya casi estaba a punto de escapar, o al menos
eso parecía...
CONTINUARA...
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